TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El 12 de septiembre de 1920 llegó a España, proveniente de Costa Rica, el maestro Pablo Zelaya Sierra. Llega a la Europa de la posguerra y a una España que, abatida por su derrota en Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX, aún transitaba por la incertidumbre y el desconcierto, buscando construir una cultura moderna tras haber perdido sus últimas colonias.
Zelaya Sierra fue un espíritu que se movió dentro de un mundo lleno de contradicciones sociales y políticas, donde la ilusión de progreso y prosperidad se estaban agotando y poco quedaba de aquel postulado que había confiado la perfección humana a una cultura orientada por la razón. En ese contexto, las rígidas academias de arte que sustentaban su proyecto en el arte clásico no fueron ajenas al ímpetu de las vanguardias artísticas que rompieron todos los paradigmas estéticos hasta entonces conocidos.
Zelaya Sierra se vio signado por la modelización naturalista del arte clásico y por la revolución estética de las vanguardias, su obra y sus reflexiones son el producto de una sociedad que por ser moderna, vivía bajo la tensión de ver al pasado pero en una búsqueda delirante del futuro.
El maestro no solo es moderno por su práctica artística, lo es también porque es un espíritu de la modernidad europea, es por esa razón que afirma: “En estos tiempos, todos debemos realizar una labor que responda, que armonice con los ideales universales”.
Lo interesante es que Zelaya Sierra siempre concibió esa universalidad sin olvidar la particularidad de su origen americano, hondureño específicamente, de allí que en una de sus cartas, advirtiendo su regreso, haya confesado esta hermosa expresión de nostalgia: “Siento necesidad de saturarme del alma de Honduras: de sus montañas, de sus árboles, de sus piedras, etc.”.
Entre la academia y la modernidad
Es muy probable que en noviembre de 1920 y con el propósito de aclimatarse, Zelaya Sierra se haya incorporado a la Escuela Superior de Bellas Artes de Madrid, también conocida como Escuela de Bellas Artes de San Fernando, comenzando sus clases con rigor a inicios de 1921.
En este punto quiero dejar claro que el maestro no estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, como muchos han sostenido erróneamente; en el año 2007 tuve el privilegio de recibir parte de las calificaciones de Zelaya Sierra, las mismas fueron enviadas por Ángeles Vian, directora de la Biblioteca de la Universidad Complutense, que ahora tiene bajo su custodia el archivo de la Escuela Superior de Bellas Artes, y efectivamente, allí se puede constatar que el artista se formó en la facultad o Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado de dicho centro de formación; años más tarde, el mismo artista confirmó que fue allí donde estudió.
Al momento de ingresar a la escuela tuvo como maestro a uno de los grandes exponentes de la pintura española, me refiero a Daniel Vásquez Díaz; también tuvo como profesores al propio director de la academia, Manuel Méndez, al pintor Cristóbal Ruiz, a Manuel Benedito y Vives, entre otros.
Hay una anécdota que define la grandeza de Zelaya Sierra: un día, siendo estudiante, sale a pintar al aire libre y ejecuta un magnífico paisaje de los alrededores de Toledo, España, el maestro Vásquez Díaz al verlo exclamó: “Lo prefiero a toda la obra de Corot”.
Cuando leí esto me estremecí, Corot era uno de los venerados paisajistas dentro del clasicismo francés, en tal sentido, que el gran pintor español dijera que una sola obra de Pablo era superior a toda la obra de Corot, es sencillamente extraordinario, más allá de que sea una apreciación muy personal.
En otro momento, mientras revisaba un libro sobre “Historia de la pintura española del siglo XX”, me encontré con la biografía de Vásquez Díaz y los autores escribieron esto: “tuvo entre sus discípulos al hondureño Pablo Zelaya Sierra”; es un honor saber que para realzar el perfil de su gran artista, los historiadores del arte español hayan recordado el nombre del maestro de Ojojona.
Zelaya Sierra estudió la obra de Diego Velásquez, últimamente he pensado que la estructura compositiva de “Las monjas” sigue la estructura espacial de “Las meninas”; también amó a Cezanne y su obsesión por la estructura; Delacroix le anunció su ruptura con el romanticismo; Manet le prodigó una dulce luz a sus pinceles; Zurbarán e Ingres le resultaron sugerentes; Picasso fue su coqueteo con la vanguardia cubista que influenció parte de su producción; Sorolla le mostró el empaste y las cualidades matéricas de la pintura; Rubens le enseñó las luces y sombras de la escuela barroca, en fin, Pablo Zelaya Sierra comprendió que la modernidad presente se había edificado a partir de la tradición clásica y barroca, por eso el crítico español Gil Fillol nos dice que “la modernidad consciente de su pintura no está en desacuerdo con el concepto clásico de la composición”.
El crítico de arte Allan Núñez, al reconocer la influencia de Cezanne en su pintura, nos dice: “Zelaya Sierra se reconoció en ese espíritu de geometría, de construcción y norma, de fuerza en el volumen y de disciplina en la línea, características propias del francés. Si se nos encomendase la odiosa tarea de encasillar la pintura de Pablo en alguna corriente pictórica, la inscribiríamos sin duda en esa corriente mineral, cristalina y de modernidad atemperada, que la crítica de arte ha denominado con acierto como ‘cubismo suave’”.
Su legado
Obras como “Las monjas”, “Los arqueros”, “La cabra”, “El estudio del pintor”, “La mujer y el niño”, “Anciana con rosario”, “Ciudad de España”, “Mujer y caballo”, “Ciudad”, “Paisaje de hombre segando”, entre otras, muestran todos los signos del lenguaje moderno en la pintura; allí encontramos solidez estructural, densidad matérica para enfatizar la corporeidad de las figuras, diagonales que cortan el cuadro para generar tensiones visuales, colores que construyen el espacio, ritmo formal (cada objeto representado adquiere su valor plástico en relación con otro), siluetas que definen la consistencia del dibujo, volúmenes constructores de planos, geometría, atmósferas sutiles, en fin, todo lo que necesita conocer un pintor para comprender las claves del lenguaje moderno en el arte.
A partir de Zelaya Sierra, nuestra pintura abandonó su inocencia bucólica y pintoresca y si aún persiste en algunos sectores es por ignorancia. Su texto “Hojas escritas con lápiz” es el único manifiesto de la pintura hondureña escrito hasta ahora, su estudio debe ser obligatorio, allí están las claves de su pensamiento estético moderno.