TEGUCIGALPA, HONDURAS.-
MATANZAS. Los gritos se escuchaban con fuerza; era un coro desesperado de mujeres que morían en medio de las llamas que se agigantaban conforme caía sobre ellas más y más gasolina. Todo se quemaba a su alrededor. Las llamas lo destruían todo, mientras las mujeres clamaban por ayuda, una ayuda que jamás llegó. La piel se derretía como la cera, causando una tortura insoportable; la grasa de los cuerpos avivaba el fuego y quemaba la carne hasta carbonizarla, lanzando al aire un olor pestilente, en medio de los gritos de dolor y muerte.
Lentamente los cuerpos se deshacían, aparecían los huesos, estallaban los ojos, los cráneos asomaban entra las llamaradas que consumían el pelo como en un suspiro. Y las mujeres caían una sobre otra. Los gritos empezaban a apagarse. El fuego lo había destruido todo. La Muerte había triunfado.
Más allá, los gritos desesperados de las mujeres que escapaban de la barbarie. Y, entre este griterío, el estallido de los disparos, y más gritos; los gritos de las mujeres que morían asesinadas. Y las voces de sus asesinas, que les disparaban sin compasión.
“Les dijimos que nos las queríamos ver aquí, malditas basuras”.
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“No la creyeron, ¿verdad? Pues ahora se mueren todas...”
Las que corrían buscando refugio recibían las balas en la espalda, y caían de bruces, agonizantes, clamando a Dios con lo que les quedaba de fuerza. Entonces, las asesinas se acercaban a ellas, y les disparaban de nuevo, hasta que dejaban de moverse. La sangre brotaba de las heridas, hasta que el corazón se detenía. Pero había algo más. La crueldad, el odio, no se habían aplacado todavía. La sed de sangre aumentaba, y no se apagaría fácilmente. Entre dos mujeres levantaron piedras enormes y las dejaron caer sobre la cabeza de las que agonizaban.
Los huesos se rompieron, la masa encefálica se derramó en el suelo, la sangre, oscura, formó un charco alrededor... Y mientras el miedo lo dominaba todo entre aquellos muros, algunas saltaban a la tierra de nadie, tratando de salvar su vida. Las asesinas eran muchas, y se movían como comandos de la Muerte, disparando fusiles y pistolas, rociando más gasolina entre las llamas... Pero ya no había nada que quemar.
Veinticinco, treinta mujeres estaban muertas una sobre otra, irreconocibles, y se veían algunas manos, quemadas hasta los huesos, aferrándose todavía a los barrotes, entre los cráneos chamuscados.
“Se los dijimos que no las queríamos ver aquí”.
“Faltan más... Hay que matarlas a todas”.
Y los disparos sonaban con esa fuerza aguda que anuncia la muerte.
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“¿Qué podíamos hacer nosotras? -dijo una de las policías penitenciarias que custodian a las privadas de libertad de la Cárcel de Mujeres
-. Nosotras no tenemos armas... Y ellas, las asesinas, tenían fusiles R-15 y pistolas de 9 milímetros... Y se paseaban por los pasillos como si estuvieran en su propia casa... Cómo salieron de su propio módulo es algo que no sé... Cruzaron los pasillos, tenían llaves de los candados, llegaron hasta el Hogar Número 1, y abrieron con llaves... disparando y tirando gasolina, fósforos y papeles encendidos... Y todo se hizo un infierno de repente... Las mujeres empezaron a quemarse, sin poder escapar... Algunas se refugiaron en el baño, pero las siguieron hasta allí, y les dispararon varias veces, las rociaron con gasolina, y las quemaron... Es lo más horrible que he visto en mi vida... Pero... no es la primera vez”.
La mujer se limpia las lágrimas; está nerviosa, hay terror en sus ojos, y mira con desconfianza hacia todas partes.
“Los bomberos llegaron rápido -agrega-, pero, de nada sirvió... Había más de treinta mujeres quemadas... Yo las vi... Se les veían los huesos... A otras se les veían los dientes porque se les habían quemado los labios... Otras ya no tenían ojos... Se les veía un hueco negro que parecía que todavía podían ver lo que les pasaba a sus compañeras... Era como el infierno, donde dicen que uno se va a quemar eternamente...”
El poder del crimen
“Mire, Carmilla, aquí mandamos nosotros y siempre vamos a mandar nosotros... En la cárcel no hay más poder ni más autoridad que la de nosotros. ¿Cuál Julissa Villanueva? ¿Cuál Policía Militar? ¿Cuál Ejército? ¿Cuál Xiomara Castro? El que venga a las cárceles se pone claro, o se atiene a las consecuencias... Xiomara puede poner cien ministros, y aquí se va a hacer lo que nosotros digamos...”.
El hombre, de rostro serio, ojos brillantes y pelo cortado casi al rape, se acomoda en su silla, y bebe un poco de agua. A su lado hay hombres armados que están siempre alertas. Y lo mismo pasa en el otro lado. Son enemigos irreconciliables, y se han jurado la muerte.
“Pueden meter militares y policías si quieren, pero no van a encontrar nada... Y pueden trasladarnos a donde quieran, y siempre vamos a controlar las cosas como queramos... Por ahí dicen que Xiomara quiere llevarnos a las Islas del Cisne... Pues a las Islas del Cisne les vamos a llevar el infierno... Esta es la vida que nosotros escogimos, y así vamos a morir... Aquí nadie le tiene miedo a nadie...”.
