Diario de lectura
TEGUCIGALPA, HONDURAS. - “Pelotón, apunten, disparen, fueg…”. ¡Un momento! Antes de jalar el gatillo, por lo menos díganos quién es el sentenciado a muerte.
Una vez aclarado el asunto, procedan según la ley, por chueca que esta sea.
Es el martes 20 de junio de 1939. Vestido de saco y corbata, como quien va a una cita importante, sentado sobre una silla de madera, Ernesto Mejía Dormes está a punto de ser fusilado.
Tiene los ojos vendados y no verá las caras del pelotón que acabará con su vida.
Don Mario Hernán Ramírez tenía apenas siete años cuando Mejía Dormes fue fusilado por el gobierno del general Tiburcio Carías Andino.
“Mejía Dormes era un don nadie, originario de Ocotepeque, que estaba enamorado de Rosa Alpina Sánchez Guevara, una muchachita de quince años”, cuenta don Mario, quien hoy estrena galardón: el Micrófono de Oro otorgado en San Pedro Sula por la Escuela de Locutores de Honduras.
Vaya 2021 para el Viejo Lobo de la Radiodifusión, pues en mayo recibió el Álvaro Contreras del Colegio de Periodistas.
Pero la muchachita —continúa relatando— no le paraba bola, como se dice popularmente, y Mejía Dormes, en un ataque de despecho y machismo, fue a la casa de los Sánchez Guevara y la mató.
La policía cariísta capturó en un parpadeo al asesino y lo envió al juez.
Los fusilamientos eran en el Cementerio General de Comayagüela o en la Penitenciaría Central.
Dice don Mario: “Mejía Dormes murió en uno de los paredones de la Penitenciaría Central. Fue la última persona que murió fusilada en Honduras”.
Sable en mano, el oficial dio la orden.
En las viejas fotografías hay detalles del tenebroso espectáculo: la cúpula de la Catedral de Tegucigalpa observa desde lo lejos y desde los balcones de una construcción de dos plantas, hay una multitud de curiosos.
De pantalón blanco, corbata del mismo color, siete verdugos apuntan con sus fusiles. A dos metros de ellos, un perro “aguacatero”.
“Tegucigalpa era una aldea de veinte mil personas y durante mucho tiempo no se dejó de hablar del fusilamiento de Mejía Dormes”, dice don Mario.
Antes de ser fusilado, Mejía Dormes fue tranquilizado por el presbítero Ramón Salgado y por el aguardiente. No sabemos si se reconcilió con Dios, pero seguramente estaba “bien a maceta” antes de recibir la descarga de plomo.
¡Fuego!
Ernesto Mejía Dormes acaba de morir.
Bueno, no hoy, sino que en aquella mañana del martes 20 de junio de 1939, ante la atenta mirada de un “aguacatero”.
Una vez aclarado el asunto, procedan según la ley, por chueca que esta sea.
Es el martes 20 de junio de 1939. Vestido de saco y corbata, como quien va a una cita importante, sentado sobre una silla de madera, Ernesto Mejía Dormes está a punto de ser fusilado.
Tiene los ojos vendados y no verá las caras del pelotón que acabará con su vida.
Don Mario Hernán Ramírez tenía apenas siete años cuando Mejía Dormes fue fusilado por el gobierno del general Tiburcio Carías Andino.
“Mejía Dormes era un don nadie, originario de Ocotepeque, que estaba enamorado de Rosa Alpina Sánchez Guevara, una muchachita de quince años”, cuenta don Mario, quien hoy estrena galardón: el Micrófono de Oro otorgado en San Pedro Sula por la Escuela de Locutores de Honduras.
Vaya 2021 para el Viejo Lobo de la Radiodifusión, pues en mayo recibió el Álvaro Contreras del Colegio de Periodistas.
Pero la muchachita —continúa relatando— no le paraba bola, como se dice popularmente, y Mejía Dormes, en un ataque de despecho y machismo, fue a la casa de los Sánchez Guevara y la mató.
La policía cariísta capturó en un parpadeo al asesino y lo envió al juez.
La 'ley fusilico'
“En ese año aún estaba vigente lo que el pueblo llamaba ‘la ley fusilico’. Así que el juez no lo pensó mucho y sentenció a Mejía Dormes al paredón”, cuenta don Mario.Los fusilamientos eran en el Cementerio General de Comayagüela o en la Penitenciaría Central.
Dice don Mario: “Mejía Dormes murió en uno de los paredones de la Penitenciaría Central. Fue la última persona que murió fusilada en Honduras”.
Sable en mano, el oficial dio la orden.
En las viejas fotografías hay detalles del tenebroso espectáculo: la cúpula de la Catedral de Tegucigalpa observa desde lo lejos y desde los balcones de una construcción de dos plantas, hay una multitud de curiosos.
De pantalón blanco, corbata del mismo color, siete verdugos apuntan con sus fusiles. A dos metros de ellos, un perro “aguacatero”.
“Tegucigalpa era una aldea de veinte mil personas y durante mucho tiempo no se dejó de hablar del fusilamiento de Mejía Dormes”, dice don Mario.
Antes de ser fusilado, Mejía Dormes fue tranquilizado por el presbítero Ramón Salgado y por el aguardiente. No sabemos si se reconcilió con Dios, pero seguramente estaba “bien a maceta” antes de recibir la descarga de plomo.
¡Fuego!
Ernesto Mejía Dormes acaba de morir.
Bueno, no hoy, sino que en aquella mañana del martes 20 de junio de 1939, ante la atenta mirada de un “aguacatero”.