Periodismo cultural
TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Gustavo Armijo es uno de los artistas representativos de la tradición gráfica hondureña.
El artista Georges Rouault dijo una vez: “Mi línea se ha vuelto un nudo de dolor”, con esta misma expresión podemos definir gran parte de la producción gráfica de Armijo.
Hay en su obra una gráfica delicada, sutil, pero que va enraizándose allí donde la hierba crece entre espumas negras, allí donde la tinta se torna sangre oscura, trazo de canto ahogado.
Su serie “Migrantes” es un testimonio de esta línea que lentamente va poblando el espacio hasta dejar en el soporte el alma atormentada de un ser que se dibuja en la “piel desnuda de una lágrima”, como diría el poeta John Connolly.
Gráfica en claroscuro, encuentro entre la luz y la sombra, armonía de la tinta y el soporte, lucidez del espacio, tiempo del hombre, línea que se despliega en un recorrido poético como prosa desbordada, como río que se abre entre mármoles oscuros, pero a su vez esta gráfica tiene un lirismo que me hace sentirla como canto de pájaros entre acantilados.
Memoria sobre el espacio, todo queda impregnado en la piel de la existencia como un tatuaje de todo lo vivido, como una armoniosa sinfonía donde las líneas se esparcen para trazar todo el andar del caminante.
Hay en esa gráfica de Gustavo Armijo un silencio congelado, una voz apagada que sufre pero no grita.
La gráfica de Armijo no está poblada de gesticulaciones pero sí de constelaciones, en su gráfica destellan luces y sombras que a manera de luciérnagas dolorosas van tejiendo un clamor universal por la dignidad humana.
Gustavo Armijo desarrolla su trabajo de cara a la historia pero a pesar de que el contexto de los años setenta y ochenta pudo marcar el sentido y contenido de su gráfica, esta jamás se convirtió en un manual de adoctrinamiento y mucho menos en una cartilla sociológica, siempre expuso su visión del mundo considerándose ante todo artista y como lo confesó una vez: “artista de buen gusto”.
Su memoria gráfica sorteó con solvencia la representación ingenua para tejer metáforas poéticas bien hilvanadas, limpias, complejas y ordenadas a la vez, su trazo es vigoroso pero no llega al esperpento ni al ruido ideológico, llega si a esa dulce claridad que evoca una rabia a contra luz.
Cuando Armijo cierra sus manos su memoria es puño y corazón, presencia y pasión, gráfica de la razón y la poesía.
El artista Georges Rouault dijo una vez: “Mi línea se ha vuelto un nudo de dolor”, con esta misma expresión podemos definir gran parte de la producción gráfica de Armijo.
Hay en su obra una gráfica delicada, sutil, pero que va enraizándose allí donde la hierba crece entre espumas negras, allí donde la tinta se torna sangre oscura, trazo de canto ahogado.
Su serie “Migrantes” es un testimonio de esta línea que lentamente va poblando el espacio hasta dejar en el soporte el alma atormentada de un ser que se dibuja en la “piel desnuda de una lágrima”, como diría el poeta John Connolly.
Gráfica en claroscuro, encuentro entre la luz y la sombra, armonía de la tinta y el soporte, lucidez del espacio, tiempo del hombre, línea que se despliega en un recorrido poético como prosa desbordada, como río que se abre entre mármoles oscuros, pero a su vez esta gráfica tiene un lirismo que me hace sentirla como canto de pájaros entre acantilados.
Memoria sobre el espacio, todo queda impregnado en la piel de la existencia como un tatuaje de todo lo vivido, como una armoniosa sinfonía donde las líneas se esparcen para trazar todo el andar del caminante.
Hay en esa gráfica de Gustavo Armijo un silencio congelado, una voz apagada que sufre pero no grita.
La gráfica de Armijo no está poblada de gesticulaciones pero sí de constelaciones, en su gráfica destellan luces y sombras que a manera de luciérnagas dolorosas van tejiendo un clamor universal por la dignidad humana.
Gustavo Armijo desarrolla su trabajo de cara a la historia pero a pesar de que el contexto de los años setenta y ochenta pudo marcar el sentido y contenido de su gráfica, esta jamás se convirtió en un manual de adoctrinamiento y mucho menos en una cartilla sociológica, siempre expuso su visión del mundo considerándose ante todo artista y como lo confesó una vez: “artista de buen gusto”.
Su memoria gráfica sorteó con solvencia la representación ingenua para tejer metáforas poéticas bien hilvanadas, limpias, complejas y ordenadas a la vez, su trazo es vigoroso pero no llega al esperpento ni al ruido ideológico, llega si a esa dulce claridad que evoca una rabia a contra luz.
Cuando Armijo cierra sus manos su memoria es puño y corazón, presencia y pasión, gráfica de la razón y la poesía.