Crímenes

Selección de grandes crímenes: El doctor Gilberto

Bien dicen que de todo hay en la viña del Señor
24.04.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Caso. Revisando en los archivos de don Jorge Quan, nos encontramos con este caso, y después de investigar un poco, dimos con el expediente y con uno de los detectives que lo investigó.

Es un caso interesante, algo extraño, y que ya forma parte de la historia oscura de Honduras: la historia criminal, que no podrá borrarse jamás. Como siempre, a don Jorge Quan mi agradecimiento sincero por su gran apoyo.

VEA: Grandes Crímenes: La cruz de la extradición

NIÑO

Hace ya muchos años, allá por el Barrio Abajo de Tegucigalpa, existió una radio, propiedad de una familia que también se dedicaba a la venta de madera. Un día, a la radio llegó un niño de unos siete u ocho años, vestido con harapos sucios, zapatos rotos, y delgado a causa del hambre que padecía.

Se acercó a uno de los dueños de la radio, que por casualidad salía en ese momento, y le dijo: “Señor, mire que yo soy moto, o sea, que no tengo papá ni mamá, ni familia, y ando aquí pidiéndole trabajo”. “Ajá -le dijo el dueño-, y ¿de qué puede trabajar aquí un niño tan pequeño como vos?” “Pues, puedo hacerle mandados, lavar los carros... limpiar y barrer...” “Ah, sí... ¿Y cuánto querés ganar?” “Pues, con que me dé comida es suficiente para mí”. “Está bien, para empezar... Y ¿cómo te llamás?” “Gilberto me llamo, señor... y algún día quiero ser doctor; por eso ando buscando trabajo, para hacerme un principal... Ojalá que usted pueda ayudarme”.

Se conmovió el dueño de la radio y dejó que el niño se quedara allí. Con el paso del tiempo, éste se ganó la confianza de la familia, y lo dejaban dormir en la radio. Le dieron ropa nueva, zapatos y buena comida, y Gilberto mejoró mucho. Y el dueño de la radio le decía “doctorcito”, por aquello que el niño quería ser doctor algún día. Sin embargo, cuando algo parece demasiado bueno, es que, en realidad, no es bueno, y llegó el día en que todo se derrumbaría para el “doctor Gilberto”.

Una noche, el dueño de la radio llegó a supervisar el negocio, como hacía cada cierto tiempo, y al entrar al porche, sintió un olor nauseabundo, como de animal muerto. Buscó por todas partes, hasta que en una esquina encontró un costal, sobre el que revoloteaban moscas negras y verdes. Se acercó, lo abrió, y encontró adentro cadáveres de gatos, de perros y de ratas, abiertos y costurados, y con las tripas de fuera.

Llamó el señor al vigilante, y este le dijo que el saco era de Gilberto; llamaron a Gilberto, y este se puso nervioso, no supo qué decir, y salió corriendo de la radio. No lo volvieron a ver jamás.

ADEMÁS: Crímenes: La trilliza que no murió (segunda parte)

TIEMPO

Un día, en las oficinas de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) se recibió una llamada anónima. “Señor -dijo el hombre que llamaba-, mire que aquí por El Manchén, cerca del mercado San Pablo, hay un brazo humano tirado en una cuneta...” Y así era.

Cuando llegaron los investigadores, se encontraron con un brazo, largo y seco, y el forense dijo que era el brazo de un hombre ya de cierta edad. Los policías iniciaron la investigación del caso, y pidieron ayuda al departamento de Dactiloscopia, para que los expertos en huellas digitales les ayudaran a identificar al dueño de aquel brazo.

Sin embargo, el proceso iba a ser lento porque el brazo, la mano y los dedos presentaban daños graves. “Pero no se ha descompuesto” -dijo uno de los técnicos. “Y eso es raro -dijo otro-; y parece como si estuviera disecado... o momificado...” “Vamos a ver si logramos conseguir una huella digital...” Pero hay cosas que es más fácil decirlas que hacerlas, y los técnicos se encontraron con más dificultades a causa del daño que tenía el brazo, “que se había secado como una pasa”.

PIERNA

Una semana después, en el barrio Buenos Aires, unos niños jugaban pelota. Cuando la pelota se salió del imaginario campo de fútbol, uno de los niños fue a traerla, pero se llevó una gran sorpresa. Allí, cerca de la pelota, estaba una pierna humana. Era la pierna de un hombre, ennegrecida y seca, y la habían tirado a la orilla de la calle de tierra.

Asustados, llamaron a dos adultos que pasaban por allí, y estos llamaron a la Policía. La DPI no tardó en hacerse presente. Cuando llevaron al laboratorio la pierna, se supo que era la extremidad izquierda de un hombre; recordaron entonces el brazo que habían encontrado en la cuneta una semana antes, y los biólogos lo compararon con la pierna. Pertenecían al mismo hombre.

El problema era que todavía no sabían quién era el hombre porque las huellas dactilares de la mano no estaban muy claras. “Estamos ante un loco que tiene guardada a la víctima -dijo un oficial de investigación criminal-; y se está deshaciendo del cuerpo por partes, seguramente para cuidarse de no trasladar un cuerpo entero y que alguien lo vea... Creo que es un criminal organizado...”

Pero en eso estaban cuando les avisan que en la colonia La Cañada hay un brazo tirado. Era el brazo de un hombre. Ahora, los detectives le pusieron nombre al caso. Lo llamaron “El caso del desmembrador”. En el laboratorio comprobaron que el segundo brazo pertenecía al mismo hombre, y se dieron cuenta que en esta mano había una o dos huellas digitales que podrían servir para identificar al dueño.

