Aun así, nos vemos cínicos, siendo lo que no somos en eras espinosas.
Mientras aquí carecemos de un plan certero frente al mal, las potencias, con todo el oro del globo, perecen a su feroz ataque, abriendo enormes fosas comunes donde yacen los restos de ricos y pobres, de distintas razas, países y edades enterrados sin típicas misas. La lección es clara, concluyente, y, por lo visto, su fiereza no altera a los necios.
Sacrílegos
Aquí y allá dicen que, con el tiempo, debemos “aprender” a vivir con la ruina, en lugar de dejar el mal vivir y ser modelo de humanos. El virus roció las coronas de altivos “reyes” y “reinas” creídos “dioses” en sus pueblos. Destripó protocolos, asoló en Semana Santa la otrora colmada Plaza San Pedro del Vaticano y mandó a reflexión al clero, atónito ante el azote.
Tumbó rarezas de artistas y de ricachos. Muchos de ellos siguen y seguirán aturdidos por la plaga. Los aisló en sus aposentos plagados de excesos. Un simple estornudo los sacó de sus helicópteros, jets, yates, de sus carros blindados, rodeados inútilmente de un chorro de esbirros. Sus escudos no los salvan del contagio ni tampoco los ritos hipócritas.
Si fallecen, sus tesoros quedarán, seguro, en uñas ajenas. Nadie sabe por quién se desvela. Si sobreviven, morirán viendo caer sus firmas. La peste es una caja de sorpresas. En febrero pasado, Donald Trump dijo: “Todo está bajo control” y, hoy, su rostro es un poema de horror. Como una bomba asesina, el mal ya mató a más de 47,000 estadounidenses y no cesa de infectar.
Inmundos
Los fuertes sueñan reabrir ciudades y naciones donde, previo al látigo, rendían pecho al libertinaje, tipo Sodoma y Gomorra, avalando lo inicuo, irritando al Altísimo. Varones y mujeres soberbias exigiendo “derechos” torcidos. La factura, aunque tarde y no nos cuadre, golpea a todos. Su “dios” es un camino de perdición, repleto de asesinos, de raros, de pedófilos…
La enfermedad arrasa con quien sea y donde sea. Las cifras son dolorosas. En Wuhan, China, epicentro del virus, la vida y el trabajo luchan por normalizarse ante el temor de recaer, mientras en el imperio y países pequeños como el nuestro, la economía y los trabajos se hacen añicos, con poca ilusión de alzar entre los escombros.
Medio mundo habla que ya nada volverá a ser igual si muere o no el mal. Depende, los seres humanos somos inenarrables.
En tribulación fingimos doblar rodillas y al poco tiempo olvidamos las tragedias y, la solidaridad, nomás es pintura, una promesa del diente al diablo. Los poderosos son buenos por provecho. Así mueven sus bolsas.
Si estamos de correr, ¿seguiremos en orgía, robando, mintiendo, matando, casándonos disparmente, tapando a malvados en púlpitos? Dios permite sinfín de cosas para bien, reza en Romanos 8:28: La fortuna no compra la salud, la paz ni la pureza