SERIE 1/2
Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
Deseo que a nadie ofenda el título de este caso y que a nadie le parezca de mal gusto, pero la verdad es que a este pueblo lo llaman así por una característica en especial, la que, por supuesto, nada tiene que ver con ese manjar que se hace con harina, leche, huevos, levadura…
Caso
A don Pablo lo mataron a balazos una tarde cálida, cerca de uno de los campos donde sembraba frijoles. Le dispararon tres veces por la espalda y, por una de esas reacciones instintivas de los seres humanos, se volvió hacia su atacante y recibió de frente dos balazos más, uno en pleno rostro y el otro en un hombro.
Aun así, don Pablo dio varios pasos hacia adelante, dirigiéndose a su asesino, para caer después de rodillas y, al final, quedar tirado boca abajo sobre los brotes del frijolar, que regó con su propia sangre mientras se le escapaba la vida.
“El señor caminó unos dos o tres pasos hacia su asesino –dice el detective de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) que estuvo a cargo del caso–; supuse esto porque tenía sangre en la espalda, la camisa estaba empapada y también la parte de atrás del pantalón, el talón del zapato derecho y el suelo donde estaba de pie, supervisando la siembra. En ese mismo lugar se ve que los zapatos cambiaron de dirección y que varias manchas de sangre dibujaron una línea en la dirección contraria a la que estaba.
Luego, quedaron marcas de tierra en el pantalón, a la altura de las rodillas, lo que me hizo suponer que cayó primero de rodillas y después se desplomó sobre la tierra, pero todavía con vida porque a su alrededor se formó un grueso charco de sangre, lo que significa que el corazón siguió trabajando por al menos un par de minutos antes de detenerse para siempre, y todo esto pasó ante los ojos del asesino”.
Visita
En aquel momento, don Pablo estaba solo en el frijolar. Le gustaba ir allí para ver cómo crecían las plantas y nunca iba acompañado. Su carro, un viejo Toyota Hilux de una cabina, quedó abandonado a diez metros de la escena del crimen, al otro lado de la cerca de alambre de púas.
Tenía la puerta del conductor abierta, lo que le pareció raro al detective porque quienes conocían a don Pablo dijeron que era un hombre ordenado, cuidadoso, pacífico y generoso. Su carro era viejo, pero estaba en buenas condiciones porque él lo cuidaba con esmero.
Esto hizo suponer a los investigadores que nunca hubiera dejado la puerta abierta. Además, cuando entrevistaron a la esposa, que lloraba en el colmo de la desesperación, esta dijo que faltaba en el vehículo el arma de don Pablo, una pistola de 9 milímetros marca Pietro Beretta que había comprado en La Armería, en Tegucigalpa, hacía cinco años y la que nunca había disparado.
La Policía
Mientras los curiosos hacían fila detrás de la cerca, unos lamentándose, otros maldiciendo y unos más buscando culpables, los agentes de la DNIC analizaban la escena. A lo lejos, el sol empezaba a esconderse, el cadáver se había enfriado, la sangre coagulada estaba llena de moscas y hormigas y las lágrimas de la esposa viuda se habían secado en su alma.
“Hay seis casquillos de 9 milímetros –dijo uno de los agentes, que los había ubicado, numerándolos, antes de embalarlos–, pero hay algo que me parece raro –agregó–, y es que solo tiene cinco heridas de bala, tres en la espalda, una en la cara y otra en el hombro izquierdo”.
“Podemos suponer que uno de los disparos no dio en el blanco” –opinó un detective.
“Mejor supongamos que el señor fue asesinado con su propia arma –dijo el primero–; este es un detalle más valioso. Si era tan ordenado y cuidadoso como dicen, lo que yo no dudo, no hubiera dejado la puerta abierta, pero sí lo hubiera hecho alguien que tenía prisa por sacar algo del carro, como el arma de la víctima, por ejemplo, y que tenía que actuar con prisa antes de ser descubierto por don Pablo o por algún testigo inesperado…
Esto nos dice que el asesino sabía que don Pablo iba a ver su frijolar, que lo siguió hasta allí o lo esperó agazapado por algún lado, que sabía que el señor andaba armado pero sabía, además, que la pistola la tenía de adorno, a juzgar por lo que dice su esposa, que jamás la había disparado; además, la andaba en el carro para sentir alguna especie de seguridad, aunque no tenía enemigos y este lugar es muy seguro”.
“¿Entonces?”
“Alguien planificó el crimen, conocía bien no solo al difunto, sino también sus costumbres, y sabía cómo encontrarlo y matarlo con su propia arma… Y me atrevo a decir que fue con su propia arma por varios detalles: Primero, la puerta del carro abierta.
