TEGUGICIGALPA, HONDURAS.-
CASO. Una mañana de diciembre de 2009, policías al servicio del narcotráfico asesinaron a balazos al general Julián Arístides González, director de la Dirección de Lucha contra el Narcotráfico del Ministerio Público. Después se supo que el jefe de “Los Cachiros” fue quien ordenó su muerte “porque este hombre terco ni se rinde ni acepta dinero. Entonces, hay que darle balas”.
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Dos años después, policías sicarios mataron a Alfredo Landaverde, asesor en el Congreso Nacional y viejo luchador contra el narcotráfico en Honduras. El jefe de “Los Cachiros” confesó que fue él quien mandó a asesinarlo.
Tiempo antes, policías insensibles, dirigidos por un oficial que jamás mereció vestir el sagrado uniforme de policía, habían matado a Rafael Alejandro Vargas Castellanos, hijo de la rectora de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH), y a su amigo Carlos Pineda, hijo de mi buena amiga doña Aurora de Pineda. Y todo esto en una espiral delincuencial que tenía como actores principales a policías activos que hacían de todo por enriquecerse.
Fue por esos días que se descubrió que había un cartel llamado “el Cartel de La Granja”, formado y dirigido por policías. Pero esto era solo la punta de la madeja. Por todas partes empezaron a conocerse historias de policías delincuentes. Desde el que exigía una “mordida” en la calle al que violaba la Ley de Tránsito hasta el mismísimo director de la Policía, que llamaba a sus delegados en los departamentos “más productivos” para pedir, y hasta para exigir, su cuota de dinero sobre el tráfico de drogas, tráfico de armas, contrabando, ganado robado y otras maravillas más. Y prueba de esto es la llamada que recibió María Luisa Borjas, de parte del director de la Policía, para decirle que “ella solo pedía y pedía, pero que no mandaba nada”.
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El señor director se refería a su cuota semanal sobre los dineros mal habidos en el departamento de El Paraíso. María Luisa Borjas, que entendió bien a su jefe, le dijo que si lo que pedía era dinero, si ella le mandaba del suyo, o sea, del que ella ganaba legalmente en su puesto, se quedaría corta, porque no le ajustaba. El director cortó la llamada, y al día siguiente cambió de puesto a María Luisa. Esta mujer, que llevó dignamente el uniforme, es una de las escasas policías que pueden levantar la frente con orgullo, y decir, con alegría: “Por la gracia de Dios, soy policía”.
Por desgracia, en aquellos años oscuros, la Policía estaba podrida, prácticamente. Y tan podrida que una vez un comisionado que estaba asignado a cierta ciudad apareció en una muy lejana, con varios hombres a su mando y en carros de la Policía. Dijo, para explicarse, que estaba en misión, y que tenía conocimientos de que en cierta parte de ese departamento caería una avioneta cargada de droga. Mil quinientos kilos, para ser exactos. Y que él estaba allí para decomisar la droga y para detener a los criminales. Y para demostrar que no mentía, y que era un oficial de policía digno de confianza, valiente y capaz de sacrificarse por la seguridad de su patria, les enseñó a los medios de comunicación una de sus patrullas “pasconeada” a balazos.
Tenía tantos agujeros la patrulla que parecían incontables; pero lo que demostraban aquellos agujeros de bala era la situación terrible en la que se encontraron los policías al enfrentarse a bala viva contra los narcotraficantes. Un combate que ni siquiera se dio en la Segunda Guerra Mundial. Afortunadamente, ni un tan solo héroe de la Policía resultó herido. Sin embargo, y a pesar del “gran sacrificio” de los uniformados, los delincuentes aterrizaron la avioneta, descargaron la droga, la cargaron de combustible, supuestamente cargaron maletas llenas de dinero en ella, y despegó después, mientras los valientes policías se enfrentaban con los maleantes. Nada más heroico.
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Pero había una verdad que se iba a saber pronto. Y es que el comisionado de policía nada tenía que hacer tan lejos de su zona, que no tenía autorización para que las patrullas que usaba salieran del departamento al que estaban asignadas, y que sus elementos no tenían ningún deber qué cumplir más allá de los límites a los que estaban asignados. Pero había algo más. La patrulla, que quedó inservible, por supuesto, después del millón de balas que recibió, no fue atacada por los narcotraficantes.
