Crímenes

Grandes Crímenes: Onus probandi (II Parte)

06.10.2018

(Segunda parte)

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

Resumen. Una mujer joven es asesinada a cuchilladas y un camionero encuentra su cuerpo desnudo en una orilla de la carretera al sur. Gonzalo Sánchez está seguro de que se trata de un crimen pasional, y sospecha del esposo o de algún amante despechado. Pero el caso se complica y Gonzalo tiene que esforzarse para resolver el misterio.

Lea aquí la primera parte

Vista

El hombre, alto y fornido, de pelo gris y cejas espesas, rostro mal encarado y voz aguardentosa, recibió de mala gana a los detectives de la Dirección de Investigación Criminal, DIC.

“Deseo hablar con su hijo, señor” –le dijo Gonzalo, de pie en la enorme sala de estar.

“¿Para qué? –preguntó el hombre–. Ya mi hijo les dijo todo lo que tenía que decirles. Todo esto ha sido duro para él, y para todos, y no creo que sirva de algo que ustedes estén hostigándonos”.

“Solo cumplimos con nuestro deber –respondió Gonzalo–. Y deseo hablar con su hijo. Si no accede a conversar con nosotros, tendré que citarlo, o conseguir una citación para que declare en la fiscalía… Es decisión suya”.

El hombre sonrió.

“Mi nuera ya está muerta –dijo–, y tanto sus padres como nosotros queremos que se encuentre al asesino, pero les aseguro que deben buscar en otra parte”.

Gonzalo levantó una mano.

“Su hijo es sospechoso del asesinato de la muchacha” –dijo, levantando la voz.

El hombre enmudeció por largos segundos.

“¿Sospechoso? –preguntó–. ¿Mi hijo sospechoso? ¿Es que está usted loco?”

“Es posible, señor, pero, loco o no, sospecho que su hijo asesinó a su esposa porque ella se estaba viendo con otro hombre”.

El hombre se puso rojo.

“¿Qué estupideces está diciendo? Mi nuera era una santa, y mi hijo era incapaz de hacerle el menor daño”.

“Eso lo vamos a comprobar con la investigación del crimen… Por lo pronto, señor, dígale a su hijo que necesito conversar con él… a menos que desee ir a las oficinas de la DIC… o que vengamos por él”.

“Caballeros –dijo el hombre, después de unos segundos–; mi hijo no está en el país. Salió de viaje el día siguiente al entierro…”

Gonzalo no supo qué decir.

“Bien –murmuró, al poco rato–; entonces pediremos la ayuda de Interpol para localizarlo… De todas maneras he de hablar con él… Debo descartarlo como sospechoso del crimen de su esposa”.

El hombre pateó el suelo, furioso.

En la DIC

El director, aunque algo preocupado, estuvo de acuerdo con Gonzalo en que era necesario hablar con el viudo. Y, ya que de buenas a primeras no se le podía descartar como sospechoso, autorizó a los detectives para que pidieran ayuda a Interpol.

“Además –concluyó–, tengo encima al padre de la muchacha, y ha hecho que el propio presidente me llame hasta cuando estoy en el baño… Quieren encontrar al asesino y que sea castigado…”

Gonzalo no dijo nada.

Esperó unos momentos antes de contestar:

“Vamos a encontrar al asesino –dijo–; puede estar seguro de eso”.

Se puso de pie.

En aquel momento, un hombre alto, de piel blanca como la cera, con la angustia marcada en el rostro y echando chispas por los ojos, entró a la oficina del director de la DIC.

“¿Cómo es posible que hayan dejado escapar a mi yerno? –preguntó, casi a gritos–. Sus policías dicen que es sospechoso del crimen de mi hija, pero dejaron que se fuera del país…”

El director se puso de pie.

“Salió del país un día después del entierro –respondió–, y, aunque es sospechoso, no podemos hacer nada contra él sin evidencias…”

“Y, si no tienen pruebas, ¿por qué dicen que es sospechoso? ¿Es que no saben el daño que le hacen a mi familia?”

“Señor –intervino Gonzalo–, el asesinato de su hija es único; o sea, que tiene características especiales que lo hacen único: un crimen pasional…

“¿Pasional?”

