Por Alexandra Stevenson / The New York Times
HONG KONG — Durante las protestas masivas en la Plaza Tiananmen hace 35 años, Han Dongfang saltó sobre un monumento para hablar.
“La democracia tiene que ver con quién decide nuestros salarios”, recuerda Han, hoy de 61 años, haber gritado a la multitud. “Los trabajadores deberían poder participar en la decisión”.
Fue el inicio de los 30 años de lucha de Han por los derechos de los trabajadores en China, una lucha que casi se detuvo de inmediato.
El 4 de junio de 1989, apenas unas semanas después de que Han comenzara sus discursos, el Ejército Popular de Liberación disparó contra manifestantes a favor de la democracia en la plaza, poniendo un fin sangriento al movimiento democrático y a la libertad de expresión en China.
La aplastante respuesta también disolvió un sindicato que él había ayudado a crear durante las protestas: el primer y único sindicato independiente desde el establecimiento de la República Popular China en 1949. Después de que Han fue incluido en una lista de los “más buscados”, se entregó y cumplió 22 meses de prisión.
Hoy es uno de los últimos activistas de derechos laborales en China que no se esconde. Despojado de su pasaporte y expulsado de China continental en 1993, trabaja desde Hong Kong.
“Prefiero ser abierto que esconderme”, dijo desde la oficina del China Labour Bulletin, una organización no gubernamental que fundó en 1994. Casi todas las demás organizaciones de la sociedad civil centradas en China han abandonado Hong Kong desde el 2020, cuando Beijing impuso una ley de seguridad nacional y desmanteló las protecciones que daban a la Ciudad su estatus semiautónomo. Pero Han ha seguido adelante.
Han trabajaba como ingeniero para los ferrocarriles estatales en abril de 1989, cuando los estudiantes comenzaron a protestar en la Plaza Tiananmen. Han se unió a ellos.
Mientras escuchaba hablar a los estudiantes, se dio cuenta de que los trabajadores podían tener voz fuera del sistema del Partido Comunista.
Pero después de la masacre de Tiananmen, el sindicato extraoficial que él había ayudado a crear fue rápidamente declarado ilegal y nada parecido se ha vuelto a permitir. Desde entonces, Han ha estado impulsado por un objetivo: empoderar a los trabajadores para que emprendan acciones colectivas.
“Ese es mi carácter”, dijo. “Si naces terco, vas a todas partes terco”.
Bajo el actual líder de China, Xi Jinping, grupos como el suyo han sido clausurados y otros activistas laborales encarcelados. Pero Han se ha mantenido activo —y optimista.
Durante los casi dos años que pasó en prisión, los guardias de la prisión lo torturaron y lo colocaron en una sala con pacientes de tuberculosis a pesar de que estaba sano. Lo llamó “un infierno” e “insoportable”, pero también “un logro”.
Cuando Beijing lo liberó porque había contraído tuberculosis y estaba al borde de la muerte, viajó a Estados Unidos para recibir tratamiento. Perdió un pulmón. Cuando se recuperó, las autoridades chinas le dijeron que se mantuviera alejado; en cambio, intentó volver a entrar, más de una vez.
En su último intento, en 1993, llegó a Guangzhou, una ciudad a 130 kilómetros de Hong Kong. La policía terminó arrastrándolo de regreso a Hong Kong. Respondió a ello creando el Boletín Laboral de China.
© 2024 The New York Times Company