Siempre

Léster Rodríguez o el vuelo que sueña más allá de las fronteras

Las líneas que delimitan las fronteras han sido las heridas más profundas en la historia de la humanidad

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29.02.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Eran parte de la producción artística de Léster Rodríguez (hondureño residente en Colombia) ha descansado en la estética de la migración, sus obras no son descripciones puntuales del viaje migratorio, son, en todo caso, visiones o perspectivas de un problema contemporáneo complejo; allí, en el vacío del que parte, crece algo que lo mantiene vivo, quizá solo sea una marchita esperanza, un doloroso anhelo de cambiar su existencia. Aunque toda migración implica una razón de orden económico y social, no hay duda que esa fatídica condición de desplazado genera un descentramiento moral que marca para siempre al que emigra; es en esa zona donde ubicamos el papel del arte como expresión sensible de esta realidad, no como testigo de una fatalidad económica sino como consciencia de ese vacío, de esa dolorosa experiencia de no ser, de no estar.

La migración como realidad existencial

En tal sentido, Léster Rodríguez deja claro que toda migración geográfica plantea un problema de orden existencial: la salida o partida también significa pérdida, el itinerario es un andar que desuella los pies y el alma y la llegada es total incertidumbre. El tratamiento de Rodríguez sobre el tema migratorio está lejos de estar influenciado por la ideología modernista que sugería el viaje como tránsito hacia el progreso, la paz o el encuentro mágico con otras civilizaciones; más bien, su mirada apunta hacia un abordaje en el que el sujeto migrante, producto del doloroso desarraigo, vive un intenso trance fantasmático con el espacio. La obra Nobody Build Walls Better Than Me (“Nadie construye muros mejor que yo”), hace referencia a la política racista impulsada por Donald Trump, no se trata de un simple obstáculo en el camino, es, sobre todo, un acto discriminatorio, un recordatorio de que “aquí” o “allá” el que migra es un ser que existe como sombra o silueta, es el subproducto de un sistema que ha desmaterializado su existencia. El viaje migratorio no es solo espacial, también está anclado a una dolorosa experiencia provocada por las escabrosas mutaciones del sistema capitalista.

En su trabajo, Léster Rodríguez también aborda las relaciones entre producción de mercancías y migración; el sistema estandariza la producción en todo el planeta, sus flujos son constantes, pero impide que el sujeto que las produce se mueva de un lugar a otro en busca de un mejor destino; la pieza llamada “Escala básica” da cuenta de ese proceso de estandarización, de repetición alienante del proceso de trabajo que redunda en burda mecanización; estamos ante productos que viajan a todas partes mientras al obrero solo le queda la atroz y rutinaria compañía de la máquina, el territorio de sus sueños es la fábrica; para las mercancías el barco o avión seguro, para el sujeto marginado que las produce, la balsa o el tren de la muerte llamado “La bestia”.

“Dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad…

Emma Lazarus
(Versos inscritos en la Estatua de la Libertad)

La pieza “Marea alta” es fundamental en el proyecto estético de Rodríguez, se presentó inicialmente en la X Bienal de La Habana, Cuba, en el año 2009. El artista sostiene que es en esta pieza donde aparece por primera vez la idea de “desplazamiento” tan vital en la arquitectura conceptual de su trabajo art?stico; aquí encontramos una perspectiva donde el poder y la política se desplazan con fines expansivos, neocolonialistas, con afán imperial, son 5,000 barquitos de papel intervenidos con camuflaje militar, se refuerza la idea de serialización, muy propia en la estética del artista como si quisiera señalar la reiteración histórica de este hecho.

Piezas como “Escala básica” y “Marea alta”, y otras en su producción, no aparecen directamente vinculadas al tema del viaje migratorio, esto es así porque la concepción de migración en Rodríguez no apunta a ser testigo de éxodos específicos, más bien, como señalé al principio, hay un deseo de búsqueda existencial, de penetrar en las capas más profundas del ser migrante y eso lo consigue gracias a las múltiples conexiones sociales, culturales, políticas, económicas e históricas que establece con el tema, hay en Léster Rodríguez una percepción holística de la migración.

La búsqueda de otra visibilidad

Esta necesidad de conceptualizar la experiencia profunda que resulta de la migración es lo que permite al artista alejarse de las figuraciones tradicionalmente realistas, su obra está sostenida en audaces metáforas visuales y esta afirmación es válida para toda la producción artística de Rodríguez. Su obra se inscribe dentro de los parámetros conceptuales de otros artistas latinoamericanos como Edel Rodríguez, Alex Leyva Machado (Kcho), Alfredo Jaar, Felipe Baeza, Alisa Nisenbaum y Adrián Villar Rojas, entre otros, para quienes la migración no se reduce a un simple cambio de espacio provocado por la precariedad material, para ellos la migración es una cultura del desarraigo absoluto que deja profundas fracturas en la vida del migrante, por esa razón la obra de Rodríguez se articula con todos los detonantes que abren y profundizan esa herida, quizá de allí derive esa complejidad visual que señalé antes y esa marcada serialización que merece un estudio aparte.

Como bien señala Dante Carignano: “La realidad es tan brutal que no hay realismo iconográfico que la exprese, solo la figuración alusiva puede comunicar lo irrepresentable del extravío individual y social”; esta es la razón por la que cuestioné la naturaleza representativa con la que se abordó el tema de las “caravanas” en la V Bienal del Centro de Arte y Cultura de la UNAH (CAC) en el año 2018 y en las instalaciones que después se exhibieron ese mismo año en el proyecto “InstalaCCET” del Centro Cultural de España en Tegucigalpa; eran obras demasiado obvias, derivadas de una narrativa trillada y convencional.

Léster Rodríguez tiene claro que la obra de arte no puede ser el dolor mismo del que migra, debe ser, en dado caso, su trascendencia, su reimaginación, su metáfora atormentada pero no el tormento mismo; en dado caso, ya la realidad que lacera al migrante le ha propinado una certera mordida en el corazón. No necesitamos ser sus pies cansados ni el escupitajo amargo de su sed, pero sí debemos ser consciencia, conocimiento, denuncia, búsqueda, esperanza y, sobre todo, interrogante permanente para indagar dentro del ser y descubrir el otro sentido de eso que llamamos “verdad”, aquella que nos libera del prejuicio, la marginalidad moral y la indolencia rastrera, si el arte no sirve para eso, entonces déjenlo allí brillando en su dorada belleza inmaculada, alegrando los ojos de las almas tristes.