TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Con firmeza y claridad, Héctor M. Leyva, académico y ensayista, ha lanzado “Tiempo perdido”, su debut en la narrativa, representando quizá su obra más exhaustiva hasta ahora.
La historia sigue a Luciano, un investigador que viaja a Washington DC para desentrañar la vida del escritor hondureño Arturo Martínez Galindo, asesinado en “circunstancias misteriosas”.
Utilizando documentos históricos y una prosa fluida, Leyva disuelve las fronteras tradicionales de la novela.
“Tiempo perdido” ofrece una crítica profunda de la historia hondureña, según el autor.
Su incursión en el género narrativo la hace con el misterio detrás de la muerte del autor Arturo Martínez Galindo, ¿por qué?
Arturo Martínez Galindo fue un autor que permaneció ignorado por mucho tiempo, que escribió una literatura valiente y arriesgada, que se preguntó por las dimensiones oscuras y pasionales del hombre, y que fue muerto de forma atroz durante la dictadura de Carías de la que fue adversario sin que se conozcan a ciencia cierta las razones que llevaron a su asesinato y si en ello influyó lo que escribía.
El título “Tiempo perdido” sugiere una reflexión sobre la pérdida de tiempo y eventos olvidados, ¿cómo interpreta usted esta idea en el contexto de su obra?
En la novela existe una seducción por lo que se puede llamar la singularidad del documento. Un documento antiguo, una carta, un expediente judicial, un informe, una fotografía, etc., esplenden una multiplicidad irrepetible de brillos, es el esplendor de la vivencia, de la experiencia de la vida y del tiempo histórico que han podido quedar inscritos en rasgos infinitesimales y huidizos.
Todos tenemos este tipo de experiencia con las fotografías antiguas, pero cuando uno se enfrenta a un archivo la experiencia se multiplica exponencialmente y ya no es una impresión sino muchísimas, un revuelo del tiempo pasado, una especie de viento cósmico.
Esa experiencia con los documentos antiguos, con la vida y el tiempo que se revuelven en ellos es la que he querido comunicar con la novela.
Su obra tiene una estructura que intercala la investigación de Luciano con comentarios literarios y citas de documentos, ¿por qué decidió utilizar este enfoque?
Uno de los desafíos para la novela era implicar al lector en el interés por los documentos históricos. Contagiar el encanto por esa magia del documento antiguo. Esto no es fácil porque los documentos suelen ser farragosos, feos, larguísimos.
El reto era poder transcribir directamente los documentos, meterlos en la novela, provocar el encuentro directo del lector con su manifestación, con sus modos de expresión, con sus giros de pensamiento y de sensibilidad.
En la novela hay incluso fotografías de esos documentos. Entonces el reto era lograr una novela como un máquina narrativa, capaz de suscitar la complicidad del lector para acercarse directamente a los documentos. Para leerlos como si se leyeran en el archivo.
Si logré suscitar esa complicidad, logré lo más importante porque al final es una seducción por el pasado y la memoria, algo importante que requerimos como individuos y como sociedad.
En esa línea, ¿qué otros retos enfrentó al integrar elementos de crítica literaria y ensayo en una obra de ficción?
La novela deliberadamente traspasa los géneros literarios y al mismo tiempo los mezcla, los hibrida, juega con ellos.
La literatura convencional, los best sellers, pero también la literatura seria, imponen unas reglas, unos modos de expresión y de imaginación que al final pueden ser una camisa de fuerza y conducir a estereotipos y lugares comunes.
En “Tiempo perdido” se muestra que un ensayo de crítica literaria puede ser tan apasionante como un relato de ficción o como un documento antiguo.
Luciano se encuentra con hechos que preferiría no haber descubierto, ¿cómo desarrolló el arco emocional de este personaje a lo largo de su obra?
Luciano es la clave de la novela. Es el personaje investigador, que va mostrando los documentos que encuentra con un doble movimiento, primero se acerca, los lee, los interpreta, y luego nos lo ofrece, un fragmento, un pasaje. Como buen investigador distingue entre los hechos y la interpretación, entre el texto con su sentido literal y las asociaciones que a él le despiertan.
Luciano se agita con lo que lee, es la caja de resonancia de los documentos, nos comunica sus impresiones pero al mismo tiempo nos permite apreciar directamente los textos y juzgar cuán acertadas son sus interpretaciones. Con esto lo que tenemos es una aproximación agitada, subjetivizada a unos textos que tienen una realidad independiente.
¿Qué significan para usted los personajes históricos como Herrera Cálix, Zúniga Huete, Paulino Valladares y Argentina Díaz Lozano dentro de la narrativa de su novela?
El investigador personaje llega al archivo buscando datos que esclarezcan la muerte de Martínez Galindo, pero lo que encuentra es otra cosa, la violencia política durante la dictadura de Carías, personas de carne y hueso en el torbellino de la historia, un tiempo vibrante que le arrolla.
La investigación literaria cobra un carácter político imprevisto y descubre que el archivo es la memoria del poder.
¿Cree que hay aspectos de la historia de Honduras que han sido olvidados o malinterpretados y que su novela busca recuperar o reinterpretar?
El título de la novela y su propia trama juegan con esta idea, por una parte pareciera que los investigadores perdieran el tiempo en pesquisas sobre una verdad histórica que se escapa y por otra que la historia y el tiempo permanecen olvidados pero vibrantes en el archivo.
¿Prepara otro libro?
Este año se publica en Argentina un libro de ensayos de mi autoría sobre los testimonios de la violencia actual en Centroamérica y México.