Este relato narra un caso real.
Se han cambiado algunos nombres.
Denis Castro Bobadilla, doctor, abogado y médico forense, se puso de pie despacio, apoyado en su bastón, y avanzó varios pasos hasta ponerse frente al estrado. Una vez aquí, saludó con una corta reverencia a los jueces, que le devolvieron el saludo, y dijo:
“Con el permiso del honorable tribunal, y en mi condición de consultor privado de la defensa, paso a exponer la verdad científica en este caso”.
“Puede comenzar, doctor Castro –le dijo el juez presidente–, y, como siempre, es un honor tenerlo en este tribunal”.
“Muchas gracias, señoría”.
Hizo Denis Castro otra reverencia y miró por un momento al fiscal del Ministerio Público, que acababa de retirarse a su lugar, después de exponer su acusación.
“Esta fiscalía va a demostrar –había dicho, levantando la voz, de la misma forma en que los pavos reales levantan la cola–, que el ciudadano Óscar Flores fue asesinado en la celda de la posta policial de Pespire el domingo 7 de enero de este año 2018”.
Hizo una pausa, miró al equipo de la defensa por un momento y algo parecido a una sonrisa apareció en su rostro.
Hechos
Era la mañana del 6 de enero de 2018; vecinos del caserío Condega, jurisdicción del pueblo de Pespire, en el departamento de Choluteca, denunciaron a la Policía que un “hombre desconocido” andaba por las calles, escandalizando y en estado de ebriedad. Respondiendo al llamado de los vecinos, dos policías requirieron al desconocido que, en estado de ebriedad, se resistió al arresto, mientras les decía:
“Soy de la MS. Soy de la MS”.
Los policías, luego de reducirlo a la impotencia, lo llevaron a la posta de Pespire, donde se lo entregaron al comandante de guardia, Gesuri Quintero, quien ordenó que lo encerraran en una celda, anotando en el libro de novedades que lo habían detenido “por escándalo en vía pública”. Sin embargo, a las once y treinta minutos de la mañana del domingo, Óscar Flores fue encontrado muerto en su celda. Estaba ahorcado, tenía una sábana alrededor del cuello y esta colgaba de una viga del techo de la celda.
“¡Este hombre se mató! –exclamó el policía–. ¡Se suicidó ahorcándose con esa sábana!”
“Hay que informar a la Jefatura de Choluteca”.
De la Jefatura les ordenaron llevar el cuerpo a Tegucigalpa, para que le hicieran la autopsia y así determinar las causas de su muerte.
“A este hombre lo mataron” –dijo el Ministerio Público.
Patología forense
Óscar Flores entró a la morgue como desconocido, sin embargo, los forenses no perdieron el tiempo.
“La causa de muerte de este hombre es homicida –dijo el forense–; primero, lo golpearon y lo torturaron, luego, cuando vieron que lo habían asesinado, lo colgaron de la sábana para aparentar suicidio, pero la causa de muerte es homicida”.
El fiscal agregó, luego de la exposición del patólogo: “Jamás el señor Óscar Flores presentó cuadros depresivos o manifestó siquiera rasgos o tendencias suicidas, por lo que descartamos que por su propia mano se haya quitado la vida. Además, honorable tribunal, vemos en las fotografías tomadas en la celda, en el momento en que se descubrió el cuerpo, que en esta escena no existe suspensión por gravedad, un hecho típico de las personas que se ahorcan, y que sus pies rozan el suelo, teniendo, además, las piernas flexionadas hacia atrás, por lo cual, es prácticamente imposible que el señor Flores se haya ahorcado”.
El fiscal tosió para aclarar la garganta.
“De lo que ésta fiscalía está segura, señorías, es que quienes tenían en custodia al hoy occiso, lo golpearon, lo torturaron y lo mataron; después, tratando de ocultar su crimen, lo colgaron de la viga del techo con la sábana, para simular un suicidio y así escapar de la acción de la justicia”.
En la sala se había hecho el silencio. La voz del fiscal resonaba entre las cuatro paredes, captando la atención del público.
Frente a él, en el sitio de la defensa, los dos policías acusados de torturas y homicidio se movieron inquietos en sus sillas. A su lado, los abogados defensores trataban de mantener la calma. Cerca de ellos, el doctor Denis Castro hacía anotaciones en una libreta.
Exposición
“Esta fotografía, señores jueces –siguió diciendo el representante del Ministerio Público–, nos demuestra la forma burda en que la víctima fue colgada del techo con la sábana en un desesperado intento por aparentar suicidio”.
La fotografía apareció ante todas las miradas, especialmente la de los jueces. En ella aparecía Óscar Flores con la sábana en el cuello, la cabeza hacia abajo y una parte de la lengua entre los labios.
“Y en esta fotografía –siguió diciendo el acusador– vemos que los pies de la víctima están apoyados en el suelo y que sus piernas están flexionadas hacia atrás, la izquierda adelantada un poco a la derecha, a la vez que las rodillas están muy cerca del suelo. Esto, por supuesto, es una representación fallida de un suicidio”.
Siguió a estas palabras un murmullo que se apagó de pronto ante la severa mirada del juez presidente.
El fiscal añadió, levantando un poco la frente, como si estuvieran a punto de coronársela con un ramo de laurel.
“En su rostro vemos claramente las marcas, las huellas que dejaron los golpes en el rostro de la víctima… Aquí están las fotografías forenses”.
