Literatura
TEGUCIGALPA, HONDURAS. - La sociedad, la familia, el hombre, se parten, se desgarran, no hay espacio para la vida, en tanto la muerte, ese encuentro interminable con lo eterno es ausencia, vacío.
Ignoramos que morimos en nuestra soledad, esta nos ha hecho perder conciencia de la existencia.
“Templo en ruinas” la última exposición individual del artista Santos Arzú, realizada en noviembre de 1995, es la obra del espacio vital, de comunión, de diálogo angustioso para encontrar respuesta a la barbarie moral que nos consume.
Caminar por “Templo en ruinas” es volver a los caminos recorridos, solo que esta vez cada estación nos sumerge y emerge en la historia, y en ese reflotar del espíritu volvemos con una plena conciencia de ser porque en la obra de Arzú todo regreso al pasado es una reafirmación del presente, de allí que el mismo artista nos diga que para reencontrar la vida “hay que volver a la génesis de la realidad humana”.
Pero ¿qué es volver a la génesis de la realidad humana? ¿Es volver “a” o volver “desde”? Creo que estamos ante lo segundo porque “Templo en ruinas” en ningún momento es apología del pasado.
Entiendo que “volver a la génesis de la realidad humana” no implica necesariamente adentrarnos en una visión antropológica acerca del origen del homo sapiens (aunque para el arte nada es excluyente), para acercarnos a la idea de Arzú es necesario delimitar a qué realidad nos estamos refiriendo, porque el concepto de realidad humana en sí mismo es abstracto, la historia hace constar de la existencia de distintas esencias humanas.
Por lo visto “Templo en ruinas” es una propuesta plástica cuyo contenido y forma nos hablan de la preocupación que tiene el autor por la miseria humana del hombre desde el siglo XX; Arzú haciendo referencia al impacto de la tecnología en la vida moderna nos dice “pero… a pesar de la curva logarítmica del avance científico, el hombre moderno pareciera se dejara arrastrar por la desesperanza y el pesimismo, ha caído en un vacío existencial, sin brújula”.
En las propias palabras del artista aparece con claridad a qué realidad humana se está refiriendo, es decir a la realidad del hombre de la sociedad capitalista actual; del hombre mercancía, del hombre que ha dejado de ser sujeto social para convertirse en objeto económico donde el honor, la dignidad y la solidaridad son valores en peligro de existencia y la esperanza es una siniestra carcajada en el rostro de los humildes que habitan el planeta.
“Templo en ruinas” es vida en ruinas, es allí donde la muerte encuentra su asidero, donde la soledad es una oscura sombra que se posa cayendo como manto de tristeza en el alma de los hombres.
Al respecto Ortega y Gasset nos dice que “algo es una ruina cuando queda de ello solo el esfuerzo vital necesario para que la muerte perpetúe su gesto destructor. En las ruinas quien propiamente vive y pervive es la muerte”.
Esta visión, categoría inmutable de Ortega y Gasset es apreciada por Octavio Paz de manera diferente en su dialéctica muerte-vida, la cual comparto y creo que es la percepción que Arzú tiene de la propuesta.
Octavio Paz afirma que “por las ruinas de la historia se integra a la naturaleza… hay un momento en que el objeto industrial se convierte al fin en una presencia con un valor estético, cuando se vuelve inservible, entonces se transforma en símbolo, en un emblema…”.
'Templo en ruinas' es símbolo, en él viven y perviven el arte y el hombre, todos los objetos artísticos que componen la obra han sido despojados de su alienada materialidad y han sido dotados por la magia del arte; son ruinas de la muerte pero también de la vida, por eso Arzú nos dice: “Ante la desolación, he dejado una rendija para la música, para la alegría, para la esperanza”; esa rendija es el arte, dentro de la obra es su última estación pero también su consideración primera y fundamental.
En esta percepción conceptual de desarraigo social y reencuentro en el arte reside la unidad formal de la obra de Arzú.
Ernesto Argueta la resuelve así: “El ambiente que logra es global sin fragmentación ya que consigue integrar su obra y el espacio”.
En esta obra instalación: texto plástico, todos los objetos artísticos organizados en el conjunto de la exposición son elementos de significación: un clavo, un palo, un pico, un azadón, una lámina, un lienzo, etc., comportan significado, incluso hasta el espectador es obra, los espacios lo integran, por ello, el espacio no es ausencia, es presencia, dicho en palabras de Augusto Serrano: “Los espacios intermedios, como todo el espacio circundante no son ausencia de obra, sino parte de la obra misma”.
Santos Arzú nos presenta una manera diferente de percibir la obra, esta vez nos invita a ir más lejos y en verdad vamos más allá de los componentes formales que estamos acostumbrados a ver en un cuadro, ampliando nuestro horizonte perceptivo, aquí además del espacio y los objetos incorporados también se plantea la idea de meta cuadro que a su vez es una micro estructura formal en relación a toda la estructura general de la obra.
