Resumen
“Si alguien pidiera mi opinión sobre el señor Thomas –dijo Carlos Harris, hablando consigo mismo–, diría que no lo vamos a encontrar con vida. Para mí que este gringo está muerto”.
¿Qué había pasado con Thomas Fuller? ¿Por qué había desaparecido de pronto, sin dejar huella? ¿Había viajado realmente como decía su empleado? ¿Y por qué este hablaba en pasado cuando se refería a él? ¿Qué sospechaba Carlos Harris ante aquella forma de expresarse?
Migración
El mismo día en que los hermanos de míster Fuller denunciaron su desaparición, dos detectives de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) llegaron a las oficinas de Migración, en el aeropuerto Golosón, de La Ceiba.
“Necesitamos su ayuda” –le dijeron al director.
No esperaron mucho tiempo.
“Tenemos el registro de entrada al país –dijo el director, pocos minutos después–, pero el señor Thomas Carlton Fuller Jr. no ha salido del país, al menos no por este aeropuerto”.
“¿Existe la posibilidad de que haya salido por otro?” –preguntó el detective.
“En realidad, no –respondió el funcionario–; estuviera registrada su salida en nuestro sistema”.
“Eso quiere decir…”.
“Que míster Fuller sigue en Honduras –respondió el director de Migración–, a menos que haya tomado un bote y se haya ido por mar a Gran Caimán, por ejemplo”.
“¿Podríamos averiguar si viajó hasta allá?”.
“Es cosa sencilla”.
Esta vez la espera fue más larga.
“No –dijo el director–, no ha llegado a Gran Caimán. Pero existe la posibilidad de que esté pasando unas buenas vacaciones en Cayos Cochinos o en otro lugar dentro de Honduras”.
“Es posible –respondió el detective–, pero sería demasiado extraño que no se haya comunicado con sus hermanos. Lo hace todos los días, esté donde esté”.
“¿Ya preguntaron en las líneas aéreas locales? Pudo tomar un vuelo interno y…”.
“Ya preguntamos –lo interrumpió el policía–, y no viajó por aire a ninguna parte. Su nombre no está en ningún registro”.
“¿Entonces?”.
“Entonces –dijo Carlos Harris, chasqueando la lengua–, alguien nos está mintiendo”.
Equipo
“Pachico” llegó a La Ceiba con su gente de casos especiales una tarde calurosa pero llena de vida.
“¿Qué buscamos?” –preguntó.
“Un gringo desapareció hace trece días…” –le respondió Carlos Harris.
“Eso ya lo sabemos”.
“Entonces, lo que buscamos es el cuerpo de un gringo que desapareció hace trece días” –rectificó el detective.
“¿Está muerto?”
“Tiene que estarlo… Siempre se comunica con su familia, es un hombre metódico, está invirtiendo dinero en un negocio turístico en La Ceiba y no hay registros en Migración de su salida del país, y tampoco está su nombre entre los pasajeros de las líneas aéreas internas… ¿Qué podemos pensar después de tanto tiempo?”.
“Pachico” miró a Harris por encima del marco de sus anteojos, con aspecto reflexivo y, después de unos segundos, le preguntó:
“¿Han investigado si las tarjetas de crédito del gringo han tenido movimiento en estos días?”.
Compras
Fue fácil comprobar aquel “pequeño” detalle. Desde hacía diez días, míster Fuller hacía compras con su tarjeta de crédito. Compras grandes entre las que estaban varios galones de pintura, diluyente, brochas y rodos.
También había comprado juguetes, ropa, zapatos, comida en un supermercado, gasolina, licores finos en un bar exclusivo de la ciudad y hasta había retirado dinero de un cajero. Eran muchos miles de dólares.
“Thomas jamás gasta así su dinero –dijo la hermana, alarmada–. Es imposible que haga eso. Siempre ahorró para tener una vejez sin dificultades”.
Carlos Harris se puso de pie, se disculpó y salió de la oficina.
Fotografía
La muchacha que estaba detrás del mostrador devolvió el saludo del policía con una sonrisa tímida.
“¿Conoce usted a este hombre?” –le preguntó Harris, mostrándole una fotografía reciente.
“Sí, señor –dijo la empleada–, siempre viene a comprar aquí”.
