TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.
RESUMEN. Carla desapareció una tarde de sábado mientras viajaba en su propio vehículo hacia Catacamas. Pasó el tiempo y no se supo nada de ella. La Policía tenía algunas sospechas, pero no podía comprobarlas. De su vehículo, una camioneta Hyundai, tampoco se sabía nada.
Su GPS estaba apagado y la última vez que la vieron fue cuando una cámara de seguridad la captó más allá del Crematorio Municipal. Al general Ramón Sabillón, ministro de Seguridad, a quien le apasiona la investigación criminal, le entusiasmó este caso, y en sus tiempos libres, organizó en su mente sus propias teorías.
Pero ¿qué le pasó a Carla? ¿Cómo pudo desaparecer de esa forma? ¿Quién tenía interés en hacerle daño?
Ministro
“Estaba claro -dijo el general Sabillón-, que no se trataba de un secuestro, porque pasaba el tiempo, y la familia no recibía ninguna comunicación pidiendo rescate. Por desgracia, también estaba claro que la desaparición de la muchacha era un crimen bien planificado. No era algo hecho al azar. Se planificó paso por paso, porque desapareció sin dejar rastro. Ni siquiera un testigo; nada... Fue aquí donde los muchachos de la DPI dijeron que sospechaban del hombre con el que ella había convivido por más de dieciocho años, y al que, supuestamente, ella le había pagado mál; o sea, que lo había engañado con otro hombre”.
“¿Quién era ese hombre?”
“A eso vamos”.
Un poco de vino de arrayán para humedecer la garganta, antes del postre, y el General agregó: “Había que buscar a este hombre, hablar con él, y ver si podía ayudar en la investigación. Una de las hermana de Carla dijo que se trataba de un vecino, de allí donde había vivido con el esposo... por llamarlo de alguna manera...
Un hombre mayor, mucho mayor que ella. Así que los muchachos fueron a su casa, pero no lo encontraron. Uno de sus hermanos dijo que se había ido a vivir a San Pedro Sula, o a El Progreso, y que no sabían nada de él desde hacía unos seis meses.
Le preguntaron sobre la supuesta relación que tuvo con Carla, la esposa del abogado Santos, y el hermano dijo que sí, que era cierto, pero que no sabía hasta donde habían llegado aquellas relaciones ilícitas de su hermano.
Dijo, además, que desde que su hermano obligó a su madre, anciana y enferma, a firmar las escrituras de la casa, y de otras propiedades a su nombre, él dejó de relacionarse con él.
Además, dijo que no era un hombre de fiar, traicionaba cualquier confianza, y que, personalmente, no quería tener ningún tipo de relación o trato con él”. Esto lo confirmaron dos sobrinos y una vecina, ya anciana, y que fue vecina de los padres del hombre, y la Policía comprobó que seis meses después de que se descubrió la infidelidad de Carla, el supuesto amante compró un pasaje hacia San Pedro Sula.
De esto hace año y medio. Pero, cuando los investigadores llegaron a una casa en Choloma, donde supuestamente vivía un pariente cercano, este dijo que era cierto que él lo había llamado para pedirle que le diera posada, o donde estar, un par de meses.
Que quería alejarse de Tegucigalpa, donde no se sentía cómodo; y el primo, porque era primo -aclaró el general Sabillón-, le dijo que sí, que su casa era su casa, porque se habían criado juntos, y se tenían mucha estimación...”.
El General hace una pausa. Contar esta historia lo transporta a aquellos días en que egresó de la Academia Nacional de Policía, lleno de entusiasmo y de buena voluntad para luchar contra el crimen, proteger a las personas y sus bienes, y llevar a la cárcel a los delincuentes.
Reflexiones
“Es el mismo deber de hoy -dice-. El hecho de que sea el ministro de Seguridad de la Presidenta Xiomara me carga con nuevas y mayores responsabilidades, porque ahora se trata de brindarle seguridad a todos los hondureños; y sigo siendo policía, aunque ya no vista el uniforme, el sagrado uniforme que vestí por tantos años.
Por eso es que siempre estoy pendiente de las operaciones de la Policía Nacional, y me alegra cuando los delincuentes caen en manos de los muchachos, y son llevados a los tribunales.
Porque no se deja de ser policía nunca. Y a mí me gusta mucho este oficio. Esta profesión... Fue por eso que me interesó el caso de esta muchacha, Carla, porque era una más que desaparecía en Honduras, y eso es algo que se tiene que terminar, sencillamente, porque nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a hacerle daño a una mujer...”.
