Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
“La Zarca”. Era una mujer muy bonita. Unos decían que era de San Marcos de Colón, en Choluteca; otros decían que era de Trinidad, Santa Bárbara, y había algunos que decían que era una gringa que se había quedado aquí desde niña, y que había decidido hacer su vida en Honduras. Y esta debió ser una vida fácil porque “La Zarca” se dedicó a la prostitución, y siendo tan linda como era, pues, le fue muy bien... mientras le duró la juventud.
Cuando don Jorge Quan la conoció, ya “era mujer paseada”, paseada por la vida, y no entusiasmaba tanto a los clientes como en aquellos tiempos en que su piel era tan tersa como el pétalo de una rosa. Hasta el brillo de sus ojos de cielo se había apagado, y de azules que eran, se veían ahora grises, como la ceniza, y tal vez era porque estaban cargados de penas, esas que se acumulan en el corazón de las personas conforme pasa el tiempo y porque lo que se hace en ese tiempo que pasa solo es lo malo.
Aun así, “La Zarca” era de esas mujeres que, por estar solas en la vida, aprendieron a luchar, y más, porque tenían alguien por quien vivir, y ella lo tenía por partida doble. Tenía un par de gemelas que eran tan bellas como lo fue ella en aquellos tiempos que ya se habían ido para siempre. Y las cuidaba como se cuida a la niña de los ojos.
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El burdel, porque su gran negocio era un burdel, abría a las cinco de la tarde de lunes a viernes, y si la semana hubiera tenido más días, pues, también hubiera abierto en esos días. Las niñas iban a la escuela en la mañana, pero desde que regresaban a casa no se separaban de su madre. Y así fue hasta que cumplieron diecisiete años.
Las muchachas del burdel las querían, y así crecieron las niñas, hablando inglés y francés porque “La Zarca” quería para ellas la mejor educación.
“Para que no se dediquen nunca a lo que me dediqué yo” -decía-.Y entre las muchachas más lindas de Tegucigalpa, crecieron las gemelas, bien cuidadas, bien educadas y con un maravilloso futuro. “El que las quiere va a merecerlas -decía su madre-, y ellas van a ser dignas de un buen hombre”.
“EL JEFE”
Era mal encarado, alto como un pino, de bigote espeso, negro como su propia conciencia, y siempre iba armado. Era uno de esos jefes de la Policía que hacían temblar a cualquiera con solo que le mencionaran el nombre. Era buen bebedor; nadie podía seguirle el paso tomando Flor de Caña, cervezas y Yuscarán, y era más enamorado que Casanova. Y como era todo un hombre, complaciente, consentidor y dadivoso, pues, todas las muchachas del burdel lo querían. De las veinticinco que tenía “La Zarca” en el burdel, ni una sola podía quejarse de él.
Era el marido de todas, y todas estaban dispuestas a vivir con él, como vivió Salomón con sus mil problemas. Pero, por esas cosas de la vida, y ya que dicen que cada oveja con su pareja, “El Jefe” se enamoró de “La Zarca”, que, aunque ya no estaba de buen ver, todavía estaba en edad de merecer.
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Y “La Zarca”, alegre porque un macho como aquel se había fijado en ella, se entregó como una quinceañera, y no veía si no era por sus ojos, no vivía si no era por su corazón, y no existía el mundo si no era porque aquel hombre existía. Hay amores así. Y “El Jefe”, de ser el mejor cliente del burdel, pasó a ser el rey, y, mejor todavía, pasó a ser el amo y señor. Pero, el que tiene algo, siempre ha de querer más de lo mismo, o mejor, si es posible, y “El Jefe” quiso algo más: ser el marido de las gemelas de “La Zarca’, aquellas dos rosas que empezaban a abrirse a la vida, bellas como la luna llena, zarcas como la madre, de pelo castaño, altas, bien formadas y con una sonrisa que era más empalagosa que la miel. Y, ya que aquel hombre no se resistía a la tentación, se dejó alcanzar, y se apasionó con las niñas, a las que empezó a atender más que a la misma madre.
