Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El misterio del niño desaparecido (PARTE II)

“Perder un hijo es lo peor que le puede pasar a alguien”
21.07.2024

RESUMEN. Un niño de once años, al que llamaban Lalo, desapareció después de salir de clases en la escuela que estaba cerca de su casa. Su maestra de sexto grado dijo que Lalo estuvo en el aula toda la mañana, y que salió a las doce, como todos los días. Su madre les dijo a los detectives de la Dirección Nacional de Investigación (DNIC) que no había llegado, como era su costumbre. Y, al día siguiente, Lalo seguía sin aparecer. Los policías empezaron a investigar su desaparición. Nadie sabía dónde estaba el niño. Nadie sabía qué era lo que le había pasado. Sin embargo, su madre, tenía miedo de que a su hijo le hubiera pasado lo peor...

DNIC

Después de entrevistar a los maestros y al vigilante de la escuela, los detectives sintieron que no avanzaban nada. Entonces, decidieron hablar con algunos de sus compañeros, especialmente con aquellos que eran más cercanos a Lalo. Pero, nadie decía algo que pudiera servirle a la Policía.

“Si vos sabés algo -le dijo a uno de sus amigos-, decinos qué es... Mirá que a Lalo puede pasarle algo malo”.

El niño estaba con la cabeza baja. No quería decir nada. Los policías sospecharon que algo sabía, pero que tenía miedo de decirlo.

“Lalo siempre andaba pisto -dijo, al fin de un largo rato en el que los policías hasta le rogaron que les ayudara para poder ayudarle a su amigo-; dos, tres y hasta cinco lempiras... Él me los enseñaba”.

“Y ¿te dijo de dónde sacaba el dinero?”.

“Solo me dijo que él hacía mandados, y que por eso se ganaba el billete”.

“¿Qué más te dijo?”.

“Que cuando fuera grande, iba a ganar más, para sacar a su mamá de la pobreza”.

“¿Eso decía?”.

“Sí”.

“Y, ¿vos le creías? O sea, ¿le creías que aquel dinero se lo ganaba haciendo mandados?”.

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“Pues, no sé... A mí no me importaba eso... Pero, como le dije a mi mamá, ella me dijo que es que a lo mejor Lalo no andaba en buenas cosas, y que mejor me apartara de él... Usted sabe cómo son las mamás”.

“Y, ¿te dijo tu mamá en qué cosas malas podía andar Lalo?”.

“No”.

Eso fue lo único que pudieron sacar de la escuela. La mamá de aquel niño no dijo nada nuevo, y no quiso meterse en problemas. Mientras tanto, era el tercer día de la desaparición de Lalo, y los policías estaban como al inicio. Sin embargo, se hacían algunas preguntas.

“Si Lalo no trabajaba, si era un niño, y si su mamá le daba todo, ¿de dónde sacaba el dinero que le mostraba a sus amigos?”.

“Según la mamá, Lalo salía a jugar pelota, pero no era todos los días; y casi siempre estaba en su casa... Entonces, ¿de dónde salía el dinero?”.

“Y la mamá de uno de sus compañeros dice que ella sospechaba que Lalo no andaba en buenas cosas”.

“¿Robaba?”.

“No lo creo, porque mucha gente lo hubiera reconocido como ladrón”.

“Entonces”.

“No sé. Pero, es algo que debemos averiguar, y la pista mejor que tenemos es el dinero. Y tanto, que una semana antes de desaparecer, le llevó provisión a su mamá por más de cien lempiras, y le dio treinta en efectivo... Más o menos ciento treinta o ciento cincuenta, si asumimos que él se quedó con alguna cantidad de dinero para su propio uso... Y ciento cincuenta lempiras es mucho dinero para un niño... Así que, ¿de dónde lo sacó? ¿Qué mandados hizo para ganarse ese dinero? Y, si no andaba en nada malo, ¿por qué desapareció? ¿Quién o quienes se lo llevaron? ¿Dónde está ahora?”.

“Seguramente, Lalo está muerto
-dijo uno de los detectives-. Si hasta ahora no ha aparecido, lo más seguro es que quienes se lo llevaron, fue para matarlo”.

“Supongamos que se lo llevaron; que él no se fue a ninguna otra parte por su propia voluntad”.

“Ajá”.

“¿Por qué se lo llevaron?”

“Por algo que él hizo; o que no hizo bien”.

“Por algo que se robó”.

“Es posible”.“Los ciento cincuenta lempiras de la semana antes de que desapareciera”.

Siguió a esto un silencio largo y pesado. Todos pensaban, y pensaban lo mismo.

“Lalo no andaba en nada bueno”
-dijo uno de los detectives.

“Siempre andaba dinero, lo cual es extraño en un niño pobre de once años, y cuya madre se dedica a vender tortillas”.

“Entonces es que Lalo...”

“No nos adelantemos”.

“¿Qué vamos a hacer?”

“Vamos a ir al barrio de Lalo, con su foto, a preguntar si lo han visto”.

INVESTIGACIÓN

Los agentes fueron a las pulperías, a las carnicerías, a las paradas de bus y de taxi, y a las barberías. Algunos dijeron que sí lo conocían, porque era uno de los niños del barrio; pero no dijeron nada más.

“El único que se puso nervioso fue el barbero” -dijo uno de los agentes.

“Lo mismo me pareció a mí
-respondió uno de sus compañeros-. Por eso le dije que viera bien la fotografía, porque ese niño estaba desaparecido desde hacía diez días, y queríamos encontrarlo, aunque fuera muerto... Y cuando le dije esto, el hombre miró para otro lado, y se puso nervioso. Creo que ese hombre sabe algo”.

“Y, si sabe algo, debe ser algo grave... Algo que también podría ponerlo en peligro a él mismo”.

“¿Cómo qué?”.

“Extorsión”.

“Ah, ya. Como que vamos encontrando la punta de la madeja... Extorsión”.

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“Todo negocio de esa zona, grande o pequeño, paga una cuota a los extorsionadores; unos a la semana; otros cada mes... Pero, nadie se salva de eso... Y el barbero también paga su cuota... De eso estoy seguro”.

“Y ¿qué más suponés?”.

“Pues, es una idea; pero tenemos que darle vueltas...”

“Cuando le enseñé la foto al llantero de la esquina, me pareció que también conoce al chavalo, pero no quiso decir nada”.

“Ese también paga... Te lo aseguro”.

“Y, vos creés...”

“Si vamos por buen camino, lo que yo creo es que, hace unos diez días, mandaron a Lalo a cobrar la cuota de la extorsión de la semana a uno de esos negocios pequeños... Supongamos que paga ciento cincuenta lempiras a la semana... Y Lalo, viendo la pobreza en la que estaban en su casa, decidió usar ese dinero para comprarle comida a su madre, y se quedó con algo de dinero para él”.

“Es posible”.

“Entonces, el misterio empieza en uno de esos negocios pequeños, que no paga una cuota alta de extorsión... El barbero, el llantero, alguna de las que venden tortillas... Alguien”.

“Bueno, vamos a empezar de nuevo”.

“Vamos”.

PISTAS

Regresaron los detectives al barrio, y empezaron a preguntar de nuevo si alguien había visto a Lalo, mostrándoles la foto. Y se detuvieron más tiempo en aquellos que les parecieron sospechosos.

“Me parece que usted sabe algo y no quiere colaborar con nosotros -le dijo el agente a cargo de la investigación a uno de los comerciantes-. Entonces, lo mejor será que nos acompañe a la oficina, para que conversemos allí más tranquilos”.

“¡Dios me libre! -gritó el hombre-. Si esos manes se dan cuenta que he hablado con ustedes, me pelan... No duro vivo ni medio día”.

“Esos manes. ¿Quiénes son esos manes?”.

“Esos, a los que les pagamos el impuesto... Usted me entiende”.

“Ajá... Y, Lalo era uno de los que venía a cobrarle a usted el impuesto cada semana...”

“Sí... Ese chavalito era el que venía... Aquí ya lo conocíamos todos”.

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“Y vino hace diez u once días donde usted, ¿verdad?”.

“Sí”.

“Y usted le pagó”.

“Los ciento cincuenta lempiras”.

“Ajá”.

El hombre dudaba entre seguir hablando o salir corriendo de allí para no volver nunca más.

“Pues, mire que, como a mí me toca pagar cada sábado, unos manes vinieron el miércoles a preguntarme que por qué no había pagado, y yo les dije que ya había pagado la cuota de la semana... Y me dijeron que el chavo que cobraba les dijo que no había pagado todavía, porque el negocio no estaba bueno, pero que iba a pagar el otro sábado”.

“Y usted sí pagó”.

“Claro; siempre he sido puntual”.

“Bueno, bueno”.

El hombre dijo que los visitantes se fueron sin decir nada, pero que, ese mismo jueves, a eso de las doce y media, llegaron con el niño que le cobraba. Era Lalo, y uno de los hombres lo tenía agarrado por el cuello.

“¿Este es el chavalo al que le pagó la cuota del sábado?” -le preguntaron.

“Sí; es él... Le pagué a él... Nunca me he atrasado”.Los hombres se fueron, se subieron a una camioneta, y, el sábado siguiente, vino otro niño a cobrar el impuesto de la semana. Él no se atrevió a preguntar nada. Y ahora tenía que irse del barrio, porque si se daban cuenta que había hablado con la Policía, lo harían picadillo.

NOTA FINAL

Han pasado muchos años. Lalo no apareció. Y la Policía no sabe qué fue lo que pasó con él. Su madre sigue poniéndole la comida caliente en la mesa, y sigue esperándolo...