Es más, ni siquiera hubo un tiroteo cuando aterrizó y despegó la avioneta. Lo que pasó es que el comisionado ordenó que perforaran a balazos la patrulla para demostrar que estaba en misión, y que se había enfrentado a los delincuentes. En resumen, fueron los mismos policías los que agarraron a balazos a su propia patrulla. Y algo más, todavía. El comisionado se hizo rico, y varios de sus compañeros terminaron con fincas de café, con haciendas y con casas de alquiler. Y hasta el día de hoy, viven felices en esta infeliz Honduras.
Dólares
Por supuesto, no podemos hablar de la podredumbre que había en la Policía Nacional en aquellos horribles días sin recordar los costales de dinero que se perdieron el día en que capturaron a los hermanos Valle Valle. De la noche a la mañana, un policía le compró una casa a su mujer, otro se compró una hacienda, y así, así...¿Qué había pasado en Honduras? ¿En qué estaban fallando las autoridades para que tuviéramos una Policía Nacional tan corrupta? ¿Qué tenían que hacer los poderosos para limpiar a la Policía de sus malos elementos?
No es justo que los encargados de velar por la seguridad del pueblo se conviertan en enemigos del pueblo. Y muestra de esto es que, una vez, una mujer se detuvo ante un semáforo en rojo, y a su lado se detuvo una moto con dos policías. La mujer se puso histérica. Le dijo a su esposo que les diera todo a los policías porque si no los iban a matar. Hasta allí habíamos llegado. Fue entonces cuando Juan Orlando Hernández propuso la depuración de la Policía.
Era como enfrentarse a un monstruo de mil cabezas, capaz de lo peor, pero alguien tenía que hacerlo, y la depuración empezó. Por supuesto, nada en este mundo es perfecto, pero la depuración dio resultados. Y aunque pagaron inocentes por culpables, la Policía empezó a profesionalizarse, a ganarse la confianza de la gente y a bajar los índices de violencia que ponían a Honduras como el país más violento y peligroso del mundo entero.Hubo un tiempo en que era “maravilloso” ser policía, “porque podían enriquecerse en un par de años”.
Es la verdad. Y en esos días, a los policías honrados, porque eran la mayoría, hay que decirlo, los veían como bichos raros. Muchos de ellos fueron asesinados por sus propios compañeros, a los que investigaban porque “había que limpiar a la Policía de las manzanas podridas”. Muestra de esto fue la muerte de Walter Romero y de Galdámez, dos buenos policías que solo quisieron hacer bien su trabajo, porque “era su deber para con la sociedad y para con Honduras”.
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Hoy
Está claro, como dijimos antes, que nada humano es perfecto. Siempre habrá malos elementos en la Policía de los hondureños. Pero como siempre dijo don Óscar Álvarez, “los buenos son más”, y son esos policías buenos los que hacen la diferencia. Pero hay que seguir limpiando a la Policía. Hay que devolverle la confianza a la sociedad. Hay que evitar que volvamos a aquellos tiempos en los que ver a un policía causaba miedo. La sociedad espera lo mejor de sus policías.
Ya no está Juan Orlando, que sí tuvo las agallas para enfrentarse a la criminalidad, empezando por depurar a la Policía. Pero los que están deberían seguir con ese legado en beneficio de la sociedad, porque la delincuencia ya no se aguanta, porque muchos policías siguen exigiendo dinero a los migrantes, por ejemplo, agarrando dinero a los que violan las leyes de tránsito, y solo Dios sabe en qué más están metidos. Y Honduras merece una Policía honesta, capaz, dedicada a servir a la población y a darle seguridad a Honduras.
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Homenaje
Quiero dedicar este caso a un buen amigo, a uno de los más grandes y sinceros apoyos que ha tenido Carmilla Wyler desde sus comienzos. Este buen amigo es Raúl Rolando Suazo Barillas.Mientras escribo estas líneas, Raúl Suazo está en Tanzania, en la meseta donde se levanta, imponente y coronado de nieve, el Kilimanjaro.
El abogado Suazo va a escalar el Uhuru Peake, la cumbre más alta de las tres que forman esta montaña. Y lo hará en su propio nombre, y en nombre de Honduras, la patria que lleva en el corazón y cuya Bandera ha de ondear, por primera vez y para siempre en la historia, sobre la montaña más alta de África. Y para Honduras debe ser un honor, porque en estos tiempos difíciles que el nombre de nuestro maravilloso país suene en el mundo con hazañas como la del abogado Suazo es una muestra de que Honduras puede y debe ser vista positivamente.
Por eso, estas líneas sinceras para mi buen amigo, deseando que Dios vaya con él en cada paso, en cada metro hacia la cima del Kilimanjaro, y para que su nombre y el de Honduras queden grabados para siempre entre los valientes que conquistaron esta montaña incomparable.