Serie 2/2
Luis García Montero se despidió de Honduras con el aplauso de la gente y no sin antes leer algunas de sus poesías reunidas en la “Antología poética” que publicó ManoNostra en Honduras. Así, la obra del reconocido poeta español ya está en el país.
En esta segunda entrega de la entrevista con García Montero, el poeta habla de sus exploraciones en la poesía, de ese “además” que siempre anda buscando, de sus riesgos al escribir y también de su labor como catedrático y lo que significa enseñar literatura para retroalimentar su propio proceso como escritor.
¿Cómo explora los límites de su poesía?
Cuando decidí escribir una poesía que tuviese una música confesional, del pensamiento, de la reflexión, como forma de conocimiento para establecer la relación entre mi mundo y la realidad, decidí explorar lo que tú me estás planteando. De hecho publiqué un libro que se titula “Además”, que es la inquietud de explorar lo que hay además de lo mío, de mi camino.
Fue así que me acerqué mucho a la poesía clásica y empecé a experimentar con las formas tradicionales. Mi poesía es convencional, pero me gusta utilizar la técnica como manera asolapada de enriquecer la palabra.
Al mismo tiempo, hubo una poesía con la que indagué en la vanguardia, en la ruptura, en el experimentalismo; y por otra parte indagué en la poesía de tipo social, donde se aceptaba el compromiso político. Lo que estaba buscando era una poesía que hiciese frontera por una parte con los clásicos, con la vanguardia, con lo político y la música popular, las canciones de los cantantes preferidos, los boleros, los changos, eso que había dignificado la cultura popular. Ese es el además en el que yo indago y me enriquezco cuando estoy escribiendo.
De todos esos caminos por los que ha transitado, ¿cuál es el que lo hace sentir mejor como poeta?
Me gusta identificar la poesía como el territorio de la verdad, yo no creo en la verdad con mayúscula, en los dogmas, en los grandes idearios, pero sí creo en la verdad humana, aquello con lo que tú te sientes identificado.
Para mí el arte es algo que provoca emociones, donde por un momento se consigue equilibrar lo que uno siente por dentro y la realidad exterior que suele ser muy hostil, sentir como que hay un acuerdo entre lo que tú vives por dentro y la realidad exterior, es a ese sentimiento al que le llamo verdad, y yo siento en la poesía escribir con la honestidad de la verdad.
Fíjate que yo no diría nunca que la poesía es belleza, para mí la poesía es verdad, verdad con minúscula, que tiene que ver con los sentimientos propios, no con un dogma dominante o totalitario, y es esa la poesía en la que yo me siento relacionado.
¿Es la poesía más intimista que la narrativa?
La poesía inventa un mundo propio en pocas palabras, y lo que hace es contagiar la mirada de un personaje sobre el mundo, y la tarea principal de un poeta es construir un mundo propio.
La novela es más objetiva en la medida que se trata de crear distintos personajes, de distinto sexo, edad y pensamiento, y cómo entre todos ellos se construye un argumento que da una visión más amplia de la realidad donde existen distintas perspectivas, y en ese sentido sí creo que la poesía tiene un momento de construcción, de intimidad mucho más desnudo que la novela.
¿A qué riesgos se enfrenta como poeta?
A muchos riesgos. Por ejemplo, creo que un elemento de trabajo fundamental en la mesa de un poeta es la papelera, uno no puede perder nunca la conciencia crítica, el poeta que piensa que todo lo que escribe es genial, acaba escribiendo tonterías. En ese sentido ¿cuáles son los riesgos? Por una parte hay que utilizar un lenguaje que sea muy riguroso y honesto, y que al mismo tiempo establezca diálogo con la gente; es la necesidad de hablar de uno mismo, pero trascendiendo el propio yo para establecer un diálogo con la gente.
Fíjate que el poeta no es alguien que siente mucho, porque por fortuna sentimos todos los seres humanos, si el sentimiento no fuera una cosa colectiva sería imposible el arte, la comunicación, el amor. El trabajo de un poeta es provocar efectos para hacer sentir a los demás. Tú no puedes traicionarte, escribir algo que no sientas, pero tienes que convertir lo que tú sientes en sentimiento para los demás.
Si yo escribo un poema de amor, no se trata de que tú pienses en mi novia, se trata de que tú pienses en tu novio. Entonces el primer riesgo que tiene el poeta, por el deseo de ser muy sincero, es llenarlo todo con su yo y si uno lo ocupa todo con su yo, cuando llega el lector rebota y se queda fuera; entonces uno tiene que aprender a ponerse y a borrarse para que lo que uno escribe pueda ser habitado por un lector, y se convierta en el amor de un lector, en los sentimientos de un lector.
Yo creo que esa es la tarea fundamental de un poeta y ahí están los riesgos, cómo conviertes el poema y la escritura en algo hospitalario, en algo que preparado como se prepara una casa para recibir al otro, y para que el otro se sienta como en su propia casa. Ahí están todos los riesgos de la creación poética.
¿Sufre y disfruta la poesía a partes iguales?
Sí, y la sufro en el sentido de que me la tomo con rigor, que corrijo, que no creo nunca que la verdad sea un punto de partida, si no de llegada. Cuando escribes tienes que tomar decisiones para hacerte dueño de lo que haces y no repetirte como un loro lo que flota en el ambiente.
Entonces a ese rigor de escritura se le puede llamar sufrimiento, pero siempre avisando que no se trata de un sufrimiento comparable con el sufrimiento de verdad cuando tienes una enfermedad, cuando se te muere alguien o cuando te están torturando; es el esfuerzo de cualquier trabajo, el sufrimiento de la creación, y desde luego de mucha emoción.
¿Su labor de catedrático le abre otro panorama como poeta?
Sí, me abre otro panorama por muchas razones; primero, porque como poeta un día hay que explicar un clásico: San Juan de la Cruz; otro día hay que explicar a un vanguardista muy rupturista: a Mayakovski; un día explicas a un poeta muy comprometido con su sociedad: Rafael Alberti, Roque Dalton; y otro día explicas a un poeta muy puro, muy de cuidado sumo en el lenguaje: Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz; y de pronto como profesor aprendes a gustar de San Juan de la Cruz, de Mayakovski, de Octavio y de Roque Dalton, y eso enriquece mucho. Me parece que uno no puede formar su propio mundo personal sin aprender de la riqueza general de la poesía, y un profesor es un lector que habla de lo que lee. Y uno aprende que se puede ser tan entusiasta de Góngora en sus poemas difíciles, como de Quevedo en sus poemas más fáciles.
Esa labor de disfrutar de toda la riqueza de la poesía la da la enseñanza de la literatura, y después hay otra cosa, uno va cumpliendo años, pero los alumnos siempre tienen 18, 19, 20 años, y entonces te ayudan a otra cosa fundamental: a no convertirte en un viejo cascarrabias.
El poeta está muerto cuando piensa que cualquier tiempo pasado fue mejor, y si uno cierra los ojos a la realidad que se va formando, uno se va apartando del mundo y acaba siendo un resto arqueológico, y la poesía tiene que tener la energía del mundo en que se vive. No puedo renunciar al mundo de hoy, porque es el mundo de mis alumnos.
ManoNostra ya publicó una “Antología poética” suya y la UNAH publicará su antología de poesía cervantina, ¿cuál es la expectativa de saber que su obra ya está en Honduras?
Estoy muy agradecido con el proyecto de publicar en la universidad esta antología que hice de poemas dedicados a Cervantes, que es una manera de conmemorar el 400 aniversario de su muerte.
Estoy muy agradecido, sobre todo con Rolando Kattán, que es un poeta al que conocí, admiro y quiero, y él me propuso que ya que venía a Honduras podíamos publicar, y es una posibilidad de contactar con lectores de Honduras. Para un autor, si no es muy tonto, el mayor premio literario son los lectores; yo le doy mucha más importancia a alguien que me cuenta que utilizó un poema mío de amor para declararse, o que cuando murió su padre utilizó un poema mío y una reflexión sobre la vida y la muerte para consolarse.
Cuando me preguntan si la literatura interviene en la realidad, yo no pienso en mí escribiendo, pienso en mí con un libro en las manos. Y cuando alguien me dice que ha sentido con un libro mío lo mismo que yo pude sentir con uno de los poetas que admiro, encuentro que mi trabajo tiene sentido, y que te publiquen en un país pues significa la posibilidad de que quizá haya algún lector que pueda encontrar algo que le sirva en su educación sentimental en los poemas que ha hecho uno, y eso lo agradezco mucho.
¿Qué tal la experiencia de estar por primera vez en Honduras?
Nos hacía mucha ilusión a Almudena y a mí porque nosotros nos identificamos con Álvaro Mutis, y sentimos que nos afecta muy personalmente Latinoamérica, y Honduras era uno de los países que nos faltaba por conocer.
Cuando lees noticias en los periódicos, o lees poemas o historias que pasan en un país donde no has estado, pues lo ves de manera imaginaria, pero cuando ya has estado y has conocido ese país, y has visto a la cara a la gente de ese país, lo ves de una manera mucho más cercana, y Honduras era el país de Centroamérica que me faltaba por conocer, y estoy muy contento de haber tenido la oportunidad de estar aquí en Tegucigalpa.