Literatura
TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hablando con la artista de la fotografía Daniela Lozano, me confesó las interminables noches de desvelo que le ha provocado la preparación de la exposición “Las Crucitas, sueños para habitar el silencio”.
Me hizo recordar entonces las faenas nocturnas de Santos Arzú, Armando Lara, Víctor López (el hombre que lloró en la madrugada porque un gris no le salía de su paleta), Luis Landa, Dino Fanconi (quien confesó que en las madrugadas pintaba caminando por todo el estudio sólo para poner una pincelada).
En realidad son muchos los artistas visuales y escritores que deambulan en sus estudios o espacios de trabajo buscando una imagen; John Connolly logró el cierre de un poema saltando de la cama al papel, apuntó y luego se durmió profundamente, tenía meses sin dormir sólo porque ese verso no aparecía.
Octavio Paz nos cuenta en el ensayo “Árbol adentro” ese momento sublime de creación, rigor y cansancio, es como si palpitara en su voz ese instante en que la creación revela fatiga, pasión y deseo: “La otra noche al cerrar el libro, los ojos rojos de insomnio, la cabeza ardiente de ideas en guerra, mientras miraba sin mirar a través de la ventana el paisaje negro atravesado por las luces veloces de los autos, me oí murmurar: gris es la teoría, verde el árbol de la vida. ¿Verde o dorado? Qué importa. Tal vez verde y dorado. Las dos palabras, al repetirlas mentalmente, se iluminaron como el follaje encendido de los arces en estos días de otoño, flotaron en mi memoria un instante y después se desvanecieron enteramente. Desaparecieron como habían aparecido: silenciosamente y sin avisar por una de esas brechas súbitas que el cansancio o la distracción abren a veces en nosotros”.
Ese momento nocturno, en el que palabras o colores salen de paseo a visitar al artista es sencillamente único, a veces se quedan en diálogo fraterno, otras veces llegan pero no se dejan ver, se esconden, coquetean de lejos, uno quiere asirlas y se resbalan, huyen, luego aparecen pero regresan con ropaje extraño, ya son otra imagen, se traducen en otra cosa y se vuelven reto y pesadilla.
Nos animamos a ir tras de ellas hasta alcanzarlas y verles el rostro, en ese momento, descubrimos que esa imagen es la cara de nuestras obsesiones, la sal de nuestra verdad, el pulso agitado de nuestros sueños, la visión hermosa y aterradora de nuestra existencia.
Ese combate, esa guerra de signos se da en silencio, nadie, solo el artista, escucha a las palabras y a las formas descuartizando los rincones de la memoria, deslizándose audazmente por la conciencia o cabalgando por un desierto que tiene el nombre de la nada.
El silencio de la noche es la presencia sublime del que crea. Allí, frente al silencio, el artista se alimenta de aquellos secretos que hablan desde la quieta soledad que lo ilumina.
Guarda el silencio una conmoción única, un momento donde bandadas de pájaros cantan en la mano del artista.
Viene el silencio a caminar con su grito herido de ausencias y presencias, la voz del silencio es la voz que se acerca al artista para hablarle de aquello que no ve, la voz del silencio viene como una ola a horadar la roca que hace imposible cincelar la forma; el silencio es travesía de la noche, lugar para el don de crear, encierro que solo la noche libera con esa espuma oscura donde germina la obra de arte.
Que nadie me diga que solo el desvelo del científico tiene sentido, la historia de la humanidad está hecha del cansancio y el desvelo de los artistas. Roma es Roma por el desvelo de Miguel Ángel, Bernini y Caraballo; España sabe de los desvelos de Goya y de Picasso, Rusia tiene la noche triste de los desvelos de Dostoievski, Francia escucha su silencio en la pintura de Cezanne, Honduras vive la angustia de los desvelos de Ezequiel Padilla, México se reconoce en las noches agitadas de Tamayo, Alfonso Reyes y Octavio Paz.