“Así es… La mataron con cuchillo, lo que significa que el asesino quiso hacer todo el daño posible, y al causarle tantas heridas, no solo mostró su ira, sino su despecho, tratando de “castigar” a la muchacha por alguna traición… Y, ¿Quiénes son los que pueden sentirse traicionados? Un esposo que es engañado, o un amante despechado… Y, en cualquiera de los dos casos, era alguien de confianza de su hija, ya que pudo acercarse a ella sin despertar sospechas, y así, atacarla sin darle tiempo a defenderse… Ahora, señor, para que deje de gritar en esta oficina, debe saber que su hija, o fue asesinada por un amante, o la mató el esposo al darse cuenta de que lo engañaba con otro… ¿Ha comprendido?”

El hombre se dejó caer en un sillón. Quedó mudo por largos segundos.

“¡Un millón al que encuentre al asesino! –dijo, levantando la cara desesperada, y con voz fuerte–. ¡Dos millones! ¡Cinco millones! Pero encuentren al que le hizo eso a mi hija…”

En ese momento sonó el teléfono celular de Gonzalo Sánchez. Después de contestar, escuchó atentamente lo que le decían. Luego de medio minuto, colgó:

“Señor –dijo, entonces, dirigiéndose al hombre, que ya se había puesto de pie–, ¿sabía usted que su hija estaba embarazada?”

El hombre abrió la boca.

“¿Embarazada?” –preguntó.

“Me lo acaba de decir el forense. Ya terminó el informe de la autopsia”.

El hombre enmudeció.

Gonzalo le dijo:

“Es posible que el asesino lo supiera y que, al creer que no era suyo el niño, enloqueció, y por eso hirió el vientre de la muchacha tantas veces como pudo, no solo para castigarla a ella, sino también para destruir al feto… que suponía de otro…”

Se hizo el silencio en la oficina.

“Ese detalle aumenta mis sospechas contra el esposo”.

“Pero… no está en Honduras… Es posible que esté en Europa…”

“Interpol nos ayudará… Por ahora, señor –agregó Gonzalo, dirigiéndose al Director de la DIC–, necesito revisar la casa donde vivía la víctima”.

“¿Tenemos el informe de las llamadas telefónicas?”

“Todavía no… Los amigos van despacio… Recuerde que cuidan su trabajo”.

“Dígame qué es lo que quieren con las llamadas y yo les ayudaré… ¿Cuáles teléfonos hay que investigar?”

Proceso

El flujo de llamadas al celular de la víctima coincidían con lo que había declarado el esposo, sin embargo, encontraron un detalle intrigante: Al menos veintiséis llamadas sin contestar fueron hechas entre siete y once de la noche, que fue cuando el celular de la muchacha se apagó.

“Pero esto no es lo interesante –dice Gonzalo–, ya que el esposo dijo que la había llamado con insistencia entre esas horas; lo raro en esto es que las llamadas hechas y las recibidas, fueron realizadas en la misma zona, entre Loarque y El Tizatillo, lo que nos dice que los dos teléfonos estaban cerca uno del otro… Y el esposo dijo que él la llamó desde su casa, hasta que el celular de su esposa se apagó… Una mentira mal calculada porque lo más seguro es que estuvieron juntos hasta la muerte de la mujer, y desde ese momento, él empezó a llamarla para despistar a la Policía…”

El director miró a los ojos al abogado Sánchez.

“¿Qué sigue ahora?” –le preguntó.

“Acusar al esposo de asesinato… de parricidio… y capturarlo”.

“Imagino que no has olvidado quién es el padre del sospechoso…”

“No, no lo he olvidado. Lo que me interesa es resolver el caso… Ahora estoy casi seguro de que él es el asesino”.

Carro

Habían pasado dos meses desde el asesinato, y Gonzalo presionaba a los detectives para que afianzaran el caso que le entregarían al fiscal. Fue en esos días que Gonzalo recibió una noticia:

“El sospechoso llegó a Italia hace tres días –le dijeron–; Interpol lo busca”.

Gonzalo no dijo nada.

De sangre fría y experto en esconder sus emociones, Gonzalo tuvo un solo objetivo durante sirvió en la Policía de investigación criminal: combatir el crimen. Y fue el mejor.

Hoy, con algunos años encima, menos entusiasta y más sabio, dedica su tiempo a enseñar a sus estudiantes cómo se combate el delito. Y es uno de los mejores maestros de criminalística.

“Este caso me obsesionó –dice–; no solo porque estábamos obligados a resolver el crimen y a llevar al asesino ante la justicia, sino también porque el poder del dinero no podía aplastar las leyes, ni comprar impunidad… Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida personal y profesional lo he hecho dentro de la ley; nada he hecho fuera de ella… ¡Nada! Y ese es mi mayor orgullo”.

