(Segunda parte)
Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres y se omiten algunos detalles
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Un hombre llorará hasta el último de sus días la muerte de su esposa y su hija en una cirugía de trasplante de riñón, mientras este milagroso procedimiento médico ofrece salvar muchas vidas, de las más de tres mil personas de todas las edades que padecen insuficiencia renal crónica.
Pero, a pesar de los éxitos, la muerte sonríe sobre el sufrimiento de los más inocentes mientras algunos se llenan los bolsillos y aprenden experimentando…
Ellas
Las mujeres sonrieron, se tomaron de las manos y se lanzaron un beso. Una salvaría la vida de la otra.
Estaba delgada, había perdido el color, tenía amarillos los ojos, pero sonreía con sus labios resecos, llena de esperanza y agradecimiento. Pronto las llevarían al quirófano, cerca uno del otro, para luchar contra la muerte, para vencer de una vez el sufrimiento con el arma más poderosa que tenían: el amor de hermanas. Cuando se despidieron, sería esa la última vez que se verían. Cerca de ellas rondaba la muerte y, dicen que, en ciertos casos, la Muerte sonríe maliciosamente.
“No había razón para que la donadora muriera –dice el fiscal–; hubo allí un mal procedimiento que le causó la muerte. Después de esto, cayó en coma y murió días después… Es trágico…”
Al recordar este caso, el abogado rechina los dientes, sabe que ya no puede hacerse nada, que la ley es la ley y que esta dijo su última palabra.
“Pero algo encontraré”.
Mientras tanto, el cementerio avanza hacia nosotros, como en un sueño pesado y angustioso, los ojos de don Santos están húmedos y, en la entrada, se detiene. Parece que en la puerta debe dejar su propia vida, porque allí solo se permiten muertos.
“La venganza –murmura–, era una opción, pero a mi esposa no le hubiera gustado que me convirtiera en asesino…”
Más allá
Lejos de allí, entre árboles antiguos, una mujer, joven aun, pero marcada por ese tipo de tristeza que vuelve anciano al que sufre, avanza despacio por un camino de tierra, entre cruces de madera, sorteando las tumbas recién limpiadas, viendo siempre hacia adelante, tratando de que su mirada llegue primero a la tumba de su hija. Lleva flores en sus manos, flores amarillas y blancas, símbolo de pureza.
“Es un ángel –musita, tratando de no llorar, solo porque ya ha llorado suficiente–, y si Dios me la quitó, él sabe por qué hace las cosas… Pero si hubiera tenido para las medicinas, ella todavía estuviera conmigo”.
Hace una pausa, avanza más rápido y se detiene ante la lápida que tiene encima el nombre de su hija.
“Yo no culpo al doctor –dice–; si la niña se me murió, no es porque él me la haya matado… Yo creo que hizo todo lo posible por darle vida a mi muchachita, pero lo que me resiente mucho de él es que me atendía tarde, y yo iba desde aquí, con mi niña enferma y débil, y a veces solo con el dinero para ir y venir… Por eso me quedé resentida con él…”
“¿La trató mal el doctor?”
Ella se agacha para limpiar la lápida y poner las flores.
Luego, dice:
“A mucha gente trata mal; es así como prepotente. A veces, cuando anda con el diablo metido se pelea con las madres, y conmigo se palabreó… Yo creo que fue por eso que no me quiso atender temprano, y esto que yo había llegado a las cinco al hospital… Y me dejó por último, la ultimita, y ya no me pude regresar para el pueblo y me tocó dormir en la calle, con mi niña enferma, sin comer, con fiebre y con dolores…”
El fiscal
Termina de escuchar el testimonio y dice: “En esto no hay delito; tal vez negligencia sí hay, y podríamos darle una figura penal, pero no creo que se sostenga en el tribunal…”
Se oye un ruido cuando el abogado cambia el teléfono de oreja.
“Pero déjele claro a sus lectores que yo solo busco justicia, no persigo a nadie más que dentro de la ley… ¿Ok?”
“Claro”.
“Hay negligencias asesinas, por supuesto, y es posible que atender tarde a una pacientita tan grave y de tanto cuidado, pudo desencadenar la muerte…”
“La niña murió mientras dormía… No comió esa noche, tenía fiebre, le dolía el pecho y no despertó”.
Se oye de nuevo el ruido cuando cambia de lugar el teléfono.
“Lo que me interesa son dos cosas: ¿Qué se hace el dinero de las donaciones que se reciben para ayudar a los trasplantados? Tengo informes de que solo a dos se les han entregado algo así como diez mil dólares… A esta niña no le dieron nada; si hubiera recibido los inmunosupresores, tal vez viviría, como el niño que se llama Jesús, que vive casi sin dificultades en Cofradía… Pero la madre dijo que a ella no le dieron nada, que le recetaron medicinas, pero que solo las pudo comprar por un tiempo, después, ya se le hizo difícil, por su pobreza… Entonces, lo que estoy investigando es si las donaciones que vienen del extranjero son para pagarles a los médicos o para ayudar a que los pacientes sobrevivan con calidad de vida, si ellos deben o no ayudarles con los medicamentos, sobre todo a los pacientes más pobres, porque lo que tenemos en el expediente es que algunos han engordado sus cuentas bancarias casi de la noche a la mañana… y eso podría ser enriquecimiento ilícito”.
