TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Ministro. La oficina es sobria, fresca, silenciosa y acogedora. El problema son las gradas que tengo que subir para llegar hasta ella. Una grada a la vez. Subo ayudado por uno de mis hijos y por dos policías de las Fuerzas Especiales, y es un ascenso lento, difícil y verdaderamente agotador. El marcapasos funciona a la perfección, pero mi corazón ya está cansado, y se esfuerza por mantenerme con vida. La cardiomegalia es uno de mis mayores problemas, unida al sobrepeso. Pero, hay que seguir adelante. La vida sigue, y hay que vivir cada segundo.
Al final de las gradas está la antesala. Allí tengo que descansar unos largos cinco minutos, sostenido por uno de los policías, mientras el otro abre la puerta de vidrio, y Samuel, mi hijo, que pronto será médico, me dice que espere a que se normalice mi respiración y que el corazón vuelva a su ritmo normal. Es en este momento en que vuelvo a darle gracias a Dios por seguir con vida.
Detrás de la puerta, a mitad del pasillo que lleva a la oficina, me espera el general Ramón Antonio Sabillón, con una sonrisa, dándome ánimos para que siga. Se ha quitado el saco, se aflojó la corbata, y se ve relajado, a pesar de la enorme responsabilidad que lleva en los hombros: la seguridad de todo un país. Él me sostiene mientras me siento, y después de que nos sirven el almuerzo, me dice:
“Le pedí que viniera porque tengo un caso muy interesante qué contarle”.
La muchacha sirve vino de arrayán en dos copas. El General, continúa:
“Los detractores de la Policía, los detractores del Ministerio de Seguridad, se equivocan cada día más. Hay quienes dicen que la Policía es más lo que inventa que lo que investiga, pero, la verdad, es que trabajamos todos los días para darles seguridad a los hondureños... Por supuesto, no tenemos varita mágica para resolver todos los crímenes de una sola vez, pero tenemos buenos resultados. Además, no podemos ponerle un policía a cada ciudadano para evitar que cometa un delito, porque ¿cómo vamos a evitar que un hombre, despechado porque su novia ya no quiere estar con él, la mate, la meta en una maleta y la vaya a tirar cerca de un río? ¿Cómo podemos evitar que un sicario asesine a alguien que lleva cinco y hasta diez años traficando droga, y que de repente falle y sea condenado por sus jefes mafiosos?”.
Hace una pausa, parte un pedazo de pollo, y toma un poco de ensalada. Luego, agrega:
“Somos la Policía Nacional; somos la Policía de los hondureños; somos el Ministerio de Seguridad, y hacemos nuestro trabajo sacando extorsionadores de las calles, investigando y capturando asesinos, vigilando y sacando de circulación a traficantes, y tenemos equipos especiales detrás de los llamados grandes toros del crimen organizado y del narcotráfico, y les vamos ganando batalla tras batalla; pero siempre queda mucho por hacer... Pero, los hondureños pueden confiar en qué, como ministro de Seguridad, estoy haciendo todo lo que está a mi alcance para que todos vivamos en paz...”.
Hace una nueva pausa.
“Hace poco -sigue diciendo- desapareció una muchacha. Otra muchacha, mejor dicho; y me interesé en este caso, como en todos los de muchachas desaparecidas... Sin embargo, este caso tenía algo especial; un detalle en el que no se habían fijado los investigadores, y que me llamó mucho la atención...”.
EL CASO
“La familia denunció que Carla, así vamos a llamarla, desapareció en la carretera que lleva a Olancho, y la Policía estaba segura de que la desaparición sucedió en algún punto entre el Crematorio Municipal y Talanga, porque la última cámara de seguridad que captó el vehículo está después del crematorio. Nunca llegó a Talanga; y ella viajaba sola hacia Catacamas. Hacía ese viaje cada quince o veinte días, a visitar a sus padres, ya ancianos”.
