Tegucigalpa, Honduras
Al referirme a la figura del maestro Rafael Murillo Selva es menester mencionar primero y personalmente que se distingue como un gran amigo de sus amigos y profesionalmente, como un extraordinario ejemplo a seguir.
En el arte y la cultura de Honduras, citar su nombre es marcar un referente fundamental en el desarrollo de nuestras artes escénicas en muchos sentidos. Como gestor de proyectos, como director de teatro y como teórico investigador, ha dejado un legado muy valioso y, de alguna forma, incalculable.
Es un intelectual extremadamente disciplinado que ha compilado un buen número de sus escritos en una edición preparada por la Universidad Nacional Autónoma de Honduras en seis libros que se presentan como “Obras completas” de Rafael Murillo Selva Rendón.
En esta ocasión, no obstante, quiero compartir y dar énfasis a una faceta muy poco conocida de nuestro amigo Rafael, quien debe ser necesariamente mencionado en la construcción del cine hondureño y del cine colombiano desde sus orígenes.
Como productor y como actor, especialmente en esto último, destaca y sobresale en la película colombiana “El río de las tumbas”, un filme dirigido en 1963 por Julio Luzardo y llevado a cabo principalmente por el grupo teatral bogotano de La candelaria, del cual nuestro compatriota Murillo Selva fue y sigue siendo parte fundamental.
El pasado lunes, después de tomar un café y disfrutar de una extensa conversación con este insigne actor y director hondureño, programé un primer visionado de esta película. Fue una noche reveladora para todos los cinéfilos que acudimos al Centro Cultural Padilla-Suárez en barrio Palmira. Con la presencia del invitado especial, Rafael Murillo Selva, vimos por primera vez todos -incluyendo, increíblemente, el propio Murillo Selva- la película “El río de las tumbas”.
“La memoria se me encabritó y repasé los años locos de esos creativos y desafiantes tiempos en que fundamos La Candelaria y Colombia hervía de nuevas rutas, que se abrieron a punta de esfuerzo, trabajo e imaginación”, me expresó el amigo Rafael.
Sobre el filme
“El río de las tumbas” se une a la extensa filmografía llamada Nuevo Cine Latinoamericano, que toma postulados del neorrealismo italiano, en hacer confluir fuerzas creativas y voluntades reales de cambio en una propuesta exploradora de la realidad social de nuestros países. Aunque parece en suma una película sencilla, abraza una profundidad contextual que no pierde vigencia ni se ciñe a fronteras territoriales; pues bien, nos habla de la realidad de un pueblito sureño en Colombia, no nos es difícil ubicarla en cualquier pueblito y realidad rural hondureña.
El título ya acarrea una fuerte metáfora, ese río es testigo y recorrido del caudal de muertes que desde ese entonces ya se denunciaban en los comienzos del conflicto armado en Colombia. Los poderes –político-estatal-espiritual- en pugna y en plena guerra declarada, usan al pueblo como vehículo para hacer sobresalir sus propios intereses.
Con momentos propios de nuestro surrealismo fluir en Latinoamérica, esta película nos retrata una serie de personajes que reconocemos en cada uno de nuestros países.
Buscando referencias primarias que me hablen de esta película me encuentro con una nota muy interesante que publica la revista colombiana Cromos en septiembre de 1965 (en la semana en que esta película llegaba a cartelera comercial).
En esta nota de promoción, la revista enfatiza que “es la primera anotación al haber de la contabilidad cinematográfica colombiana”.
Esta misma revista, en noviembre de ese año, daba cuenta de la participación de nuestro actor hondureño, destacándolo por sobresalir de todo el elenco cuando puntualmente se refiere a que, por la dinámica misma de la película, en la mayoría de los actores “cuando no son de la talla de Santiago García, el cura; de Rafael Murillo, el secretario del alcalde, y de Carlos Perozzo, el chulavita, la disciplina se desbanda.”
A este tema se refiere Murillo Selva en nuestra conversación y me comenta que su labor en producción de campo en esta película fue, además controlar y canalizar todo el ímpetu de los participantes en ella, pues era la primera vez que tenían una experiencia rodando para las cámaras y con toda la organización y logística que esto conlleva se tornaba todo cada vez más caótico.
Desde fechas recientes estoy en comunicación con el señor Julio Luzardo, director de la película, gracias a un primer contacto llevado a cabo por medio de la actriz hondureña Belkis Zulema Ventura; me comenta Julio que Rafael “logró un personaje muy especial en la película” y además que “su trabajo en la producción fue muy determinante para que este proyecto fílmico se pudiera llevar a buen puerto y que no hay manera en cómo pueda agradecerle toda su colaboración en este proyecto”. Con estas palabras, viniendo de uno de los más grandes maestros colombianos del cine, reconocemos el aporte de Rafael Murillo Selva al cine de Colombia y nos enorgullece que, con ello, escriba una página importantísima a su vez para el cine de Honduras.
Queda abierta la puerta a seguir investigando todo el trabajo que este ilustre actor desarrolló en Colombia, tanto en cine como en televisión, así como volvernos a reunir para disfrutar nuevamente de esta maravillosa película –documento y herencia histórica del cine de dos países hermanos.
Un placer y un honor compartir contigo esta especial premier. ¡Gracias!