Sonríe, se arregla la barba con una mano, y se acomoda de nuevo en el sillón. Luego, dice:
“Esto, por supuesto, no debía saberse, porque el mérito de la investigación criminal es todo para los muchachos y muchachas de la DPI; pero mi entusiasmo me hizo dar algunas opiniones, que el agente a cargo tomó en cuenta”.
Hizo otra pausa. Luego, dijo:
“Llamé a mi oficina a uno de los investigadores, en forma personal, y le dije: ¿Cómo lleva el caso de la muchacha Carla?”.
“Mi General -me respondió-, no tenemos nada; o sea, nada concreto; ni una pista segura que seguir...” “Yo tengo una teoría...”.
“Si la puede compartir con nosotros, señor...”.
“Mirá, hijo -le contestó el general Sabillón-, aquí no hay más culpable de la desaparición y muerte de esa muchacha, que Santos, el abogado, o supuesto abogado... Ese hombre planificó desde hace mucho tiempo su venganza, porque está claro que sí, que la mujer le pagó mal... Y empecemos por la desaparición del amante de la mujer. Desde hace un año y medio nadie sabe nada de él. Compró un pasaje para ir a San Pedro Sula, allí están las pruebas, llegó a la ciudad, pero nunca llegó a la casa de su primo, en Choloma, que ya lo esperaba porque le había pedido posada por un par de meses; y esto es señal de que el hombre se sentía amenazado por el marido de la mujer con la que tuvo su última aventura... Pero, hay que tomar en cuenta que este hombre desaparece año y medio después de que se descubre el engaño. Y, como por casualidad de casualidades, desaparece también la muchacha... ¿Qué podemos pensar de esto?”
“Una venganza, señor”.
“Así me parece”.
“La familia de la muchacha ha pedido, casi ha exigido, que este caso se mantenga en la mayor discreción... Y usted, sabe, señor, de quién es hija la muchacha”. “Eso es lo de menos... -dijo el Ministro-. Lo que nos debe importar es resolver el caso... Aunque parece un caso imposible, no lo es, en realidad. Las venganzas siempre dejan huellas, y debemos tener claro que este hombre, Santos, sí tiene buenos motivos para vengarse... Lo que pasa es que ha esperado; y ha esperado con paciencia. Y digo esto, porque está claro que no se trata de un secuestro, de un accidente o de un crimen común. No tenemos nada, así que todo, todo lo que necesitamos saber, está en manos del Santos...”
“El problema, señor, es cómo lo comprobamos...”.
“No será nada fácil, por supuesto -dijo el general Sabillón-, pero la Policía tiene su forma de actuar, y podemos empezar por hablar con los empleados de Santos... Alguno debe saber algo que, aunque no parezca que está relacionado con la desaparición de esta muchacha, nos puede dar alguna pista”. “¿Cómo qué, señor?”.
“Este hombre es negociante de frutas...”.
“Así es”. “Tiene camiones”.
“Sí, señor”.
“Y camiones que se mueven por todo el país...” “Sí, señor”.
“Y ¿si en alguna parte del camino alguien interceptó a la muchacha, la obligó a bajar de su vehículo, la subieron a otro, subieron la camioneta en algún camión, y siguieron con el plan y las órdenes de Santos?”.
“¡Esa es una buena hipótesis, mi General!”
“Bueno, sigan el hilo, entonces; empiecen por comprobar el movimiento y la ruta de los camiones del señor Santos ese día, el de la desaparición; vean videos de seguridad, el mismo en el que aparece la camioneta de la muchacha... Averigüen llamadas...”. “¿Del señor, mi General?”. “Averigüen el número y hablen con el fiscal... Allí pueden encontrar algo...”.
NOTA
El General suspira. Ha hablado por mucho tiempo, y siempre con el mismo entusiasmo.
“La investigación criminal es una ciencia exacta -dice-; cada detalle, cada cosa, nos lleva al criminal, siempre y cuando cada detalle y cada cosa, cada evidencia, cada indicio, se pueda identificar, y se siga sin descanso una pista, por muy insignificante que parezca... Y el investigador debe ponerse en el lugar del sospechoso, y preguntarse ¿cómo actuaría él mismo? Y esto ayuda mucho a la solución de casos criminales...”
Ha pasado el tiempo. Pero la historia no ha terminado.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA
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