“Son tus hijas, y las quiero como si fueran mías” -le dijo a “La Zarca”- cuando ella se puso celosa “por una nada”. “Y mis hijas te quieren a vos -dijo ella, arrepentida de haber pensado mal de aquel maravilloso varón-. ¡Cuánto me gustaría que fueras como un padre para ellas!”. “Y, a propósito, ¿quién es el papá?”. “¿Para qué hablar de eso?”. “Me interesa. Quiero saberlo todo”. “Un hombre de esos que pasan por la vida engañando a las mujeres”. “¿Un hombre te engañó a vos?”.“¿Por qué te asombrás? ¿Es que creés que porque estoy en este negocio...?”.
“No quise decir eso. Es que me molesta que alguien qué se haya reído de mi mujer... Aunque haya sido en el pasado...”.“La Zarca” no dijo nada.“Decime, ¿quién es?”“Es un tipo de esos que se las tiran de malos”. “Con los malos me entiendo yo”.
“Este hombre es un asesino”.“Para el miedo que me dan los asesinos”.“Le dicen ‘Yuca Fresca’”. “El Jefe” dio un salto en la cama, donde había estado todo este tiempo en traje de Adán. “¿Qué? -exclamó-. ¿’Yuca Fresca’?”. “Sí -le respondió ‘La Zarca’-. ¿Lo conocés?”.“Pues, conocerlo, conocerlo, no; pero sí sé qué clase de hombre es, y tenemos años de andarlo buscando... ¡’Yuca Fresca’! Dónde me vengo a encontrar con sus hijas”.
“Yo tengo unos seis años de no verlo, pero siempre está pendiente de sus hijas. Me les paga la Elvel School, les da lo que necesitan, y yo solo me encargo de cuidarlas para que un día se casen con un buen hombre...”.
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“Las quiere mucho”.“¡Las adora, aunque hace mucho tiempo que no las mira!”.“El Jefe” no dijo nada, pero se quedó pensando muchas cosas. Y en lo que más pensaba era en que se había aficionado mucho a las niñas, y esto era como un vicio del que no se puede escapar.
LA NIÑA
Una noche, decidido a todo, empezó a tomar con “La Zarca’, y “La Zarca”, muy mal bebedora, se fue a la cama a las doce. Él se fue con ella, como si lo que hubiera bebido fuera agua. “La Zarca” se durmió, y él se pasó a la cama de una de las gemelas, le puso una pistola en la cabeza, y la violó hasta que salió el sol. A la mañana siguiente, la niña le dijo a su madre lo que había pasado, y “La Zarca”, en medio de la borrachera que todavía no se le pasaba, le dijo: “Agradecé que sos la mujer de todo un hombre. Callate y no me digás nada más. Y te advierto que no te sigás metiendo con él porque ese hombre es mío”. Pero aquel hombre, propiedad exclusiva de “La Zarca”, era reutilizable. Y una semana después, violó a la segunda niña. Protestó la inocente ante la madre, y la madre le dijo: “Mentiras de ustedes.
Lo que quieren es quitarme a mi hombre, pero eso no se los voy a permitir”. Y “El Jefe”, más feliz que Salomón, siguió abusando de las niñas, dejando a un lado a “La Zarca”, que ya no era ni atractiva ni deseable, y que molestaba más que los piojos en la noche. Pero, como cada cosa tiene consecuencias, una de las niñas quedó embarazada. “La Zarca” lo que hizo fue golpearla, hasta que empezó a salirle sangre a la niña, y dos días después, abortó. Fue, entonces, cuando “La Zarca” recibió una visita. Era una anciana, de trenzas y pelo blanco, a la que conocía muy bien. Era la abuela de las niñas.