Una sonrisa se asoma en el rostro de piedra de aquel hombre, y se hace el silencio, un silencio largo, como silencio de cementerio. Y es que ellos son señores de vida y muerte en las cárceles. Allí dominan con más poder que el de un presidente.
“El poder del crimen se manifiesta entre esos muros de forma despiadada y cruel, incentivados por los odios, que son más intensos conforme crece la rivalidad entre estos grupos”.
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El Comisionado calla. Tiene sus propias ideas acerca de lo que debe hacerse en las cárceles, pero, en realidad, nada de lo que se haga tendrá resultado positivo.
“La Presidente está desafiando a los criminales, y parece que no está bien asesorada. Puso a Julissa, y ella solo sabe de medicina forense. Hoy pone a la Policía Militar a controlar los centros penales, y se repite la historia, porque los militares ya tuvieron su oportunidad, y fallaron; y esto, porque los militares tampoco es que son puros o santos... Y tenemos pruebas de que cuando los militares dirigieron las cárceles, muchos se dejaron tentar por el dinero fácil de los delincuentes; y varios se enriquecieron... Pero a los militares nadie los va a investigar, porque tienen demasiado poder en Honduras. Hoy, la Presidente ve las mujeres muertas, y se conmueve; quita al ministro Sabillón, y nombra a mi general Sánchez, que nunca ha patrullado, que nunca ha estado en un operativo; que ha estado siempre detrás de un escritorio, y que ya fracasó como director de la Policía; pero, como es un activista de Libre, lo pone de ministro, y, sinceramente, deseo que mi general haga las cosas bien, porque el Crimen, así, con mayúscula, debe detenerse...”
Calla el Comisionado, y sonríe. Es una sonrisa triste.
“Yo escuché a un Ministro de la señora Presidenta decir que por qué se hacía tanto escándalo por cincuenta delincuentes muertas. Y el ministro dijo que la Presidente no sabe a cuántas personas mataron esas mujeres, a cuántos extorsionaron y les vendieron droga...”.
El Comisionado hace una pausa.
“Yo no estoy de acuerdo con eso... Son seres humanos... Si cometieron delitos, pues que se les aplique la justicia; pero referirse a ellas de esa forma, solo demuestra el grado de deshumanización que hay en mucha gente del gobierno...”.
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Amenazas
Toda moneda tiene dos caras. Y este hombre, vestido como si fuera a una fiesta, sentado ante un plato de pollo con tajadas y un litro de Pepsi, dice: “Cuando las puertas de las cárceles de Honduras se cierren detrás de usted, debe perder toda esperanza. Usted está entrando al infierno. Allí no domina el diablo. Allí mandan los toros del Crimen.
Ellos deciden quién vive y quién muere. Y no hay militares o policías que los domen. No hay Julissa ni generales, porque esa gente no le tiene miedo a nada ni a nadie. Y de esto que le digo hay pruebas.
Un teniente coronel que dirigía la cárcel de varones de Támara se presentó como Tesón, duro, incorruptible... Y, un día, vio en su escritorio un sobre amarillo. Adentro había fotos de su familia, de su esposa en la casa, de los hijos en la escuela... Y el poderoso militar se ablandó... Así trabaja esa gente...”.
Justicia
Si alguien entiende qué significa la palabra justicia para las mujeres asesinadas en CEFAS, debería explicarlo. Porque no hay un concepto que se aplique a las personas que las mataron. Ni les interesa.
“Les vamos a dar el vuelto -dice, furioso, un toro que perdió a una de sus hermanas-; y ni el gobierno ni la Presidenta ni los policías militares, ni nadie lo va a evitar... Es la guerra... Ellos matan... Nosotros también... Ellos también se mueren”.
Nota final
El Comisionado se levanta de su silla, pensativo.
“Mi general Sánchez es político -dice-, y no tiene nada de operativo. Le corresponde a mi general Aguilar Godoy llevar a la Policía por el mejor camino. Mi general Aguilar Godoy es un buen oficial, una buena persona, y la mayoría confiamos en él... Pero eso no es suficiente para detener la ola de criminalidad que arrasa vidas en Honduras... Y no es culpa de la Policía... Es en la casa donde se forman los valores que definen lo bueno o lo malo que han de ser las personas...
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Aunque quiero que mi general Aguilar Godoy tenga éxito, sé que tendrá un trabajo difícil; pero es policía, y el buen policía no se corre ante las dificultades. Por desgracia, sabemos, por el trabajo de Inteligencia de la Policía que se van a dar nuevos problemas en las cárceles... Y ese es el vuelto que anunciaron... Esto no se va a detener con policías militares. No se va a detener quitando a un ministro y poniendo a otro.
No se va a detener hasta que no se separen estos dos grupos, y tengamos policías penitenciarios honrados... lo que me parece imposible, porque con lo que ganan, las tentaciones son fuertes, y se prestan para muchas cosas, como meter fusiles y hasta granadas a las cárceles... Y el gobierno de doña Xiomara ya no tiene tiempo para llevar la paz a los centros penales...
La fuerza no sirve, porque, a la fuerza de los militares y de los policías se opone el dinero, y mucho dinero... Y en las cárceles hay un dicho: Jura que no se vende, debe ser eliminado”.Mientras tanto, cuarenta y seis mujeres fueron asesinadas sin compasión...
Y, como dijo la hija del general Sabillón: “La historia se repite”. Y se repetirá muchas veces más. Y el que no crea esto, que revise el pasado... Las cárceles de Honduras siempre han sido un infierno que no se apagará jamás... Y el que entre allí, debe perder toda esperanza.
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