“¿Cuándo fue la última vez que lo vio?”
“Hace unas dos semanas, quince o dieciséis días…”.
“¿Alguien más lo vio?”
“Sí, la muchacha de la caja. Siempre hablaba con ella”.
Harris se acercó a la caja. La muchacha que estaba detrás lo recibió con una sonrisa forzada.
“¿Recuerda a este hombre?” –le preguntó el detective, después del saludo.
“Sí –respondió ella de inmediato–, es míster Thomas…”.
“¿Cuándo lo vio por última vez?”
“Hace unas dos semanas… Dijo que venía llegando de Estados Unidos…”.
Harris sacó de una carpeta un recibo.
“¿No lo vio hace tres días?”.
“No; desde que vino no lo he vuelto a ver”.
“Entonces, ¿quién compró con la tarjeta de míster Thomas Fuller hace tres días?”.
“¡Ah! –exclamó la muchacha–. Fue Jorge, el empleado de míster Fuller. Siempre viene con él a comprar y cómo ya lo conocemos, le aceptamos la tarjeta”.
“¿Este es Jorge?”.
Harris le enseñó una segunda fotografía.
“Sí, ese es…”.
La muchacha iba a preguntar algo pero el detective la interrumpió, le dio las gracias y salió de la tienda, mientras se preguntaba en su mente:
“¿Para qué compraría pintura blanca Jorge hace nueve días?”.
Luminol
Se trata de una combinación de dos tipos de polvo que se llaman perborato de sodio y carborato de sodio, los que se diluyen con agua para fumigarlos después en el lugar, completamente oscuro, donde se supone que pudo haber sangre a causa de un crimen. Y el luminol la detecta aunque haya sido lavada, mostrándola con reflejos azules que son inconfundibles para los expertos.
“Estamos listos –dijo ‘Pachico’, a eso de las siete de la noche–. Vamos a entrar para inspeccionar la casa”.
“El empleado de míster Fuller va con nosotros –respondió Carlos Harris–; nos está ayudando mucho en la investigación”.
Jorge sonrió.
La casa era amplia, de sala grande y techo alto, cuartos amplios y cocina americana. Estaba rodeada por un muro de casi tres metros de altura y en el patio habían sembrados árboles frutales.
La inspección
Todo estaba limpio, las paredes blancas y el piso pulido. Los investigadores no dejaban centímetro cuadrado sin revisar pero no encontraron nada. Fue hasta una hora después cuando uno de los técnicos del equipo de investigaciones especiales llamó a “Pachico” y le dijo:
“Creo que eso es sangre”.
Estaban en el dormitorio principal, el que ocupaba míster Fuller, y en la línea de cemento que unía dos ladrillos, en el piso, estaba una pequeña mancha roja, de forma circular y del tamaño de la cabeza de un alfiler.
“Podría ser” –respondió “Pachico”, de rodillas en el piso, frente a la mancha roja.
“Y aquí hay otra” –le dijo el técnico.
Esta era un poco más grande, pero para cualquiera que no tuviera la experiencia de los detectives, hubiera pasado desapercibida.
“Vamos a aplicar luminol” –dijo “Pachico”, poniéndose de pie.
Poco después el cuarto estaba cerrado y completamente a oscuras. “Pachico” empezó a rociar el luminol en aquella parte del piso y, de repente, fueron apareciendo ante él los reflejos azules de la sangre que había sido derramada en el piso.
“Aquí pasó algo grave” –exclamó “Pachico”.
Los reflejos azules se multiplicaron alrededor de la cama, en las paredes y siguieron brillando camino hacia la puerta. “Pachico” ordenó que se apagaran todas las luces y siguió rociando el luminol.
Ahora había reflejos azules en el pasillo que llevaba al baño, en el baño, en la sala y en el pasillo que llevaba al patio.
“¡Dios santo! –exclamó–. ¿Qué es esto?”.
Codos
El pasillo que llevaba al patio medía poco más de un metro de ancho y unos cinco metros de largo y estaba flanqueado por paredes blancas como el algodón y lisas como un espejo.