Él siempre andaba el arma en uno de los depósitos de la puerta del conductor, al alcance de su mano izquierda, ya que era zurdo… Segundo, lo vigilaban o lo siguieron, el asesino abrió el carro, tomó el arma, que el asesino sabía bien donde estaba, y se fue detrás de él. Si nos fijamos bien, el carro está a unos diez metros de la escena del crimen. El criminal no se arriesgó a cerrarla por si el ruido alertaba a don Pablo, que estaba de espaldas.
Entró por el portón falso que don Pablo dejó abierto, tal y como lo encontramos nosotros, y se acercó despacio a él, lo suficiente como para no fallar los tiros. Como un cobarde, lo atacó por la espalda. Creo que cuando vio que don Pablo se dio vuelta y empezó a acercarse a él, tuvo miedo y le disparó dos veces más, tal vez tres, a juzgar por los seis casquillos, aunque la víctima solo tenga cinco heridas en el cuerpo”.
El detective hizo una pausa. Luego, añadió:
“El asesino salió por donde había entrado. Por desgracia, los curiosos borraron las huellas que pudieron haber quedado en la tierra suelta del frijolar, cerca del cadáver, pero, lo más seguro, por ser lo más cómodo, es que salió por allí y huyó por alguna parte solitaria ya que dos testigos dicen que ellos oyeron los disparos, que venían por el camino por donde llegó a la milpa don Pablo y que se tardaron unos tres minutos en llegar, pero que no se encontraron con nadie.
Lo mismo dice un leñador que venía con su burro por el lado contrario del camino. Oyó los disparos, se acercó a la milpa, pero no se encontró con nadie… Imagino que el criminal escapó por esa milpa de maíz que está al otro lado de la carretera, si es que a esto se le puede llamar carretera…”
Arma
Un detalle importante que los detectives estaban seguros de que les ayudaría a confirmar sus hipótesis era el arma. Estaban seguros de que era el arma del muerto, y a partir de aquí suponían que el criminal no tenía arma propia.
Pero esto solo era una suposición, a pesar de que parecía muy lógico el hecho del robo del arma. Si esto era así, no estaban ante un criminal empedernido, o con experiencia.
Era, tal vez, un principiante y, al ser un principiante, podría tener motivos personales para asesinar a don Pablo. Pero, ¿qué motivos podrían ser estos? ¿Por qué llegó hasta el frijolar para matarlo por la espalda? ¿Es que don Pablo lo conocía? ¿Es que tenía miedo de la reacción de la víctima?
¿Qué tan cerca de la verdad estaban los detectives? ¿Había sido asesinado don Pablo con su propia arma? Si era así, ¿dónde estaba la pistola?
Los detectives tenían la esperanza de que el asesino, al ser un principiante, se asustara mucho después de cometido el crimen y que, a pesar del valor que tuvo para matarlo, no tuviera el mismo valor para quedarse con algo que pudiera incriminarlo.
Era posible que el asesino se hubiera deshecho del arma en algún punto del camino de su huida y los detectives, con esa esperanza, hablaron con el auxiliar, llamaron más policías y escogieron algunos voluntarios para buscar el arma en el interior de la milpa de maíz que estaba frente al frijolar.
“El asesino escapó por aquí –sostenía el detective–, es el único lugar por donde pudo desaparecer sin ser visto por los campesinos que venían en ambas direcciones de la carretera. Entonces, por allí es donde debemos buscar la pistola, si es que se deshizo de ella como yo creo”.
El detective reflexionaba en voz alta mientras un grupo de veintitrés hombres, con hachones de ocote y linternas, escudriñaban cada pulgada cuadrada de la milpa.
“Un criminal que se estrena en el asesinato es víctima de sus propios nervios cuando la adrenalina del hecho ha desaparecido en su sangre, por tanto, no será muy estúpido como para conservar el arma, que no es suya, e irse a dormir tranquilo.
Además, los motivos del crimen no son el odio ni la cólera, mucho menos la venganza, si creemos en lo que dice la gente de que don Pablo no tenía enemigos, jamás peleaba con nadie, era generoso y muy querido por todo el mundo.
Entonces, el motivo del crimen puede ser el robo, pero no le quitaron ni las alhajas ni la billetera, que andaba llena; tampoco se robaron nada más del carro. ¿Entonces? ¿Por qué mataron a don Pablo? ¿Dónde está el arma? ¿Quién puede ser el asesino?”
Continuará la próxima semana