TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Los lectores son seres caprichosos. Quizá a esto se deba que “Perro adentro” (mimalapalabra, 2015) haya pasado injustamente desapercibido. Se trata del segundo libro de cuentos de Raúl López Lemus, que previamente había publicado “Entonces, el fuego” y que ganó el Premio Mario Monteforte Toledo con la novela “Alguien dibuja una sombra”.
El título repite la estructura y la adjetivación del adverbio de “Árbol adentro”, de Octavio Paz. A pesar de este precedente ilustre, debo confesar que el título no me gusta porque me parece susceptible a más de alguna broma malintencionada. Sin embargo, esto es lo de menos, porque los cuentos tienen el extraño encanto de la buena literatura.
El amor en el mar
El libro consta de cuatro relatos, cada uno de ellos estructurado en torno a un suceso principal, un encuentro que sirve como punto de partida o alrededor del cual el lector puede contribuir a tejer la historia que se presenta fragmentada o en sus múltiples posibilidades de desarrollo.
El primero es “Juego de mar”, o la imagen de dos jóvenes que se balancean con las olas mientras hacen el amor en el agua y la madre de ella permanece impotente en la orilla. El relato obliga al lector a caminar hacia atrás para explorar todo lo que los ha conducido hasta ese momento de consumación, que también es el adiós. El encuentro de una pareja de jóvenes se repite en “Perro adentro”, pero este relato se va construyendo casi como una pirámide que los personajes tienen que escalar desde lados diferentes, enfrentando obstáculos que parecerían absurdos en otra narrativa, para hallarse al final en un extraño ambiente de locura trágica.
En “Una tuerca suelta” Pascual, el infortunado protagonista, se encuentra con la muerte en la carretera. Y en “Muerte en espiral” seguimos a los personajes a través del número de capítulo que se les asigna y vemos varias posibilidades de un camino que irremediablemente conduce al encuentro de un amante con sus asesinos.
El verdadero narrador
En estos relatos la voz narrativa señala a su autor y le muestra su desacuerdo en la construcción de la historia, por eso el lector siempre está consciente de que está inmerso en una ficción. El disfrute de estos textos no viene de ser abstraído por la historia sino por las posibilidades narrativas, la estructura cambiante, y el lenguaje. Los personajes están siempre agitados, como si huyeran o buscaran algo, esta intensidad hace que nos interesemos en ellos a pesar de la artificialidad del relato. Todos los cuentos, sin embargo, tienen el mismo diseño experimental, hay en ellos cierta homogeneidad que si bien los unifica estilísticamente, también los reviste de una incómoda monotonía.
En la contraportada se dice que con este libro el autor busca “reafirmarse como miembro del selecto grupo de verdaderos nuevos narradores hondureños”. Desconozco si existe un grupo de falsos nuevos narradores hondureños, pero estoy seguro de que los cuentos de Raúl López son de una extraordinaria calidad.