TEGUCIGALPA, HONDURAS.-AÑO 1993. El general Ramón Antonio Sabillón se sentó despacio en el amplio sillón de su despacho, se aflojó la corbata, y me dijo: “Le tengo un caso... espeluznante; un caso que le va a gustar a los lectores de EL HERALDO”.
Mina nos servía el almuerzo, y había entusiasmo en los ojos del general. Faltaban pocos días para que la matanza en la cárcel de mujeres le costara el cargo de ministro de Seguridad. Sin embargo, desde hacía algún tiempo sentía que no era grato para la presidenta y su esposo, y esperaba que, más temprano que tarde, encontrarían una justificación para destituirlo.
“Soy un general -me dijo, con absoluta convicción-, y estoy siempre listo. Y soy obediente a mis superiores. Si la señora presidenta dice ‘hasta aquí’, yo escucho y obedezco”.Hizo una pausa para tomar un trago de vino de arrayán. Luego, agregó:
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“Pero, no le pedí que viniera para hablar de eso. Es que, desempolvando los recuerdos, me encontré con un caso que les va a gustar a sus lectores; es un caso que me dejó una lección que no he olvidado, porque cuando mi santa madre lo conoció, me dijo: ‘Hijo, es la maldad del hombre que se ha multiplicado en la tierra... Maldad en todas partes... En los que mandan y en los que obedecen; maldad en los ricos y en los pobres; maldad en los esposos y en las esposas; maldad en los hijos y en las hijas... Y esto es así, hijo, porque estamos llegando a los tiempos de los que habló el Señor Jesucristo, que dijo que la maldad se multiplicaría, y que el amor de muchos se enfriaría...Por eso, hijo, no confíe en nadie; haga su trabajo confiando en Dios, y sirviéndole a su prójimo y a su país con decencia, porque usted va a ver días horribles, en los que se multiplicará la maldad; días horribles en los que usted verá que los que gobiernan odiarán a su pueblo, y a los que gobiernan, el pueblo los aborrecerá. Y será el principio del fin... Pero, usted sea siempre bueno; sea un buen policía, y, en la medida de sus posibilidades, hágale el bien a todo aquel que venga a usted pidiendo su ayuda. Eso le va a gustar mucho a Dios; y Dios lo bendecirá’”.
Yo veía al general mientras hablaba; su mirada, su propia mirada, estaba perdida en sus recuerdos, en el día ya lejano en que su madre le dijo todas aquellas cosas a manera de consejo, a manera de lección para la vida, “y para que conozca que el corazón humano es perverso, sobre todo, el corazón de los que, llegando a ser ricos y poderosos, se pervierten a causa de la soberbia... Pero Dios resiste al soberbio, hijo; no lo olvide. Y llega el día en que la gente los escupe en la cara. Así ha sido desde que el mundo es mundo”.
“Es muy sabia mi madre -me dijo-, después de unos momentos de silencio... Pero hablemos del caso”.
Mordió un pedazo de pollo y bebió otro trago de vino.“
Desde que decidí entrar a la Academia de Policía -siguió diciendo-, mi deseo era servirle a mi país, combatiendo la delincuencia, que, en aquellos tiempos, era menor a lo que es hoy..., y ese ha sido compromiso hasta este día... Por eso, cuando aquella pareja de padres llegó a las oficinas de la Fuerza de Seguridad Pública (Fusep), sentí que la sangre se subía a mi cabeza, porque algo grave les había pasado...“Perdón, señor -le dijeron a un sargento mal encarado, que estaba de turno-, ¿dónde son las oficinas del DIN?”
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“¿En qué les podemos servir?”. -les preguntó el sargento.
“Es que queremos poner una denuncia...”.El sargento se puso de pie, se dirigió a la mesa en la que estaba yo, revisando unos papeles, y me dijo:
“Mi teniente, estos señores quieren poner una denuncia en el DIN”.
Yo me acerqué a ellos.
Estaban tristes y desesperados, y se veía que habían llorado mucho. La señora se retorcía los dedos de las manos a causa del nerviosismo, y se veía pálida. El señor llevaba en las manos un sombrero fino, el que estaba mojado con las lágrimas de su esposa, y con sus propias lágrimas. Les indiqué dos sillas, y se sentaron frente a mí.
“Señor -dijo él-, es que la hija mayor de nosotros desapareció hace tres días, y al día de hoy no sabemos nada de ella”.
“¿Desapareció, dice?” -le pregunté.
“Sí, ella es maestra de escuela, y estudia en la universidad... Pero desde hace tres días que salió de la casa, no ha regresado”.
“¿Sabe si hizo algún viaje?”.
“No, señor. Ella no viaja nunca. Se dedica a su estudio, y a su casa... Bueno, se dedicaba a su casa, porque desde que se dejó con el esposo, regresó a vivir con nosotros...”.“¿No sabe si ha vuelto a la casa del esposo?”.
“No, señor. Ya la fuimos a buscar allí, y la casa está sola... Él, el que era nuestro yerno, trabaja lo propio, y parece que se fue a vivir con los papás después de que se separó de mi hija”.
“Y, ¿me pueden decir por qué se separaron?”.
La pareja se miró por un momento, y el señor, al final, dijo: “Es que él dijo que ella le había pagado mal con un vecino... Y una mañana la corrió de la casa, le sacó sus cosas a la calle, y no se volvieron a ver”.
“Y, ¿ella qué dice? O sea, ¿qué es lo que dijo de la acusación del esposo?”.
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Nuevo silencio. Esta vez más largo.
