Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El perdón de Dios

Cuando se juntan la envidia y la lengua, nacen la maldad y la tragedia.
13.02.2022

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.


LA TOÑONA.
Era un hombre de unos cuarenta años, solitario y malquerido por todos. Trabajaba como guardia de seguridad en una empresa en la que su papel principal era “evitar que se perdieran las cosas”, y por eso registraba minuciosamente a cada empleado, le hacía preguntas y lo veía a los ojos, seguro como estaba, de que también podía adivinar si alguien le mentía. Los jefes confiaban en él, y él se sentía como el pavo real, más crecido y más hinchado que un absceso lleno de pus.

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Viajaba todos los días desde su aldea, donde era menos querido que en su trabajo, pero a él no le importaba. Pero tenía un problema más grave que los otros, y era que necesitaba formar parte de algo, de los grupos, de los amigos, que no tenía, o de los compañeros de cantina.

Y, como se mete entre los seres humanos la miseria, así se metió Antonio, alias “la Toñona”, entre aquel grupo pequeño de amigos que bebían cada viernes unas cuantas cervezas, fumaban un par de cigarros y se contaban historias nuevas y viejas para pasar el tiempo después de los duros días del trabajo. Y entre ese pequeño grupo de amigos del cual quería formar parte “la Toñona” estaba Daniel, un hombre sencillo que no se metía con nadie, que era amigo de todo el mundo, y que tenía dos grandes debilidades: el amor por su esposa Juana, y las cervezas y el “Yuscarán”.

JUANA
Era una muchacha muy bonita, piel canela, alta y de pelo largo y liso, con un par de ojos que con una sola mirada eran capaces de detener un ejército. Tenía solo diecisiete años cuando conoció a Daniel, que tenía dieciocho más que ella. Pero cuando el amor se mete en el corazón como se mete en los pulmones el coronavirus, nada ni nadie lo detiene, no importan las edades y menos las clases sociales; y tampoco las amistades, porque Juana era la hija del mejor amigo de Daniel, y este la había visto crecer... Hasta que se enamoró de ella, y ella le correspondió con esa inocencia del más puro, sano y perfecto amor, como dice el pastor Olman Sabillón.

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Y así las cosas, llegó el día en que Daniel le pidió permiso a su amigo para visitar a su hija, y seis meses después, para casarse con ella.

Daniel era trabajador.
Tenía poco más de treinta manzanas de terreno, heredadas unas y compradas otras, y con un bonito río en medio. Cultivaba maíz, frijoles, sorgo y arroz, y cuidaba los árboles que le daban a sus terrenos un aire de paraíso. Pero, con todo esto, Daniel no era feliz. Estaba solo, trabajaba duro, y aunque prosperaba, la soledad no lo dejaba dormir por las noches, hasta que se enamoró. Y se casó.

TIEMPO
Dos hijos tuvo Daniel con Juana. La niña se casó a los dieciséis; el varón a los diecinueve. Daniel le dio una bonita parcela a su yerno, y le heredó en vida a su hijo, para que nada les faltara y pudieran criar a sus hijos sin problemas. Así es que Daniel y Juana se quedaron solos, después de veinte años juntos. Y Juana era más bonita cada día. La maternidad le asentó bien y Daniel se enamoraba cada día más. Ella no vivía más que para él. Sin embargo, empezaban a pasar algunas cosas que ponían a pensar a Daniel, y más, cuando “la Toñona” metía cizaña...

PALABRAS
Nadie estimaba a “la Toñona” más de lo que merecía, pero él necesitaba ser estimado. Se metió a la fuerza en el grupo de Daniel, y bebía con ellos cervezas y guaro. Pero, como era “platicador”, le dijo a Daniel un día: “Qué bonita se ha puesto tu mujer. Bien hermosa que está. Y vos ya te estás poniendo viejo. Sería bueno que la vigilés. Una mujer así acepta piropos de cualquiera, y más cuando el marido ya tiene los años que vos tenés”

.No dijo nada Daniel, pero a nadie le agradaron los comentarios de “la Toñona”. El problema era que no podían deshacerse de él ya que, siendo la cantina un lugar público y al que podía entrar el que era capaz de pagar lo que consumía, pues, “la Toñona” era tan bienvenido como cualquiera. Y en otra de esas pláticas, él se acercó al grupo con una cerveza en la mano. Había bebido de más, y se mostraba contento y conversador. Le dijo a Daniel: “Mirá, Daniel, yo sé lo que te digo; y te lo digo porque sos mi amigo”. “¿Y qué es lo que tenés qué decirme? Que yo sepa, no te he preguntado nada, y ya bien sabemos que cuando vos hablás, solo abrís la boca para decir tonterías”. “¡Ah no! Tonterías no. ¿O es que son tonterías que te diga que la Juana se ha puesto bonita y que lo mejor que podés hacer es que la cuidés?

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Miráte; vos ya estás reventado... Ya tenés más de cincuenta años y la Juana está muy bonita, en esa edad en que las mujeres desean que se les consienta”.“Mirá, Toñona -le respondió Daniel, tratando de reprimir su cólera-, no te metás más conmigo ni que tu boca mencione a mi mujer porque entonces nos vamos a hacer enemigos...”.“¡Ja! Enemigos por decirte la verdad... Sí que está bueno eso. Esos que están con vos no son tus amigos porque ven las cosas y no te dicen nada... Y a mí que te las digo, me ves como enemigo”.

“¿Y qué es lo que ves vos?”.“¿Es que no has visto que la Juana se pinta, se encrespa las cejas y se pone color en los labios? Y ¿cuándo había hecho eso? ¡Nunca! Si aquí todos la conocemos bien, desde niña. Pero vos no te fijás en eso. Y a mí me dijo doña Vicenta que la Juana hasta calzones de esos chiquititos ha comprado, y solo el diablo sabe para lucírselos a quién...”.Aquí Daniel no soportó más. Se fue contra “la Toñona” y le dio un puñetazo en el rostro. “La Toñona” cayó sobre una mesa, y dio un grito cuando vio que Daniel se le iba encima con un cuchillo en una mano, ebrio de cólera. Pero los amigos lo detuvieron.

“No te manchés las manos con un tipo como ese” -le dijeron-.Y Daniel hizo caso, “la Toñona” se fue de la cantina, y todo volvió a la normalidad. Como a eso de las once de la noche, Daniel se despidió de sus amigos, después de beberse casi un litro de “Yuscarán”.LA CASATodo estaba a oscuras en su casa. Un gallo cantó, los perros ladraban y un burro rebuznaba anunciando la medianoche. Hacía frío, y nubes negras tapaban el cielo, apagando la luz de la luna. Daniel caminó por la carretera, solo, pensando en mil cosas, y tardó en llegar. Juana estaba dormida. Ella sabía que los viernes él llegaba tarde, y no lo esperaba, Pero todas las noches ella se dormía de lado, y él cuando llegaba la besaba en la espalda, y le decía todo lo que la quería. Y a ella eso le gustaba.

Esa noche, Daniel llegó, la abrazó, le dijo algo que ella no escuchó porque estaba dormida, y la besó en la espalda. Y, de repente, la atacó con el cuchillo, una vez, dos veces, treinta veces, hasta que ella dejó de gritar de dolor y no se movió más. Daniel se durmió a su lado, empapado en sangre.

A la mañana siguiente se despertó, cuando ya se le había pasado la borrachera, y vio lo que había hecho. Empezó a gritar desesperado:“¡La maté! ¡La maté! ¡La maté!”.

Sus vecinos más cercanos llegaron corriendo, y también llegaron sus amigos. Encontraron a Juana muerta, con más de cincuenta heridas de cuchillo en la espalda, en el pecho, en el abdomen, en la cara... y sobre un lago de sangre seca. Y a Daniel empapado en sangre, llorando y desesperado. El cuchillo estaba cerca del cuerpo de Juana... Alguien llamó a la Policía. Daniel no intentó escapar.

“Me dejé llevar por los celos -le dijo a su hija-; perdonáme. ‘La Toñona’ me metió cosas en la cabeza, y yo creí todo... Soy un maldito... Soy un maldito... ¡Perdonáme, Juana! ¡Perdonáme!”

NOTA FINAL
Daniel confesó su crimen. Estará en la cárcel por treinta largos años, pero a él no le importa. Está muerto en vida. “La Toñona” desapareció de la aldea, y un día, desapareció también de su trabajo. Nadie lo ha vuelto a ver.“A esto llevan los celos -dice Daniel-, y las malas lenguas; las lenguas de las malas personas... Yo me dejé llevar por los celos, y maté a la persona que más he amado en vida... Por eso estoy aquí, y de aquí no voy a salir vivo. Y no me importa, Carmilla; no me importa... Ya estoy muerto en vida, y solo espero el perdón de Dios”.

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