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Tegucigalpa, Honduras.- En el undécimo capítulo de “De animales a dioses”, titulado “Visiones imperiales”, Yuval Harari reflexiona acerca de cómo la mitológica victoria de Roma sobre Numancia fue tanto militar como cultural.
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Aunque a los numantinos se les recuerda como a héroes, explica el historiador israelí, su memoria la enmarcan los valores, el idioma y la narrativa impuestos por Roma, que logró consolidar su dominio no solo en el campo de batalla, sino también en la forma en que se nos contó la historia de los vencidos.
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Inspirado por esta reflexión, decidí aplicar la misma idea al contexto de la conquista española en América, especialmente en lo que hoy es Honduras. Al igual que los romanos, los españoles no solo buscaban imponerse por la fuerza. Deseaban algo más profundo, algo que trascendiera las generaciones: una transformación cultural y social.
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El resultado no fue ni completamente español ni completamente indígena, sino una fusión de ambas culturas que ha definido nuestra identidad hasta el día de hoy.
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Lo que hoy llamamos “indígena” en nuestra gastronomía, vestimenta, música y otras costumbres es en realidad producto del mestizaje que se formó a lo largo de los siglos.
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Pensemos en Lempira (en el Lempira de la probanza de Rodrigo Ruíz que conocimos gracias al historiador hondureño Mario Felipe Martínez, y que desentraña Blanca Moreno en su libro “Y de la épica hazaña en memoria... La probanza sin pruebas de Rodrigo Ruiz”) como ejemplo perfecto de esta mezcla.
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Aunque celebramos su lucha, lo hacemos construyendo su épica en español, elucubrando con la filosofía impuesta por Occidente, partiendo de las concepciones católicas del mundo, entre otras ideas impuestas por los conquistadores.
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Y lo hacemos de esa forma porque somos españoles en un porcentaje importante de nuestra sangre, aunque hoy día, increíblemente, esa verdad resulte incómoda o insospechada, a pesar de que es evidente. El español domina nuestra vida diaria, pero este mestizaje no solo influyó en el idioma.
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La gastronomía hondureña es una fusión entre lo prehispánico y lo europeo. Ingredientes indígenas como el maíz, el cacao y el frijol siguen siendo fundamentales, pero las técnicas culinarias y la forma de preparar los platos han sido transformadas por la influencia española. Así, un tamal que alguna vez fue puramente indígena hoy incorpora ingredientes y métodos traídos de Europa.
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La vestimenta tradicional de muchas regiones de Honduras, que hoy consideramos como “indígena”, es también una mezcla de influencias españolas e indígenas. El refajo de las mujeres lencas, tejido con técnicas ancestrales, integra patrones y colores traídos por los españoles.
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Asimismo, el huipil, una prenda tradicional usada por mujeres en comunidades indígenas, incorpora muchos de los materiales y estilos que introdujeron los europeos.
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La guayabera que visten los hombres en ciertas comunidades es una prenda mestiza que mezcla influencias europeas adaptadas a la realidad local. También encontramos prendas como las camisas bordadas y los sombreros de paja, comunes en zonas rurales.
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Estos sombreros, aunque prácticos para el trabajo en el campo, los heredamos de la tradición española, pero los indígenas los adoptaron rápidamente como parte de su vestimenta cotidiana. En los bailes folclóricos, las mujeres lucen vestidos coloridos y amplios que, aunque simbolizan la herencia indígena, muestran también claras influencias de la moda durante la conquista.
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Las festividades son un claro ejemplo de cómo esta hibridación cultural se ha mantenido. La danza del Guancasco, que solía ser un ritual de reconciliación entre comunidades indígenas, hoy incorpora música española y se celebra en el contexto del cristianismo.
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Las procesiones religiosas, como las de la Virgen de Suyapa, fusionan elementos indígenas y europeos, creando una tradición única que difícilmente puede desglosarse en sus componentes originales.
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Los instrumentos, como las flautas y tambores, siguen siendo parte esencial de estas festividades, aunque los ritmos y melodías han sido influenciados por la música traída por los conquistadores.
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Esta mezcla no es exclusiva de un ámbito de la vida. Se refleja en cada rincón de nuestra cultura diaria. Las celebraciones que parecen auténticamente indígenas, como las ferias del maíz o el Día de la Cruz, son una hibridación de rituales ancestrales con prácticas cristianas y europeas. Este mestizaje ha moldeado nuestra herencia cultural a lo largo del tiempo, transformando tanto nuestras creencias como nuestras costumbres.
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Es imposible revertir este proceso o pretender que nuestra historia es una de pureza cultural. Lo que somos hoy es el resultado de siglos de interacción entre culturas. Al igual que Roma con Numancia, los españoles no solo sometieron a los pueblos indígenas militarmente, sino que los transformaron culturalmente.
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Los lencas, liderados por Lempira, dejaron una huella imborrable en la historia, pero lo hicieron dentro de una realidad ya cambiante.
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Este mestizaje no es algo que debamos demonizar ni glorificar sin matices. Es nuestra historia, y nos define como sociedad. Aceptar esta fusión es el primer paso para reconocer tanto el pasado indígena y español como el presente mestizo.
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Y, en última instancia, es innegable que mucho de lo que consideramos propio sigue siendo reflejo de las raíces españolas que, más allá de la sangre que llevamos, moldearon nuestra lengua, nuestras instituciones y hasta nuestras formas de pensar.