Que me den su silencio los artistas, que me den sus noches de desvelo, total el corazón solo crece en la soledad de los que aman.
Me hizo recordar entonces las faenas nocturnas de Santos Arzú, Armando Lara, Víctor López (el hombre que lloró en la madrugada porque un gris no le salía de su paleta), Luis Landa, Dino Fanconi (quien confesó que en las madrugadas pintaba caminando por todo el estudio sólo para poner una pincelada).
En realidad son muchos los artistas visuales y escritores que deambulan en sus estudios o espacios de trabajo buscando una imagen; John Connolly logró el cierre de un poema saltando de la cama al papel, apuntó y luego se durmió profundamente, tenía meses sin dormir sólo porque ese verso no aparecía.
Octavio Paz nos cuenta en el ensayo “Árbol adentro” ese momento sublime de creación, rigor y cansancio, es como si palpitara en su voz ese instante en que la creación revela fatiga, pasión y deseo: “La otra noche al cerrar el libro, los ojos rojos de insomnio, la cabeza ardiente de ideas en guerra, mientras miraba sin mirar a través de la ventana el paisaje negro atravesado por las luces veloces de los autos, me oí murmurar: gris es la teoría, verde el árbol de la vida. ¿Verde o dorado? Qué importa. Tal vez verde y dorado. Las dos palabras, al repetirlas mentalmente, se iluminaron como el follaje encendido de los arces en estos días de otoño, flotaron en mi memoria un instante y después se desvanecieron enteramente. Desaparecieron como habían aparecido: silenciosamente y sin avisar por una de esas brechas súbitas que el cansancio o la distracción abren a veces en nosotros”.
Ese momento nocturno, en el que palabras o colores salen de paseo a visitar al artista es sencillamente único, a veces se quedan en diálogo fraterno, otras veces llegan pero no se dejan ver, se esconden, coquetean de lejos, uno quiere asirlas y se resbalan, huyen, luego aparecen pero regresan con ropaje extraño, ya son otra imagen, se traducen en otra cosa y se vuelven reto y pesadilla.
Nos animamos a ir tras de ellas hasta alcanzarlas y verles el rostro, en ese momento, descubrimos que esa imagen es la cara de nuestras obsesiones, la sal de nuestra verdad, el pulso agitado de nuestros sueños, la visión hermosa y aterradora de nuestra existencia.
Ese combate, esa guerra de signos se da en silencio, nadie, solo el artista, escucha a las palabras y a las formas descuartizando los rincones de la memoria, deslizándose audazmente por la conciencia o cabalgando por un desierto que tiene el nombre de la nada.
El silencio de la noche es la presencia sublime del que crea. Allí, frente al silencio, el artista se alimenta de aquellos secretos que hablan desde la quieta soledad que lo ilumina.
Guarda el silencio una conmoción única, un momento donde bandadas de pájaros cantan en la mano del artista.
Viene el silencio a caminar con su grito herido de ausencias y presencias, la voz del silencio es la voz que se acerca al artista para hablarle de aquello que no ve, la voz del silencio viene como una ola a horadar la roca que hace imposible cincelar la forma; el silencio es travesía de la noche, lugar para el don de crear, encierro que solo la noche libera con esa espuma oscura donde germina la obra de arte.
Que nadie me diga que solo el desvelo del científico tiene sentido, la historia de la humanidad está hecha del cansancio y el desvelo de los artistas. Roma es Roma por el desvelo de Miguel Ángel, Bernini y Caraballo; España sabe de los desvelos de Goya y de Picasso, Rusia tiene la noche triste de los desvelos de Dostoievski, Francia escucha su silencio en la pintura de Cezanne, Honduras vive la angustia de los desvelos de Ezequiel Padilla, México se reconoce en las noches agitadas de Tamayo, Alfonso Reyes y Octavio Paz.
Que me den su silencio los artistas, que me den sus noches de desvelo, total el corazón solo crece en la soledad de los que aman.