Es clara la relación entre unidad y diversidad, en 'Templo en ruinas' el sistema de relaciones formales que advertimos encajan en la teoría semiótica del texto artístico elaborado por Genaro Talens, quien afirma que el “texto artístico (…) una construcción compleja de un sentido en la que todos los elementos en juego signos, relacionados, estructura, etc., son elementos de sentidos y de ahí la inutilidad de hablar de la dicotomía fondo/forma en arte, puesto que todos los recursos formales comportan contenidos, y que por tanto, transmiten información”.
En esta fundamentación semiótica reside la intencionalidad formal de Arzú; la necesidad de expresar, de revelar su angustia, de gritar, llevan al artista a desbordar el cuadro e ir más allá del lienzo; es una obra de entradas y salidas, de bordes y desbordes, de armonía y caos como la vida misma, con toda su hermosura terrible, tal como la definió Manuel José Arce.
Aquí toda la obra viaja por los sentidos pero no se detiene en ellos, no se cierra, se abre, se libera, trasciende con el hombre desnudándolo en todas sus ruinas: el egoísmo, la brutalidad, su incapacidad de construirse un rostro, el desamor, forman parte de esta cultura de la soledad en la cual el mundo humano decrece proporcionalmente a la valorización del mundo de las cosas tal como sostiene Marx en 'El capital' cuando estudia el fenómeno de la alienación.
'Templo en ruinas' es una búsqueda del hombre. En la propuesta conceptual de Arzú que luego trasmuta en su propuesta plástica, es evidente esa preocupación por encontrar la génesis de la realidad humana, parte en principio de una búsqueda ontogenética del hombre, de allí sus reflexiones sobre el hombre como estructura sicosomática o como criatura “potencial” abierta y destinada a convertirse en un ser diferente rompiendo así con el concepto de determinismo genético, es por ello que el recorrido histórico de 'Templo en ruinas' empieza con el título llamado “Ruptura: fase preliminar”.
Abandonamos nuestro estado de masa celular para convertirnos en seres totales y racionales, nada contradice esta lógica de la naturaleza hasta que la sociedad organizada bajo parámetros que trastocan la esencia humana acaba con esta racionalidad; el hombre violentado en su reacción natural con el mundo deja de ser portador activo de sus propias capacidades y destinos, deja de pertenecerse, se ve como una criatura extraña a sí misma,
busca afanosamente encontrarse pero le es imposible, entre más lo intenta más se aleja de sí, nada de él se puede encontrar en su alma vaciada.
“Así entre el programa de las células y el del hombre hay una disparidad radical, ellas están hechas para morir duplicándose o sea que buscan la inmortalidad en su doble, nosotros matamos a nuestro doble y buscamos —inútilmente— la inmortalidad en nosotros mismos”.
Tegucigalpa, Honduras, marzo de 1996
Ignoramos que morimos en nuestra soledad, esta nos ha hecho perder conciencia de la existencia.
“Templo en ruinas” la última exposición individual del artista Santos Arzú, realizada en noviembre de 1995, es la obra del espacio vital, de comunión, de diálogo angustioso para encontrar respuesta a la barbarie moral que nos consume.
Caminar por “Templo en ruinas” es volver a los caminos recorridos, solo que esta vez cada estación nos sumerge y emerge en la historia, y en ese reflotar del espíritu volvemos con una plena conciencia de ser porque en la obra de Arzú todo regreso al pasado es una reafirmación del presente, de allí que el mismo artista nos diga que para reencontrar la vida “hay que volver a la génesis de la realidad humana”.
Pero ¿qué es volver a la génesis de la realidad humana? ¿Es volver “a” o volver “desde”? Creo que estamos ante lo segundo porque “Templo en ruinas” en ningún momento es apología del pasado.
Entiendo que “volver a la génesis de la realidad humana” no implica necesariamente adentrarnos en una visión antropológica acerca del origen del homo sapiens (aunque para el arte nada es excluyente), para acercarnos a la idea de Arzú es necesario delimitar a qué realidad nos estamos refiriendo, porque el concepto de realidad humana en sí mismo es abstracto, la historia hace constar de la existencia de distintas esencias humanas.
Por lo visto “Templo en ruinas” es una propuesta plástica cuyo contenido y forma nos hablan de la preocupación que tiene el autor por la miseria humana del hombre desde el siglo XX; Arzú haciendo referencia al impacto de la tecnología en la vida moderna nos dice “pero… a pesar de la curva logarítmica del avance científico, el hombre moderno pareciera se dejara arrastrar por la desesperanza y el pesimismo, ha caído en un vacío existencial, sin brújula”.
En las propias palabras del artista aparece con claridad a qué realidad humana se está refiriendo, es decir a la realidad del hombre de la sociedad capitalista actual; del hombre mercancía, del hombre que ha dejado de ser sujeto social para convertirse en objeto económico donde el honor, la dignidad y la solidaridad son valores en peligro de existencia y la esperanza es una siniestra carcajada en el rostro de los humildes que habitan el planeta.
“Templo en ruinas” es vida en ruinas, es allí donde la muerte encuentra su asidero, donde la soledad es una oscura sombra que se posa cayendo como manto de tristeza en el alma de los hombres.