Así era. Las cámaras de vigilancia que hay en la entrada a Talanga no captaron nunca el paso de la camioneta Hyundai de la muchacha.
“Creemos -dijo el general Sabillón, después de unos segundos de silencio-, que fue interceptada en alguna parte solitaria de la carretera, entre las tres de la tarde, que fue la hora en que la captaron en la salida a Olancho, y las cuatro y treinta, que es la hora en que debería haber llegado a Talanga... Y del vehículo no se sabe nada”.
LA VÍCTIMA
Tenía treinta y seis años, era licenciada en Enfermería, y trabajaba en un hospital privado. No tenía hijos, y después de vivir en pareja con un hombre veinte años mayor que ella, regresó a vivir con sus hermanos, y retomó la relación con sus padres, que se había deteriorado a causa de aquella relación que ellos no aprobaban; una relación que empezó cuando ella tenía dieciséis años, el tiempo en el que entró a la Universidad.
“Estuvo con ese hombre dieciocho años -dijo su hermano mayor-; pero, se separaron porque él la acusó de haberlo engañado con otro hombre... Eso fue hace dos años... Ella volvió con nosotros, y viajaba con frecuencia a ver a mis padres, tratando de darse tiempo para retomar su vida... Y, si es cierto lo del engaño, yo no lo sé; pero, la verdad es que el hombre la corrió de la casa donde vivían, y ella trajo todas sus cosas... Por supuesto, estaba muy afectada”.
“Usted dice que esa separación sucedió hace dos años” -le preguntó el oficial encargado de la investigación del caso.
“Poco más de dos años” -respondió él.
“Y ¿quién es el hombre?”
“Se llama Santos...”
“Vamos a hablar con él”.
SANTOS
Ya es un hombre mayor, de cincuenta y seis años, abogado de profesión, aunque no ejerce como tal, y que dedica su tiempo al negocio de bienes raíces y a exportar fruta hacia El Salvador.
“No volví a ver a esa mujer -les dijo a los policías-; y no deseo saber nada de ella”.
“¿Por qué razón?”
“¿Estaría usted alegre de ver a la mujer que le pagó mal, después de haberle dado todo, y de haberla querido como a nadie en la vida... Supongo que no... Pues, ese es mi caso... En dos años y cinco meses que tengo de haberla descubierto engañándome con otro hombre, no he vuelto a verla, ni a saber nada de ella... Y, en realidad, no me interesa”.
“¿Sabe que está desaparecida?”
“Como ya le dije, señor policía, no me interesa nada de ella”.
“Usted podría ser uno de nuestros primeros sospechosos de su desaparición”.
El hombre no mostró ninguna emoción.
“¿Por qué?”
“Pues, porque usted tiene razón y motivos para querer vengarse de ella... Por el engaño”.
“Entiendo... Si pueden probar eso, ya saben dónde pueden encontrarme... Casi siempre estoy en mi casa de El Hatillo, o aquí, en mi oficina...”.
“Cuando usted se dio cuenta que ella, supuestamente, lo engañaba, ¿cómo reaccionó usted?”.
“No es supuestamente, señor. Lo confirmé. Y sí, me dolió mucho. Estaba triste, desesperado, dolorido, airado, con cólera... Pero, no hice nada contra ella... No lo hice, y prueba de eso es que llegó sana y salva a la casa de sus hermanos, que llegaron a traerla a mi casa, y hasta le ayudaron a sacar sus cosas... Después de eso, no la he vuelto a ver; y no deseo verla... Puedo probar todo lo que les estoy diciendo”.
“Bien -le dijo el oficial-, ahora, ¿puede decirnos dónde estaba usted antier, sábado, a las tres de la tarde?”
“Aquí, en mi oficina...”
“¿Quién puede corroborar eso?”.
“Mi secretaria, mis empleados, las cámaras de vigilancia...”.
“Y ¿a qué hora salió usted de su empresa?”
