TEGUCIGALPA, HONDURAS.-'Un sector del transporte clama por trabajo y comida topando calles, jurando que ejecutará normas de higiene y límite de pasajeros cuando jamás ha cumplido con mejorar sus rotos aparatos'.
Tras la reapertura paulatina de la economía local, numerosas ventas, incluidas los grandes, deberán iniciar de cero, entre los escombros dejados por la letalidad del coronavirus cuya virulenta ponzoña mantiene agitado al mundo. Solo queda seguir adelante, en medio del desasosiego y la paradójica altivez de la humanidad que reta siendo frágil.
Con la reacción “gradual, sectorial e inteligente” pactada entre empresarios, gobierno y sector productivo, se sueña integrar a la población a una vida que seguirá “anormal”, con la cuarentena, como el mejor remedio para domar la plaga. Tres meses de encierro han sido demoledores para el país camino a un rescate incierto y duro.
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Selva
Empero, la traba no solo radica en que todos reclaman y urgen volver a la “normalidad”, siendo anormales en nuestra vida cotidiana. Aunque la mayoría de humanos sigamos cerriles, lo cierto es que nada será igual en términos económicos, al menos a corto plazo. Empleos perdidos, cierre temporal o definitivo de negocios nos lleva al remate.
Ante la situación debemos ser optimistas, pero realistas. Por naturaleza, casi nunca pensamos en los tiempos de las vacas flacas como el que estamos experimentado a nivel mundial por el coronavirus. A estas alturas, hemos oído gente –resulte o no inaudito- afirmar que la plaga es un “invento”. Reabrir no es volver a lo mismo, sería inaceptable.
Nuestra idiosincrasia es atípica. Aquí nos vemos insolentes y, en otro lugar, no quebramos ni un plato. Un sector del transporte clama por trabajo y comida topando calles, jurando que ejecutará normas de higiene y límite de pasajeros cuando jamás ha cumplido con mejorar sus rotos aparatos. ¿Hambre? Todo mundo tiene, no solo este rubro. ¿Qué les pasa?
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Temor
El “rollo” como dicen muchos, no solo es volver a la chamba o reavivar la comatosa economía, sino los “milagros” que cada quien deberá hacer para atraer clientes, mover las ventas, los préstamos o las tarjetas de crédito, entre insondables recodos del capital. Los taxistas, por ejemplo, urgen salir a laborar siendo más de lo mismo, sin gente en las calles y temerosa de infectarse.
¿Ya vieron cómo están sus “unidades de carga”? Como siempre, sucias, vetustas y, de remate, tolerando malos tratos y corridas de loco, con choferes que fuman y se orinan en las calles a la hora que sea. ¿Dónde está su compromiso y el aseo que tanto tintinan y prometen? Todo mundo jura en vano. Si el hambre aprieta por doquier, la incultura nos abraza.
La mayoría de las personas está asustada. Reabrir es urgente, claro que sí, pero cumpliendo, no solo exigiendo. De nada servirá partir de nuevo las puertas del comercio siendo irreflexivos. Además, apremia mucho seso para reanimar las bolsas con precios atractivos, dando hipotecas a tasas bajas para mover el dinero al vernos cuesta arriba.
El coronavirus nos tiene caídos en todo. En lo económico nos dejará hechos añicos. Tendremos que unir los pedazos para reconstruir –si se puede- lo que nos llevó años de vida levantar. Aquí sobrevivirán los más vivos entre los muertos. El trago es amargo.
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