Al respecto Ortega y Gasset nos dice que “algo es una ruina cuando queda de ello solo el esfuerzo vital necesario para que la muerte perpetúe su gesto destructor. En las ruinas quien propiamente vive y pervive es la muerte”.
Esta visión, categoría inmutable de Ortega y Gasset es apreciada por Octavio Paz de manera diferente en su dialéctica muerte-vida, la cual comparto y creo que es la percepción que Arzú tiene de la propuesta.
Octavio Paz afirma que “por las ruinas de la historia se integra a la naturaleza… hay un momento en que el objeto industrial se convierte al fin en una presencia con un valor estético, cuando se vuelve inservible, entonces se transforma en símbolo, en un emblema…”.
'Templo en ruinas' es símbolo, en él viven y perviven el arte y el hombre, todos los objetos artísticos que componen la obra han sido despojados de su alienada materialidad y han sido dotados por la magia del arte; son ruinas de la muerte pero también de la vida, por eso Arzú nos dice: “Ante la desolación, he dejado una rendija para la música, para la alegría, para la esperanza”; esa rendija es el arte, dentro de la obra es su última estación pero también su consideración primera y fundamental.
En esta percepción conceptual de desarraigo social y reencuentro en el arte reside la unidad formal de la obra de Arzú.
Ernesto Argueta la resuelve así: “El ambiente que logra es global sin fragmentación ya que consigue integrar su obra y el espacio”.
En esta obra instalación: texto plástico, todos los objetos artísticos organizados en el conjunto de la exposición son elementos de significación: un clavo, un palo, un pico, un azadón, una lámina, un lienzo, etc., comportan significado, incluso hasta el espectador es obra, los espacios lo integran, por ello, el espacio no es ausencia, es presencia, dicho en palabras de Augusto Serrano: “Los espacios intermedios, como todo el espacio circundante no son ausencia de obra, sino parte de la obra misma”.
Santos Arzú nos presenta una manera diferente de percibir la obra, esta vez nos invita a ir más lejos y en verdad vamos más allá de los componentes formales que estamos acostumbrados a ver en un cuadro, ampliando nuestro horizonte perceptivo, aquí además del espacio y los objetos incorporados también se plantea la idea de meta cuadro que a su vez es una micro estructura formal en relación a toda la estructura general de la obra.
Es clara la relación entre unidad y diversidad, en 'Templo en ruinas' el sistema de relaciones formales que advertimos encajan en la teoría semiótica del texto artístico elaborado por Genaro Talens, quien afirma que el “texto artístico (…) una construcción compleja de un sentido en la que todos los elementos en juego signos, relacionados, estructura, etc., son elementos de sentidos y de ahí la inutilidad de hablar de la dicotomía fondo/forma en arte, puesto que todos los recursos formales comportan contenidos, y que por tanto, transmiten información”.
En esta fundamentación semiótica reside la intencionalidad formal de Arzú; la necesidad de expresar, de revelar su angustia, de gritar, llevan al artista a desbordar el cuadro e ir más allá del lienzo; es una obra de entradas y salidas, de bordes y desbordes, de armonía y caos como la vida misma, con toda su hermosura terrible, tal como la definió Manuel José Arce.
Aquí toda la obra viaja por los sentidos pero no se detiene en ellos, no se cierra, se abre, se libera, trasciende con el hombre desnudándolo en todas sus ruinas: el egoísmo, la brutalidad, su incapacidad de construirse un rostro, el desamor, forman parte de esta cultura de la soledad en la cual el mundo humano decrece proporcionalmente a la valorización del mundo de las cosas tal como sostiene Marx en 'El capital' cuando estudia el fenómeno de la alienación.
'Templo en ruinas' es una búsqueda del hombre. En la propuesta conceptual de Arzú que luego trasmuta en su propuesta plástica, es evidente esa preocupación por encontrar la génesis de la realidad humana, parte en principio de una búsqueda ontogenética del hombre, de allí sus reflexiones sobre el hombre como estructura sicosomática o como criatura “potencial” abierta y destinada a convertirse en un ser diferente rompiendo así con el concepto de determinismo genético, es por ello que el recorrido histórico de 'Templo en ruinas' empieza con el título llamado “Ruptura: fase preliminar”.
Abandonamos nuestro estado de masa celular para convertirnos en seres totales y racionales, nada contradice esta lógica de la naturaleza hasta que la sociedad organizada bajo parámetros que trastocan la esencia humana acaba con esta racionalidad; el hombre violentado en su reacción natural con el mundo deja de ser portador activo de sus propias capacidades y destinos, deja de pertenecerse, se ve como una criatura extraña a sí misma,
busca afanosamente encontrarse pero le es imposible, entre más lo intenta más se aleja de sí, nada de él se puede encontrar en su alma vaciada.
“Así entre el programa de las células y el del hombre hay una disparidad radical, ellas están hechas para morir duplicándose o sea que buscan la inmortalidad en su doble, nosotros matamos a nuestro doble y buscamos —inútilmente— la inmortalidad en nosotros mismos”.
Tegucigalpa, Honduras, marzo de 1996