“A eso de las siete de la noche. Allí están las cámaras, y los dos guardias que quedan en turno”.
“¿Qué hizo después de salir de la oficina?”.
“Manejé hasta un Subway, compré comida, y me fui a mi casa... Pueden confirmarlo. Llegué a eso de las ocho y minutos”.
“¿Con quién vive usted?”
“Por ahora, estoy solo... Mi compañera está de viaje en Estados Unidos... por cuestiones médicas”.
“¿Sola?”
“Sí. Yo viajo la próxima semana, para estar con ella”.
“¿Hace cuanto está con su nueva esposa?”
“No estamos casados todavía; pero, tenemos un año y días de estar juntos”.
“¿Hace cuanto tiempo viajó su esposa a Estados Unidos?”
“Hace dos semanas”.
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EL GENERAL
El general Sabillón detuvo el relato. La comida estaba helada, y pidió que la calentaran un poco. Es un hombre entusiasta que, aunque ocupe el cargo de ministro de Seguridad, que es un cargo civil, no dejará de ser policía nunca. Le apasiona la investigación criminal, y está seguro de que en su administración bajará considerablemente la mora investigativa heredada en la Dirección Policial de Investigaciones (DPI).
“La investigación criminal es la columna vertebral de la Policía Nacional y de la justicia -dice-, y yo tengo el compromiso de que cada día mejore la investigación en Honduras... Hoy pasamos por tiempos difíciles, pero las cosas van mejorando... Tenemos una Policía profesional, una Dirección de Investigación científica, y tenemos buen personal, al que estamos apoyando más y más para que la seguridad sea efectiva en Honduras... Por supuesto, todo esto con el apoyo de la presidenta, y con la ayuda de Dios”.
Empieza a comer de nuevo. Yo, que solo escucho, ya dejé limpio mi plato, en el que había poca comida, debo decirlo.
“¿Dónde estaba Carla?” -preguntó de pronto, poniendo el tenedor en el plato.
Yo lo miré esperando la respuesta. Le brillaban los ojos a causa del entusiasmo.
“El ser humano es complejo -agregó-, es perverso de corazón, y no olvida el mal que le hacen; y solo Dios limpia a personas así... Hacía dos años que la muchacha se separó de su compañero de veinte años, y durante todo ese tiempo, estuvo tranquila, trabajando, estudiando y visitando a sus padres... Pero, de repente, desaparece, su carro desaparece, y nada se sabe de ella.
La última llamada que hizo se captó en la salida a Olancho, cerca de la colonia Cerro Grande... Después, no se sabe nada del teléfono... Nunca contestó las llamadas... El teléfono estaba apagado... Entonces, les dije a los agentes, a los muchachos que investigaban el caso: ¿Quién tenía interés en hacerle daño a esta mujer? Ella no tenía ninguna relación sentimental, no después de haberse separado del abogado; y los policías tenían que investigar un poco más, pero regresando dos años atrás... Tenían que saber con quién, supuestamente, lo engañó, y de allí, seguir el hilo de la madeja...”
El general Sabillón se arrellanó en el sillón, suspiró, y me dijo:
“Los muchachos son buenos investigadores. Les dije que hay hombres que nunca perdonan ciertas cosas, y un engaño, una infidelidad, es una de esas cosas... Yo sospechaba del abogado, y por ahí debían seguir la investigación... Aunque el abogado tenía una coartada perfecta... Y no es que yo estuviera diciendo que él fuera el asesino... Pero, había pasado un mes de la desaparición de la muchacha, y no se sabía nada se ella, ni de su carro... Por desgracia, como policía, yo estaba seguro de que ella estaba muerta, y que había sido víctima de un crimen bien planificado; un crimen perfecto...”.
El General tomó su copa, sorbió un trago largo de vino de arrayán, y siguió diciendo, con el mismo entusiasmo brillando en sus ojos; “entusiasmo de policía”, como él mismo dice...
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA
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