TEGUCIGALPA, HONDURAS.- TÍTULO. “Los demonios del Señor” es algo que no había escuchado nunca; sin embargo, “es algo real, porque andan por la tierra millones de hombres y mujeres perversos, pervertidos y pervertidores, que engañan a las ovejas, esto es, a los seguidores sinceros de Dios, para devorarlos, y así, saciar sus más bajos instintos, sus más viles pasiones”.
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El pastor calla
Es un hombre sencillo, ya entrado en años, abogado de profesión, que dejó un día su trabajo para dedicarse a pastorear una iglesia que fundó junto a su esposa, una profesora de Ciencias Sociales, hace ya muchos años, y que sigue creciendo “bajo la gracia de Dios”.
“Durante este tiempo he visto de todo -agrega el pastor-, y muchas de estas cosas son pecados graves, pero, también, son delitos imperdonables, que deben ser castigados con todo el peso de la ley”.
Suspira
“Carmilla -sigue diciendo-, todo delito es pecado, pero no todo pecado es delito. Sin embargo, con los dos tiene que ver Dios...” Estamos en la casa de este hombre de aspecto sencillo y respetable, después de haber recibido su tercera carta “para que conversáramos sobre los delitos que cometen los demonios del Señor”, esos que se disfrazan de ángeles de luz para aprovecharse de la ingenuidad, de la ignorancia y de las necesidades físicas y espirituales de sus seguidores.
“Un día -me dijo-, hace ya algunos años, conocí una historia que me dolió en el corazón... Un buen amigo, médico de profesión; ginecólogo para ser exactos, y con un buen puesto en el Ministerio de Salud, me llamó muy alterado, tanto, que creí que estaba a punto de colapsar.
Me dijo que acababa de comprobar que su esposa, una mujer joven, de profesión secretaria, era una de las muchas amantes del pastor de la Iglesia, un ‘degenerado’ que le servía como consejero matrimonial, como guía espiritual, como amigo de la familia, y como amante... Y me dijo que iba a matarlos a los dos y que, después, se iba a pegar un tiro en la cabeza...
Como pude, lo hice que me esperara... Y estuve con él hasta que logré disuadirlo... Se divorció, y a los seis meses la mujer trajo al mundo a un niño con síndrome de Down... El pastor, por supuesto, se hizo el desentendido...”.
Siguió a esto un nuevo silencio, en el que la esposa de mi amigo nos sirvió té caliente, con galletas de jengibre, y agregó: “Pero eso solo es uno de los muchos casos que hay que contar para abrirles los ojos a miles de personas que creen sinceramente en estos hombres... Y en muchas mujeres que se han levantado como pastoras.
Hay una aquí, en Tegucigalpa, que después del culto, agotador, cansado y desgastante, necesita de un “masaje revitalizador”, y cada domingo señala a una muchacha para que la atienda, diciéndole que hace un servicio para el Señor.
El masaje es hecho en toda regla, y, al final, la pastora hace lo que mejor sabe hacer: seducir a la masajista, y aprovecharse sexualmente de ella... que tiene que ser menor de edad, por supuesto, ya que son las doncellas de la Iglesia, y es un honor que el Señor les dispensa el atender de aquella forma a la sierva”.
Calla el pastor, y al final de la nueva pausa, dice: “Tres padres la denunciaron ante el Ministerio Público, pero resulta que las muchachas, las ofendidas, en este caso, no declararon.
No dijeron ni una sola palabra ante los fiscales; y, además, hubo algunos de estos que le avisaron a la pastora, que dijo que eran asechanzas del diablo, a las que ella ya estaba acostumbrada”.
Estafa
“Pero, hay algo igual, o más grave todavía -sigue diciendo el pastor-, y son las contribuciones voluntarias de los fieles a la ‘obra del Señor’. Uno, o sea, un pastor muy influyente, adormecía a sus feligreses, luego, les decía que aquel era un domingo de oro para el Señor, y que todos, sin excepción, debían ofrendarle a Dios todo lo que anduvieran encima, y que fuera de oro... Y hubo un domingo que hizo más de una libra de oro... ¿Qué le parece?”.
El pastor cruzó una pierna sobre la otra, y añadió: “Y, entre todo esto, hay algo peor todavía, y es el pacto que se hace por un milagro. Yo sé bien que Dios sigue haciendo milagros, ya que él lo ha dicho con su propia boca: Tendré misericordia del que tendré misericordia, pero eso de ‘venderle milagros a la gente’, es otra cosa. Hay pastores que prometen prosperidad, milagros de prosperidad si usted hace un pacto con Dios. Si usted le da cien, el Señor le dará mil, porque el Señor no se queda con nada. Y esto es verdad.
Lo que es pecado, y lo que es un delito en todo esto, es el hecho de que hay quienes ‘obligan’ a sus seguidores a aportar todo lo que tienen porque solamente así las oraciones del pastor van a llegar al cielo para conseguirle al milagro que tanto desea.
Y, mientras pasa el tiempo, y el milagro no aparece, el pastor culpa a la persona que lo espera de no tener suficiente fe, de estar aferrada a las cosas materiales, y de no querer aportar más para la obra de Dios; y que es por eso que su milagro se está retrasando”.
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Mal
¿Cuántas veces hemos visto en los medios de comunicación a pastores detenidos por la Policía, por haber abusado sexualmente de menores? ¿Cuántos pastores hay en las cárceles acusados de estafa? “Una señora, de una aldea del Distrito Central -continúa el pastor-, enfermó de cáncer de ovario. Su tormento era tal y su deseo de vivir era tan grande que se sometió a todos los métodos que le indicaron los doctores para combatir su mal.
Pero también se dedicó a la oración, se entregó al servicio de una iglesia cercana, y el pastor empezó a orar por ella. Y a pedirle que ofrendara a la obra del señor, para que el Señor tuviera misericordia de ella. Y la señora, desesperada, así lo hizo.
Empezó con poco, pero es bien sabido que poco no es suficiente, y ‘menos cuando se desea un milagro del cielo’. Entonces, le ‘dio más al Señor’, y el pastor empezó a orar con más fervor. Pero, nada. Sus oraciones no llegaban al cielo. Y la causa era ella, la enferma, que ‘no tenía la suficiente fe’”. “Y ¿cómo aumento mi fe?” -le preguntó a su pastor. “Dele más al Señor...
En una visión que Dios me dio, la vi a usted guardando dinero, oro y muchas cosas de valor, y le vi la avaricia en el rostro. Y el Señor, enojado, me dijo: Allí está la fe de mi hija; pues, que la sane su dinero... No ores más por ella”. “¡Ay no! -gritó la señora-. Ore, pastor, para que el Señor me perdone...”. Y aquella inocente, ya sin un solo pelo en su cabeza, delgada, y más enferma todavía, “le entregó a la Iglesia un carro, media hacienda, varias vacas y las joyas que guardaba desde que conoció a sus abuelos...
Y, entonces, el pastor oró con más fervor... Pero una semana después la enferma murió... “Nunca tuvo la suficiente fe” -dijo el pastor. Dos años pasaron los hijos de la señora peleando en los tribunales por las posesiones de su madre, “arrebatadas bajo engaño”. Pero, entregadas en legal y debida forma, no tenían ninguna opción de recuperarlas, ya “que la estafa en el nombre de Dios no es delito”.
Hasta que, un día, desaparecieron los dos hijos menores del pastor, que había prosperado tanto. Vino a Tegucigalpa, puso la denuncia de la desaparición de sus hijos, y le asignaron un equipo para que investigaran el caso. Dos meses pasaron. A los dos meses y medio, de horrible desesperación, y de la angustia mortal que sufría su esposa, madre de los niños, recibió una llamada. Era de su niña de ocho años. Luego, habló con su hijo de seis.
Y, después, un hombre le dijo: “Va a llegar a tu casa un abogado, para que devolvás todo lo que le quitaste a doña Fulana... Si ese abogado sale de tu casa sin esos papeles firmados, te vamos a devolver a tus hijos en pedacitos... Vos decidís”. El pastor suspira, llena su taza de té, y muerde una galleta, que, para mi gusto, pica demasiado.
A la única persona que he visto que le gusta el jengibre crudo, y en grandes cantidades, es a mi buen amigo, el General René Maradiaga Panchamé; aunque, a veces, arrugaba la cara. “Por supuesto -dice el pastor, con algo de satisfacción en el rostro-, el pastor de la aldea volvió a ser pobre”.
Caos
doncellas de la Iglesia, o a las que ya no son tan doncellas; pastores que se aprovechan de la ingenuidad o de la sinceridad de sus fieles, como aquel que, un día, fue a la casa de uno de sus seguidores más leales, un español que volvía a su tierra, y que quería vender todo su menaje de casa.
El pastor, por supuesto, se quedó con todo. Llevó un camión, lo llenó con las cosas del español, y le dijo a una de sus “guerreras de oración”, una de sus fieles más fieles:
“Hermana, usted no va a dar diezmo ni ofrenda por cinco años, pero le paga todo esto al hermano...”. “Pero, yo... ¿cómo le voy a pagar todo al hermano, si es bastante dinero?” “Dios la proveerá, hermana... y le dará mucho más. El Señor me lo ha dicho”.
Y, ante la estupefacción del español, y la “humilde aceptación de la hermana”, el pastor se llevó todo... “Por desgracia -dice mi amigo-, este tipo de delitos no están considerados en nuestra legislación, y la gente se deja estafar en el nombre de Dios, para la obra de Dios, o para sobornar a Dios, ya que si usted le da diez, va a recibir cien... Lo único que me consuela es que con Dios nadie puede jugar...
Pero estos también son crímenes que se deben contar, para que la gente abra los ojos, y no se deje engañar; y esto, porque, mientras el hijo del pastor maneja un Mercedes Benz, un Jeep o un BMW, la mayoría de fieles van a la Iglesia a pie, y siguen más pobres que cuando llegaron... Sin embargo, ¿quién en el Congreso se atreverá a crear leyes que castiguen a estos demonios vestidos como ángeles de luz?” El pastor hace otra pausa.
Luego, dice: “Al pastor Humberto lo mataron porque los padres de varias niñas se dieron cuenta de que las manoseaba, y que las obligaba a jugar ciertos juegos perversos...”. Se detiene por un momento, y pone en la mesa un fólder con unas cincuenta hojas impresa, y varias fotografías.