Señales
Sobre el párpado derecho se notaba una coloración entre verde y celeste; sobre el izquierdo, la coloración era menor, pero destacaba una más intensa al inicio de la ceja, en la base de la nariz. Más arriba de la ceja derecha, a mitad de la frente, había una herida oscura, arqueada y de al menos una pulgada y media de largo, y en la sien del mismo lado tenía una especie de raspón de color ocre oscuro. El labio inferior estaba morado y en los pómulos se veían dos moretones más.
“Esto prueba, sus señorías –añadió el fiscal-, que el señor Flores fue golpeado y torturado en la posta policial y que a causa de los golpes y las torturas, falleció”.
Un nuevo murmullo, que duró unos segundos más que el primero, llenó la sala. Un mar de miradas severas cayó sobre los acusados.
Sangre
“Y esta fotografía, honorable tribunal –dijo, de pronto, el fiscal, levantando la voz con acento triunfal–, nos muestra el grado de salvajismo con que fue golpeado el señor Óscar Flores”.
Ante los jueces apareció una foto grotesca. El rostro de la víctima estaba bañado en sangre y la camiseta que vestía, en la parte del cuello, presentaba también manchas húmedas y sanguinolentas.
“Como vemos –añadió, después de un corto silencio–, los golpes provocaron en la víctima severas hemorragias”.
Denis Castro había levantado la cabeza, miró por un momento la fotografía que había acaparado la atención de todo el mundo y, despegando sus labios en una silenciosa sonrisa, volvió a sus anotaciones. Los jueces, que, en teoría no debían impresionarse, miraron por un momento al doctor Castro y, al ver su actitud, adoptaron de nuevo su conducta impasible.
“¿Cómo podemos llamar a esto, señores jueces? –gritó el acusador, mostrando una nueva fotografía en la que aparecían más claras las manchas de sangre que se habían convertido en una máscara sobre el rostro muerto–. ¿Es esto un suicidio? ¿Se quitó este hombre la vida, como aseguran los acusados? O, por el contrario, ¿es esta la prueba clara de que el detenido fue golpeado y torturado hasta causarle la muerte, provocándole antes hemorragias graves, como la que vemos en esta fotografía?
El rumor ahora fue acusatorio y las miradas que recibieron los acusados eran como agujas.
“En esta fotografía, señalada con el número 38, vemos nuevos golpes en la mandíbula del señor Flores, pero vemos, también, la marca que dejó en la piel de su cuello la sábana con la que supuestamente se quitó la vida”.
El hombre suspiró. Los jueces se acomodaron en sus sillas y el doctor Castro le dedicó una rápida mirada a la fotografía número 0038.
“Pero eso no es todo, señores jueces –añadió el digno representante del Ministerio Público–; tenemos en nuestro poder muchas evidencias fotográficas que demuestran los golpes y las torturas que llevaron a la muerte a este humilde ciudadano que no le hacía mal a nadie, que andaba caminando por las calles de la aldea Condega, de Pespire, si causar problemas ni parecer siquiera una amenaza contra alguien. Y son evidencias forenses contundentes que demuestran sin lugar a dudas el homicidio ejecutado en la persona del señor Flores”.
Virtudes
La acusación se extendió ampliamente. Dijo que Óscar Flores era un comerciante que viajaba a El Salvador, donde se encontraría con su padre, y que era un hombre pacífico, que no tenía problemas con nadie. Por estas razones, el crimen en su contra era doblemente abominable ya que se trataba de un ciudadano que mereció la protección de la Policía, pero en su lugar encontró torturas y la muerte.
“No sabemos si estaba bebido –dijo uno de sus amigos–, si lo bajaron del bus o si es cierto lo que dicen que se lo llevaron los policías, pero aquí el verdadero problema es que cómo mi amigo va a aparecer muerto y adentro de una celda de la Policía”.
“Exigimos justicia –dijeron algunos representantes de Derechos Humanos–, porque sabemos que el señor Flores fue torturado salvajemente antes de morir, lo cual se puede comprobar con las fotografías porque se nota en ellas que hasta tiene raspones y heridas en sus codos, así como en el resto del cuerpo”.
“Y ¿de dónde aparece esa cobija floreada en la celda?”
Denis Castro
El fiscal estaba al final de su exposición. Pronto le tocaría el turno a la defensa.
“Por este crimen, sus señorías –exclamó el fiscal–, pedimos para los culpables la pena máxima…”
El tercer murmullo alcanzó la intensidad de una gritería. Los jueces levantaron los rostros de piedra y el murmullo se apagó lentamente. Más allá, los acusados sudaban helado mientras Denis Castro cerraba su libreta de apuntes y tomaba su bastón. Había llegado su turno.
“Honorable tribunal –dijo, saludando con la mayor cortesía–, señor fiscal…”
El silencio era total. Denis Castro lo impuso con su sola presencia.
“La Medicina Forense, sus señorías –dijo, con acento sereno y fuerte–, es, como las matemáticas, una ciencia exacta, en la que no se admiten ni suposiciones ni errores de ningún tipo, ya que si esto sucede, la justicia no estará bien servida y los inocentes pueden ser condenados, o los culpables de un crimen pueden ser exculpados. Por esta razón, repito, la Medicina Forense es una ciencia exacta”.
El juez presidente movió la cabeza hacia adelante. El doctor Castro agregó:
“Vamos a demostrar, científicamente, que en el caso que nos ocupa estamos ante un suicidio, tan claro como la luz del día”.
El cuarto murmullo apareció y desapareció como una pavesa. Denis Castro añadió, sin perder la compostura.
Continuará la próxima semana.