Sonríe y levanta la frente con olímpica dignidad. Lástima para la justicia de Honduras que no todos son como Gonzalo Sánchez.

“Volvamos al caso” –dice, hurgando en el expediente viejo y amarillento.

A los dos meses, el departamento de robo de vehículos de la DIC encontró partes del carro de la víctima en un deshuesadero. Presionado, el dueño del taller confesó a quien se lo había comprado. Este, temblando de miedo, dijo que se lo robó en el estacionamiento de un centro comercial de Loarque, en la salida al sur. Este elemento le ayudó a Gonzalo a afianzar el caso.

“Dejaron el carro de la muchacha allí, y se fueron en el del esposo… Lo que me intriga es por qué escogió esa zona…”

Era hora de revisar la casa.

Cateo

Nadie había entrado a aquella casa en sesenta días. Se respiraba en ella la tristeza y el dolor.

“¿Qué debemos buscar?” –le preguntaron a Gonzalo los técnicos de inspecciones oculares.

“Un cuchillo grande, largo y ancho, para empezar; después, todo aquello que les parezca extraño… ¿Entendido?”

No tardaron en salir de la cocina con un cuchillo de carnicero, largo, de acero inoxidable, de mango de metal, fundido a la hoja, que era ancha, de punta fina y larga y afilada. Estaba en un portacuchillos de madera.

Gonzalo lo miró detenidamente. De pronto, arrugó los labios y llamó a uno de los técnicos.

“Quiero que examinés bien este cuchillo” –le dijo.

El técnico lo miró por largo tiempo. Al final, musitó:

“Le falta algo en el filo de la punta, una parte pequeña, como si se hubiera amellado en algo duro…”

“Amellado no –refutó Gonzalo–; es posible que haya chocado con algo duro, al ser lanzado con fuerza, y allí se le desprendió un pedacito del filo, algo en apariencia insignificante… Por lo demás, está limpio y en buenas condiciones”.

“¿Qué cree usted, abogado?” –le preguntó el fiscal.

“Tal vez este sea el cuchillo asesino…”

“¿Tal vez? –tembló el fiscal–. Creo que será mejor que esté seguro de lo que estamos haciendo en esta casa porque el papá del viudo amenazó con cortarme la cabeza…”

Gonzalo sonrió.

No se impresiona fácilmente.

“Creo que debemos exhumar el cuerpo de la víctima” –dijo.

“¿Qué está diciendo? ¿Exhumar el cuerpo?”

“Sí… Si encontramos en él la parte que le falta a este cuchillo, tenemos al asesino…”

Datos

Por supuesto, la exhumación no iba a ser algo fácil, sin embargo, los padres de la muchacha estuvieron de acuerdo y, después de media hora, el forense encontró en la primera vértebra de la columna lumbar, una fisura “que bien pudo ser hecha por un instrumento filoso que penetrara con fuerza en el cuerpo de adelante hacia atrás”. Y allí, incrustada, estaba una astilla pequeña de acero. Vista en el microscopio, era la parte que le faltaba al cuchillo encontrado en la cocina de la pareja.

“Ahora –dijo el fiscal, con una sonrisa de oreja a oreja–, presionemos a Interpol?.

Nota final

A eso de las once de la mañana, en una oficina de la Policía, en Roma, Italia, se recibió una llamada en la que un oficial de Interpol de Honduras decía que Fulano de Tal ya no era buscado por las autoridades hondureñas porque ya no se le consideraba sospechoso del crimen que se perseguía. Se había capturado al criminal. Y el esposo de la muchacha fue liberado. De Roma voló a Brasil, donde se supone que vive hasta el día de hoy. Sus suegros ofrecen un millón de dólares por su captura.

“Hasta que el asesino confiese, vamos a saber dónde la hirió por primera vez –dice Gonzalo–, dónde la desnudó, donde la hirió hasta quitarle la vida y dónde y cómo se deshizo de sus ropas, etc., etc. Pero el caso está resuelto. Dios quiera y el criminal pague su delito”.

“Pero, no me ha dicho por qué la mató”.

“Perdón, se me olvidaba. Entre las cosas del esposo encontramos los resultados de un examen de laboratorio. Decía que en la muestra analizada había semen y espermatozoides muertos… Creo que el marido tomó la muestra de la vagina de su esposa, mientras dormía; con un hisopo, tal vez… ¡Y encontramos al amante… que está seguro que era el padre de la criatura!”.

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