“Que te manda a decir mi hijo que te preparés porque te va a matar, y va a matar también a tu marido por lo que les hizo a las niñas”.Y como la certeza de la muerte es peor que la misma muerte, “La Zarca” tembló, y conociendo como conocía a su exmarido, le dijo a su nuevo compañero de vida que mejor se fueran para Estados Unidos.“Dejá que se acerque -le dijo aquel machazo-, y ya va a ver ‘Yuca Fresca’... Ni sabe de dónde le van a caer las balas”.
“Ay no... Ni sabés quien es ese hombre”.“Es un hombre como todos, y a todos les entran las balas”. “La Zarca”, aunque intranquila, se dejó convencer por aquel valiente, y conforme pasó el tiempo y no sucedió nada, imaginó que su exesposo tenía cosas más importantes en las que ocuparse. Y a principios de diciembre, cuando ya tenía la Navidad encima, quiso adornar bien el burdel, para que los clientes se sintieran como en su casa, o como en su segunda casa.
“Vamos a Belén -le dijo a su marido-; llevame, que quiero comprar unas cosas bonitas...”.“Yo les voy a comprar unas cosas a las niñas... No quiero que me vean mal... Al fin y al cabo, también son mis mujeres... Y las quiero mucho”.
“La Zarca” no dijo nada.“Yuca Fresca”El tráfico en la zona del Mercado Zonal Belén, en Comayagüela, siempre ha sido complicado, y más en las horas pico. A eso de las once de la mañana, “La Zarca” iba sentada en el asiento del copiloto de un Toyota doble cabina, el que manejaba despreocupadamente, fumando un cigarro, “El Jefe” de Policía, orgulloso de la vida y de sí mismo. Era poderoso, era fuerte, era invencible, y era un sultán, con su propio harén lleno de mujeres hermosas, bueno, menos una, a la que ya empezaba a verle esos defectos inevitables de la vejez y de las amarguras que se clavan en el corazón según van apareciendo las penas. Hablaba y hablaba, y hacía planes para el futuro.
Más atrás, caminando despacio, mientras el carro avanzaba, venía un hombre de sombrero, de baja estatura, vientre abultado y vestido pobremente. Llevaba anteojos oscuros, y un saco de mezcal colgando de uno de sus hombros. El carro de “La Zarca” se detuvo detrás de un bus que llenaba pasajeros, y el hombre apuró el paso. Se puso frente al carro de la feliz pareja, sacó del costal una ametralladora Uzi, y la apuntó hacia el vidrio delantero.
Sin pensarlo dos veces, disparó. Puso un segundo cargador, y lo vació en la pareja, que ya estaba muerta. Luego, se acercó a ellos, los escupió, y dijo:“Por lo que le hicieron a mis hijas, zorra maldita”.
Metió la Uzi en el costal, se abrió camino entre los carros, y se perdió entre el gentío. Pero, cinco años después, cuando asistió a la vela de su madre, la Policía lo rodeó y le ordenó que se rindiera. Como “Yuca Fresca” no respondió, entraron al velorio. “Yuca fresca” no estaba allí. Los policías se quedaron a esperar. Nunca supieron donde se había escondido. Unos dicen que se metió en el ataúd, con su madre... hasta que los policías se fueron... Las gemelas tienen hoy treinta y siete años, y le han dado nietos bonitos... Si “Yuca Fresca” vive, tiene setenta años, o un poco más...“Por ahí anda -dice don Jorge Quan-; las muchachas hablan de su papá en presente... y dicen que es feliz con sus nietos. De “La Zarca” no dicen nada. Prefirió a un hombre que a sus hijas, y esto es algo que pasa todos los días, porque hay mujeres a las que ya les cayeron los años encima, pero que siguen vivas y tienen derecho a querer y a ser queridas, y no aceptan competencia, así y sean sus propias hijas”.
Don Jorge Quan guarda silencio. En algún lugar de Honduras envejece “Yuca Fresca”, mientras en la DPI espera una orden de captura en su contra.
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