NELLY
El general Sabillón terminó su almuerzo, vació la copa de vino, y se acomodó en el sillón.
“Pues, yo no sé bien cómo fue que pasaron las cosas, señor -dijo el padre-; pero a mí me parece que el hombre tenía razón... Sin embargo, como los hijos son los hijos, y uno los va a proteger y los va a apoyar hasta que nos llegue la muerte”.
“¿Cree usted que el esposo tenga algo que ver con la desaparición de su hija?”.
“Nosotros creemos que sí -dijo el señor-. Es un hombre tranquilo, uñas escondidas, digo yo... Y a mí sí me parece que él tenga algo que ver en la desaparición de mi Nelly”.
“Bien... Y ¿dónde podemos encontrar al esposo?
”Los señores me dieron una dirección, en el barrio La Leona, y lo primero que hice fue buscarlo. Era la casa de los padres.
“Desde hace dos años que no sé nada de esa mujer -dijo el hombre-. Bueno, casi dos años, porque me di cuenta que me engañaba allá por la mitad de junio de 1991... Y desde ese día no he querido saber nada de ella... Si está desaparecida, ha de ser que anda por ahí, en alguno de sus asuntos; y yo nada tengo que ver con eso”.
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“La última vez que la vieron -le dije-, fue en el punto de taxis del centro comercial Miraflores... Hoy se llama Plaza Miraflores... Iba a clases a las siete de la mañana... Pero sus compañeros dicen que no llegó al aula”.
“Y ¿yo qué tengo que ver con eso, teniente? Yo me dedico a mis negocios y no tengo tiempo para andar acordándome siquiera de una mujer como esa”.
“¿Por qué no se han divorciado? Porque sabemos que todavía están casados... Después de tanto tiempo...”.
“Ese es un proceso lento, teniente... Y los abogados son los que saben...”.
El general hizo otra pausa, para beber un poco de agua. Luego, dijo: “Aquel hombre hablaba con absoluta seguridad, y en ningún momento se puso nervioso, o mostró temor alguno... Y esto, que la sola mención del DIN ponía a temblar a cualquiera...
Porque en aquellos días, a pesar de que ya el presidente Callejas estaba impulsando la creación de la Dirección de Investigación Criminal (DIC), el DIN siempre provocaba temor en la gente... porque, como decían, todo el mundo confesaba en el DIN. Y el que aquel hombre no mostrara temor, a mí me pareció extraño... Sin embargo, hacía casi dos años que se habían separado, estaban en proceso de divorcio, y, según decía él, no se había acercado nunca a su exmujer... Tal vez era que, en realidad, no le interesaba ya aquella mujer. Pero nos confirmó que Nelly lo había engañado... En ese tiempo, ella tenía veintiséis años, y él treinta y nueve; habían estado juntos cinco años, y no tenían hijos... No sé por qué...”.
Una de sus asistentes entró para decirle que había llegado una de las visitas que esperaba esa tarde, y él le dijo que lo pasara a la sala de espera.
“Investigamos por todas partes -dijo el general, después de la interrupción-; hablamos con el taxista que la llevó hasta Miraflores; hablamos con los compañeros, con varias de sus amigas, y no encontramos nada que nos dijera que Nelly había sido amenazada, o que nos demostrara que ella tenía algún tipo de miedo, especialmente a su esposo... Es más, una de las compañeras que más se llevaba con ella nos dijo que el esposo era un hombre tranquilo, y que, aunque no lo conocía, Nelly habló de él varias veces, y en una de esas veces dijo que, al principio, tuvo miedo de que le hiciera algún daño, pero que ahora sabía que no era capaz de matar ni una mosca... Y la compañera agregó algo que me puso a pensar, y que analizamos por muchas horas con los agentes del DIN que andaban conmigo, y fue que, después de que el esposo se dio cuenta del engaño, Nelly comentó que solo es que se estaban conociendo, que no había tenido nada con él, que se llamaba Gerardo, y que ni siquiera se habían tocado las manos; pero confesó también que a ella la atraía aquel muchacho... y que no lo volvió a ver desde esa mañana en que el esposo la sacó de la casa, cuando él le mandó un carro, un camioncito, para que le llevara las cosas a la casa de sus padres... Y dijo que esperó a que él se comunicara con ella, que la buscara, o algo así, pero que no lo había vuelto a ver en casi dos años... Y, como no era una relación de compromiso la que tenían, ella creyó que Gerardo tuvo temor, y que mejor se alejó sin decirle nada... Y ella, que estaba pasando por momentos difíciles, no hizo nada para comunicarse con él...”.
El general Sabillón se puso de pie.
“Va a esperarme un momento -me dijo-, mientras atiendo a estos señores que ya tenían cita”.
“Está bien, general” -le dije.
PREGUNTAS
¿Qué había pasado con Nelly? ¿Por qué, si todo el mundo temblaba ante la sola mención del DIN, aquel hombre ni siquiera se inmutó? ¿Qué había pasado con Gerardo? ¿Cómo resolvió este caso el general Ramón Antonio Sabillón, al que ya han empezado a llamar “el general del pueblo” y a mencionarlo como una de las opciones políticas del futuro cercano? ¿Por qué me sugirió él mismo que titulara este caso “El olor de la muerte”? ¿Cómo resolvió este misterio, que fue uno de los últimos casos que llegó a manos del DIN, antes de que fuera sustituido por la Dirección de Investigación Criminal (DIC) en tiempos de Rafael Leonardo Callejas?
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA