Crímenes

Grandes Crímenes: El país de la sangre

Bien dicho está que, cuando se elige lo peor, lo que se debe esperar es el desastre
24.07.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hace muchos años, Rafael Heliodoro Valle dijo que la historia de Honduras se puede escribir en una lágrima. Tal vez fue así en su tiempo. Hoy, la historia de Honduras se escribe con sangre, con sangre de inocentes que es derramada por asesinos sin escrúpulos en los cuatro puntos cardinales del país. Y lo más grave de esto es que estamos cayendo en una vorágine criminal que nadie puede detener.

La Policía, que no solo es más lo que inventa que lo que investiga, sino que es incapaz de detener esta ola de violencia que azota a los hondureños, va de mal en peor.

No solo porque tiene grandes y graves limitaciones para darles seguridad a los hondureños, sino porque estando tan mal dirigida como está, la misma moral de los buenos policías se va al suelo y esto hace más daño a la sociedad que los mismos delincuentes.

Ayer mataron al hijo de un expresidente; pero también mataron al hijo de una sencilla mujer que se gana la vida vendiendo tortillas. Un día antes, masacraron a un grupo de jóvenes que departían en una fiesta, luego, mataron a puñaladas a una mujer que acababa de poner un negocio; y en un motel encontraron a un hombre con el calzoncillo a la rodilla, asesinado solo Dios sabe por quién.

Pero, esto no termina aquí. Apenas empieza. Angie Peña se perdió, y aunque la Policía sabe cómo pasó todo, guardan un silencio cómplice que solo agrava más el dolor y la angustia de los familiares. Y la cosecha de muertos nunca se acaba.

La violencia crece, como la mala hierba, y a nadie le importa. Los altos mandos de la Policía hablan y hablan, pero no presentan resultados ante la población, que vive manos arriba ante los criminales. Un padre de familia salió de su casa rumbo al trabajo. Llevaba en una bolsita su almuerzo. La esposa se despidió de él después de decirle que necesitaba dinero para pagar la luz y el alquiler del cuarto. Y para comprar “algo de comidita”.

“Hoy me pagan la quincena —le dijo él—; a ver si nos ajusta”. Pero el señor no regresó a su casa. Lo mataron dos muchachos, casi dos niños, por robarle el dinerito que había cobrado. Y hasta le quitaron una “mano” de guineos que le llevaba a sus hijos. La fábrica de ataúdes “Josué 1:9” le regaló el ataúd y los vecinos le ayudaron a la señora a enterrarlo. Hoy, esta familia está peor que antes. La mujer, sola y desamparada, no sabe cómo alimentar a su familia.

“Mire a los corruptos, Carmilla — me dice un oficial de Policía—; ellos se enriquecen, se dan la gran vida y andan en carros blindados y con un ejército de guardaespaldas pagados con los impuestos de la gente; derrochan el dinero y les consiguen grandes sueldos a sus familiares, mientras la gente pobre, la más pobre entre los pobres de Honduras, apenas si tiene para comer...”. Hay cólera en los ojos del oficial. Rechina los dientes, desvía la mirada, y agrega, sin verme:

“Hace tres días la esposa de este señor vino a la DPI para saber si habíamos avanzado en la investigación de la muerte de su marido, y la vi más flaca que el día que hicimos el levantamiento del cuerpo.

Me dijo que estaba desesperada porque su hija de apenas diecisiete años se quiere ir mojada para Estados Unidos porque aquí no se hace nada; y ella quiere que se castigue a los culpables de la muerte de su esposo...

¡Una familia destruida! Otra familia destruida para siempre. Una viuda, tres o cuatro huérfanos más, y los asesinos, bien, gracias. Siguen allí, en la calle, dañando, destruyendo, mientras la Policía sigue impotente ante estos malditos, pero, es porque seguimos las instrucciones de los superiores...”.

“No lo entiendo. ¿Qué instrucciones?” “No tenemos recursos suficientes, Carmilla. No podemos salir a la calle a perseguir delincuentes porque hay más de ciento cincuenta mil en las calles, y los policías no llegamos ni a quince mil; cada día se acumulan casos para investigar, y la DPI se queda chiquita ante tanto delito.

Y aunque los agentes quieren hacer su trabajo, no se puede tapar el sol con un dedo. Es imposible que les ganemos la guerra a los criminales. Aquí solo queda encomendarse a Dios y seguir enterrando a gente honrada”. de Lobo llorar ante el ataúd de su hijo, vieron solamente la punta de la madeja.

La señora es solo una más de las madres que ven cómo los asesinos se llevan la mitad de su vida arrancándoles a balazos lo que más se ama, los hijos. Y en Honduras se sufre en la mansión de la misma forma en que se sufre en los arrabales. Es la misma sangre, son las mismas lágrimas; son los mismos gritos que claman justicia desde la tierra.

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MOTIVOS

¿Por qué tanta violencia en Honduras? ¿Es la droga? ¿Son pleitos de territorios? ¿Se trata de venganzas? ¿Son “mensajes” especiales, dirigidos a gente que debe mantener la boca cerrada? Y ¿quiénes son los autores intelectuales? ¿Dónde están? ¿Por qué recurren al crimen? Está claro que hay un brazo ejecutor en cada crimen, pero, hay una mente maestra, alguien que manda, que ordena...

Los asesinos son expertos en asesinatos; están entrenados para matar, y ejecutan “la misión” casi a la perfección. Pero, hasta aquí, porque su entrenamiento es para destruir. Sin embargo, cometen muchos errores, y estos errores, en opinión de un oficial de inteligencia de la Policía, si es que hay inteligencia en la Policía Nacional, los hacen caer.

Pero no dicen nunca quienes los mandaron, quienes les pagaron, y entonces no le queda más a los investigadores que hacer conjeturas, inventarse hipótesis y crear novelas que ni ellos mismos creen.

“Por eso, Carmilla, es que la delincuencia va en aumento. La extorsión es imparable, el sicariato es una industria que mueve millones, la droga al menudeo prospera exponencialmente, el tráfico humano es un gran negocio y el lavado de activos hace millonarios nuevos cada semana...

Y en medio de todo esto estamos los policías buenos que queremos darle a la sociedad verdadera seguridad; pero, ¿cómo? Si quienes nos dirigen solo saben hablar, tienen repelladas las paredes de títulos y diplomas, se las tiran de escritores, y de combatir a la delincuencia no saben nada, sencillamente, porque nunca se han enfrentado a un delincuente y, lo peor, es que algunos de ellos son grandes léperos... Entonces, ¿qué le espera a Honduras?”.

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LÁGRIMAS

Un niño desapareció, pero no por mucho tiempo. No tardaron en encontrarlo. Estaba muerto, en una cuneta. Lo degollaron, después de cortarle los dedos de las manos. Otro niño se perdió, y todavía no regresa a casa. Y tal vez no regrese nunca. Una madre de familia de treinta años muere a manos de delincuentes, y otro es asesinado en su propio negocio porque “su mujer necesitaba dinero para mantener los caprichos de su amante”, y por eso planificó la muerte de su marido.

Y en los buses los asaltos se repiten una y otra vez; en los mercados abunda el crimen; en las noches, en esas calles sin luz, los asaltantes están siempre al acecho. Y nadie está a salvo en Honduras, con excepción de los que se pasean por estas calles manchadas de sangre inocente en Prados blindadas, rodeados de guardaespaldas...

“Mire, Lic. —me dijo uno de estos hombres, experto en protección de dignatarios—, mis compañeros y yo vamos a ser los primeros en salir corriendo cuando a ese viejo abusivo le hagan un atentado. Es prepotente, abusa de los débiles y viera cómo derrocha el billete, un billete que no es de él, por supuesto...

Pero, como nosotros necesitamos el trabajo, allí andamos con él; pero, ya se lo digo... Vamos a ser los primeros en salir corriendo cuando lo agarren a tiros... O tal vez le dé pa’ bajo uno de esos chavitos con los que se encierra hasta en su propia oficina”.

NOTA FINAL

¿Hacia dónde va Honduras? El mal ha caído sobre todos y nadie hace nada para remediarlo. El país tiene años de estar en garras de la delincuencia y mucha de esta delincuencia es producto de la corrupción desenfrenada que le ha robado al pueblo por mucho tiempo. Y las oportunidades de salvación parecen más lejos que la orilla del universo.

Pero, esto pasa cuando los incapaces llegan a los puestos para enriquecerse. Por desgracia, es así, y bien podemos decir que la historia de Honduras se escribe día a día con la sangre de inocentes, en este país de la sangre. Y de nada sirve gritar a los cuatro vientos: “¡Oh!, y ahora ¿quién podrá defendernos?”.

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