“Pachico” preparó más luminol y fumigó el piso. Aquí los reflejos azules brillaron como si fueran fuegos artificiales, entonces “Pachico” fumigó las paredes. Varias líneas azules destacaron sobre la pintura blanca. Eran largas y formaban curvas conforme se acercaban a la puerta. Justo en este punto, en el piso de granito, un gran mapa azul brilló ante los ojos de “Pachico”.
“Aquí hubo un gran lago de sangre –dijo–. Este gringo tuvo una muerte horrible”.
Crimen
“Pachico” llamó Carlos Harris, al ayudante del fiscal y a dos de sus compañeros.
“El gringo fue asesinado en esta misma casa –dijo–, y creo que lo vamos a encontrar enterrado en el patio”.
Hubo un momento de silencio.
“Voy a explicarles la dinámica del crimen” –agregó “Pachico” poco después.
Jorge
“¿Por qué pudo matar al gringo este hombre?” –se preguntó Carlos Harris.
“Por dinero” –respondió “Pachico”.
“Sí”.
“El empleado atacó a míster Thomas en el dormitorio de este –empezó diciendo ‘Pachico’–; creo que lo golpeó con un objeto contuso en la cabeza, lo que hizo que el señor perdiera el conocimiento, sin embargo, el golpe fue tan fuerte que le causó una herida en la cabeza y lo hizo sangrar.
Creo que lo atacó entre la cama y la cómoda, dónde encontramos las primeras gotas de sangre en el piso, luego lo arrastró hasta un lugar más cómodo donde lo atacó a cuchilladas, y digo que fue a cuchilladas porque en el dormitorio, antes de la puerta, hubo mucha sangre.
Hay señales de arrastre ya que tomó al gringo de las piernas y lo llevó primero hasta el baño, pero se ve bien que el baño le resultó incómodo al asesino y dio la vuelta, pasó cerca de la sala, siempre arrastrando el cadáver de espaldas al suelo y lo sacó por el pasillo que va al patio.
El luminol detectó grandes cantidades de sangre en el piso, pero también en las paredes del pasillo. El asesino se manchó de sangre las manos y los brazos, lo que nos dice que acuchilló el cuerpo muchas veces, y al arrastrar al señor por el pasillo, como lo arrastraba agarrándolo de las piernas, o de los pies, llevaba los codos extendidos y estos rozaban la pared, y dejaron allí dos líneas de sangre, una en cada pared, hasta cerca de la puerta de salida. Aquí, para abrir la puerta que da al patio, tuvo que detener el arrastre y allí se acumuló un lago de sangre. Esto quiere decir que el gringo estaba vivo cuando lo arrastró hasta el patio”.
“Pachico” hizo una pausa, luego agregó:
“Compró pintura para pintar las paredes del pasillo. Lavó bien el piso del cuarto, del pasillo que va al baño, de la sala, del pasillo que va al patio y lavó también las paredes de este pasillo, pero vio que la sangre no salía en algunas partes y decidió pintar la pared. Por eso en esta parte el luminol no detecta sangre”.
Mango
Los detectives estaban relajados, ahora bromeaban y reían mientras buscaban algo especial en el patio. No tardaron en encontrarlo. Al pie de un árbol de mango había tierra removida, los técnicos de inspecciones oculares escarbaron y no tardó en salir de la tierra un insoportable olor a carne podrida. Allí estaba enterrado el señor míster gringo.
En Medicina Forense le encontraron un fuerte golpe en la parte de atrás de la cabeza, el golpe que lo desmayó, y en el pecho le contaron numerosas heridas de cuchillo, ninguna de ellas en el corazón.
“Míster Fuller se desangró en el camino a la fosa del palo de mango –dice ‘Pachico’–, y creemos que Jorge lo enterró vivo”.
Cuando le pusieron las esposas, Jorge bajó la cabeza. La fiscalía presentó un video donde aparecía Jorge retirando dinero de un cajero. El cuchillo con que lo mató estaba limpio en la cocina. En el laboratorio, los técnicos lo desarmaron y encontraron sangre en la cacha. Era sangre de míster Fuller. Jorge tuvo que admitir su crimen. Saldrá en libertad a los sesenta y cuatro años.
“Este caso se resolvió en una semana –dice ‘Pachico’–, pero el caso del gato ensangrentado nos costó un poco más…”
Lea la Parte I de este caso aquí