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Tegucigalpa, Honduras.- Nadie, por fuerte que sea, está preparado para un diagnóstico de cáncer.
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Es difícil, en la cabeza desfilan todas las probabilidades, y en ninguna la muerte es una opción aceptable, aunque en muchos casos será inminente.
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Hablamos de sobrevivencia del cáncer y de tratamientos, pero qué difícil es hablar sobre la muerte.
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¿Cómo la enfrentamos cuando el diagnóstico es todo menos positivo? Consultamos a la psicóloga Mildred Tejada, especialista en psicooncología y cuidados paliativos, sobre este tema que es tan difícil de asumir en las familias que luchan con una paciente con cáncer. Si bien enmarcamos este tema en el Día Internacional de Lucha contra el Cáncer de Mama, es útil para cualquier persona que esté pasando por una situación similar.
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¿Cómo hablar con una paciente de cáncer sobre su diagnóstico de enfermedad terminal?
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Es importante reconocer que es una noticia delicada. Con eso no quiero decir que ocultarlo sea la mejor elección. Hay que hablar con la verdad, con honestidad y compasión, pero, sobre todo, tener en cuenta las necesidades de información que tenga la paciente.
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Si hablamos de una paciente adulta, hablamos de alguien que tiene derecho a la autonomía, por lo tanto, al saber puede decidir qué línea de tratamiento y cuidados quiere llevar.
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Ya si la paciente explícitamente expresa sus deseos de no saber de su diagnóstico o pronóstico, también está en su derecho de delegar a alguien más (como un familiar) que se encargue de esos temas. Al final, valen más los deseos y necesidades de la paciente que hablar o no hablar sobre el tema.
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¿Cómo abordar la inminencia de la muerte con la paciente y otros miembros de la familia?
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Es necesario abrir espacios seguros para que todos puedan expresar sus miedos y dudas. La psicooncología busca facilitar diálogos difíciles, brindando herramientas para enfrentar los duelos anticipados.
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La honestidad compasiva permite construir un cierre más humano. A veces es útil guiar estas conversaciones de manera gradual, respetando los tiempos y los silencios tanto de la paciente como de los familiares.
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¿Cómo gestionar una despedida en el momento adecuado?
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El momento de la despedida no siempre es predecible, por lo que se debe cultivar la posibilidad de despedirse en múltiples momentos. Crear rituales significativos, compartir recuerdos o expresar gratitud ayuda a las personas a encontrar un cierre emocional.
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Si la paciente está lista para despedirse, la intervención debe ser cuidadosa, sin forzarla ni apresurarla. La despedida puede ser silenciosa o con palabras; lo importante es que sea genuina.
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¿Cómo sobrellevar el proceso mientras llega el momento final?
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El enfoque está en el acompañamiento cercano. A veces, el simple acto de estar presente sin intentar cambiar nada es el mayor consuelo. Facilitar el acceso a recursos paliativos y asegurar la dignidad en cada etapa es clave.
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Promover momentos de serenidad, aunque sean breves, puede dar alivio tanto a la paciente como a la familia. Es importante validar que todos los sentimientos, incluso la tristeza o el enojo, son naturales.
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¿Qué pasa si la paciente se llama al silencio y no quiere hablar más con nadie?
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Es necesario respetar ese silencio como una forma válida de afrontar la situación. En ocasiones, las palabras sobran y es el cuerpo el que habla. Acompañar desde la presencia atenta, sin exigir interacción, puede ser una manera profunda de conexión.
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También se puede explorar si la paciente prefiere comunicarse de otras formas, como mediante la escritura, la música o el contacto físico. La aceptación incondicional es el mejor camino.
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¿Cómo enfrentar una depresión en esa etapa difícil?
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Es importante distinguir entre la tristeza esperada y una depresión clínica. Si bien en esta fase puede ser difícil intervenir con tratamientos tradicionales, algunas estrategias pueden incluir acompañamiento psicológico individualizado, terapias expresivas o incluso el uso cuidadoso de fármacos paliativos.
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El objetivo no es necesariamente eliminar el dolor, sino acompañarlo de manera que no sea desbordante. Estar ahí para validar lo que siente la persona, sin juzgar ni intentar “resolver” lo que no tiene solución, puede ser el mayor alivio que se pueda ofrecer.