Cambia de nuevo el celular de lugar.
“Mire, Carmilla, yo solo persigo el delito en nombre del Estado y de las víctimas; si otros se aprovechan del mal ajeno, deben pagar… Y mi trabajo es hacer que paguen. ¿Me entiende? Y que paguen con cárcel”.
Dana
Su cumpleaños estaba cerca, pero no llegaría a él. Moriría unas semanas antes. Aunque había vivido con dificultades el último año, su riñón funcionaba bien, tomaba sus medicinas y poco a poco mejoraba su vida. Pero un día amaneció con fiebre, con fuertes dolores y perdió el conocimiento antes de llegar al hospital. No tardó en morir. Se había infectado y sus defensas bajas, demasiado débiles, no pudieron salvarle la vida. Hoy descansa en una tumba regada con las lágrimas de sus padres.
Expediente
“No hay en esto mala praxis ni negligencia ni mano criminal –dice el fiscal–; si la pacientita vivió más de un año, significa que el procedimiento fue exitoso, y hay que aplaudir al médico, al equipo de médicos que la trasplantó; sin embargo, creo que la infección o el rechazo es responsabilidad de quienes deben seguir la evolución del paciente, aunque…”
Contaminación
Fue un 20 de abril. El caos se desató en la sala de hemodiálisis. Los pacientes que debían recibir el tratamiento se quedaron esperando, en medio de la angustia y la desesperación, hasta que alguien les informó que los líquidos necesarios para realizar la diálisis estaban contaminados. Cómo había sucedido aquello era algo que nadie podría explicar.
La contaminación amenazaba la vida de los pacientes y la sala se cerró. Los pacientes tenían tres opciones: o esperaban, iban a dializarse a otro lugar, o morían. Pero, ¿cómo fue posible algo así? ¿Cómo pudieron contaminarse los líquidos necesarios para prolongar un poco más la vida de los pacientes? ¿Fue negligencia? Además, ¿qué tipo de contaminación era aquella? ¿Hubo en esto mano criminal?
Investigación
Por desgracia para los más de tres mil pacientes renales de Honduras, el Estado “no tiene el suficiente dinero” para pagar a las empresas que brindan el servicio de hemodiálisis a los pacientes renales. Por eso, en varias ocasiones se les ha suspendido el servicio a los pacientes, y ha habido muertes, precedidas de horribles sufrimientos.
“Pero esto importa poco –dice el fiscal–; el dinero mueve montañas, y sin dinero no hay diálisis, por eso, sería una gran logro para los pacientes renales la creación del Banco Nacional de Órganos que promueve el doctor Denis Castro… Pero con esto, debe agregarse que el banco le entregue cada mes y de por vida los inmunosupresores a los pacientes trasplantados, sobre todo a los pobres, como aquella niña que sufrió una semana porque sus padres no tenían dinero para comprar las medicinas, y cuando lograron conseguirlo, la niña amaneció muerta”.
Vía crucis
La mujer está indignada, habla ante las cámaras y suelta el dolor y la impotencia que hay en su corazón. Su hijo de quince años fue diagnosticado con una enfermedad renal crónica, y para mantenerlo con vida “debe dializarse”.
Pero, después de dos sesiones, se descubrió que el paciente no necesitaba diálisis. Ha pasado el tiempo y el niño no ha vuelto a la “silla de la vida”, como la llaman algunos, o a “la silla de la tortura”, como le dicen otros.
“Allí son capaces de matarme a mi hijo –dice la mujer–; y no está enfermo como me dijo el médico”.
El fiscal sonríe, abre su expediente y toma algunas fotografías que me envía por WhatsApp.
“Esto está en investigación –dice–; y si se comprueba la negligencia, entonces tendremos un caso… En cuanto a la contaminación, tenemos un testigo protegido… pero no hablaré más de eso”.
Dinero
¿A dónde va el dinero de las donaciones? ¿Quiénes son los beneficiarios?
Don Santos no tiene interés en este asunto. En cuclillas, entre las tumbas de sus “dos mujercitas”, llora; a él no le importa el millón de lempiras que pagó “solo para que se me murieran”.
Y en un lugar de Choloma, otra tumba da su cara al sol. Y hay muchas más.
“Es urgente detener estas muertes –dice el fiscal–; los pacientes renales son seres humanos con derechos, que parece que nadie les defiende. Por eso, deseo llegar al fondo de este caso, la contaminación, y deducir responsabilidades, si es que las hay… En cuanto a los trasplantes que se están haciendo, benditos sean porque cambian vidas; en cuanto a la diálisis, bendita sea, porque prolonga la vida, pero hay sufrimientos con los que se deben acabar, y hay que acabar también con la prepotencia y la soberbia de algunos médicos que se creen elegidos y con sus actitudes prolongan el sufrimiento de los pacientes que están obligados a ayudar, como el de aquella niña inocente que, con dolores y fiebre, durmió en la calle con su madre, solo porque el doctor la atendió por último, y ella no tenía ni un centavo para pagar un hotel o comprar un poco de comida…”
Hace una pausa y, al final, dice, con seriedad:
“La ATIC está detrás de estos hijos de Josef Mengele”