CUERPO

Pasaron dos días, y desde el barrio El Manchén llamaron a la DPI para decir que en una calle solitaria estaba tirado un cuerpo que solo tenía una pierna y la cabeza.

Cuando llegó la DPI al lugar, ya no tuvieron dudas. Se estaba enfrentando a un descuartizador, a un desmembrador cuidadoso y organizado “que había raptado a su víctima y, después de matarla, se había deshecho del cuerpo en partes para despistar a la Policía”. “Se trata de un criminal peligroso -dijo un oficial-, y estoy seguro de que va a atacar de nuevo”. “Tenemos que descubrirlo”. “Hay un detalle interesante en este cuerpo -les dijo el forense-, y es el hecho de que tiene una herida grande en el abdomen, la que está costurada con hilo quirúrgico”.

“Entonces, ¿podríamos decir que el asesino desmembrador tiene conocimientos médicos?” “La herida es limpia -respondió el forense-, pero no parece que la hayan hecho con un bisturí... Pero eso es algo que vamos a confirmar en la mesa de autopsias”. “Una pregunta, doctor...” “Dígame”. “Las costuras de la herida, ¿están hechas como las que hacen los cirujanos?” “Buen detalle -dijo el forense-; no. No son suturas de cirujano. Más bien, parecen costuras de sastre, pero están bien hechas, de modo que cierran perfectamente la herida”. “Otra pregunta, doctor...” “Ajá”. “¿La herida fue hecha antes o después de muerta la víctima?” “Después”.

“Entonces, podemos decir que el asesino mató a este hombre, y después jugó al doctor con la víctima...” “Y para deshacerse del cuerpo, tiró las partes por toda la ciudad”. “Lo dicho -exclamó el detective, de la misma forma en que Sherlock Holmes le anunciaba sus descubrimientos a su amigo, el doctor Watson-, es un criminal organizado, muy inteligente, y que lo mueve un motivo extraño, pero criminal”.

El forense se limitó a ver al detective, que pensaba así en voz alta, y se despidió.

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AMBROSIO

Una tarde, tres días después de haber encontrado el cuerpo, los técnicos de Dactiloscopia tenían el resultado de sus investigaciones. “Encontramos la huella digital del pulgar de la mano derecha -dijo uno de ellos-, y logramos identificarla, a pesar del daño que tenía... Es la huella digital de un hombre de cuarenta y seis años llamado Ambrosio”.

“¡Excelente! -exclamó el detective a cargo del caso-. ¿Qué más sabemos de él?” “Pues que solicitó su tarjeta de identidad en Danlí, El Paraíso, y que vive en una aldea llamada Plátano Verde...” “Ese es un buen dato para seguir con las investigaciones”. Los detectives estaban contentos. Poco a poco se iba armando el rompecabezas, y ahora que tenían un nombre y una dirección, era solo cosa de ir a visitar la aldea, preguntar por Ambrosio, y desenredar un poco más el misterio.

“Estamos más cerca del desmembrador” -dijo el detective a cargo de la investigación. “Es un hombre despiadado -dijo otro-. Lo raptó, sabe Dios por qué razones; lo mató, después de torturarlo, seguramente, y luego se divirtió con el cuerpo muerto, le abrió el abdomen, lo costuró, y después lo desmembró para dejar botadas sus partes por toda la ciudad”.

“Un caso raro, pero que vamos a resolver como que somos la DPI”. “Pero, el Director nos acaba de asignar la investigación de otro caso, y dice que es más urgente que el caso del desmembrador”. “Y ¿qué caso es ese?” “Una madre soltera denunció al pastor de su iglesia de haber violado a su hijo de apenas seis años de edad”.

“¿El pastor de la iglesia violó a ese niño”. “Sí; eso es lo que denunció la madre del menor”. “Y el pastor ¿qué dice? ¿Ya hablaron con él?” “Pues lo detuvieron hace unas dos horas, pero niega las acusaciones... Dice que la madre está poseída por el demonio de la mentira, y que es el diablo el que la está usando para hacerle daño a él, a la iglesia, y para llevársela a ella al infierno”. “Buena defensa la del pastor. ¿Llevaron al niño a Medicina Forense?” “Sí”. “¿Y?” “El médico dice que tiene señales de haber sido abusado... El problema aquí es que no será fácil decir quién fue el abusador, porque no hay restos seminales en el niño...”

“Pero con el testimonio del menor basta”. “Tal vez, pero si el pastor se defiende bien, va a poner en dudas al juez... ¡Ah!, pero el forense dice que encontró en el niño un vello púbico, lo que le pareció interesante. Seguro de que de algo servirá ese vello púbico en la investigación de este caso, el médico forense lo envió al laboratorio para que una bióloga que se llama Rosmeli, y que es una de las mejores biólogas del Ministerio Público, haga la comparación del vello púbico encontrado en el niño con los vellos púbicos del pastor. Si el resultado de la investigación de Rosmeli es positivo, pues, que se prepare el pastor para que le apliquen el Código Rojo en la cárcel... Ya va a saber lo que les pasa en prisión a los violadores de niños... Va a ser la mujer de todos los presos, hasta que se aburran de él, o lo maten”.

“Bueno -dijo el otro detective-, como decía doña Marcia Ramírez, la mamá de Godofredo Fajardo, el que hace lo que quiere, que espere lo que no quiere. Pero sigamos con el caso del desmembrador”. “Ya nos autorizaron el viaje a la aldea... Vamos a saber quién era Ambrosio...” “Y vamos a saber por qué lo mataron, y cómo es que su cuerpo terminó en pedazos...” “Y vamos a encontrar al criminal...” “Seguro”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...