Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El olor de la muerte

Bien dicen que, de donde menos se espera, salta la liebre
20.08.2023

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- RESUMEN. Nelly tenía tres días de desaparecida cuando sus padres fueron a poner la denuncia en las oficinas del DIN, la temible Dirección de Investigación Nacional.

A la muchacha la vieron por última vez cuando se bajó del taxi que la llevó hasta la estación del centro comercial Miraflores, hoy, Mall Plaza Miraflores. Iba a clases, pero nadie la recordaba en las aulas. Era como si se la hubiera tragado la tierra. En esa época, el general Ramón Antonio Sabillón era teniente, y llevó el caso junto a tres detectives más, hombres duros, a los que con solo verlos se les respetaba. Pero no avanzaron mucho en los primeros días de la investigación...

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LA MUCHACHA

¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado con ella? ¿Era verdad que el esposo, del que se estaba divorciando, no sabía nada de ella? ¿Era verdad que no tenía nada que ver con su desaparición?

El taxista que la llevó hasta la Universidad Pedagógica la recordaba bien, porque muchas veces viajaba con él.

“Ella se bajó, normal, como siempre, y, la verdad, la verdad, no me fijé para dónde agarró... Porque aquí uno siempre está a la espera de llenar el taxi otra vez..., porque como hay bocas que mantener”.

El general Sabillón hablaba con soltura.

“¿Vio algo raro en ella esa mañana?”, le preguntó el sargento que me acompañaba.

“Pues, a decirle verdad, señor, no; o no me acuerdo. Yo manejo, nada más, y la gente siempre anda en sus cosas...”.

“Pero, sí se acuerda de ella...”.

“Sí, claro...”.

Lo mismo dijeron sus compañeras. Y dos de sus compañeros dijeron algo que nos llamó la atención.

“Una vez la vi discutiendo con un hombre -dijo uno de ellos-; él estaba en un carro alto, verde; un Toyota, y ella estaba afuera... Yo no me interesé en lo que pasaba, porque son cosas en las que a veces nadie tiene que meterse, pero sé que estaban discutiendo, por la forma en que el hombre hablaba cuando yo pasé cerca de ellos... Y, cuando el hombre se fue, ella se limpió las lágrimas...”.

“¿Hace cuánto fue esto?”.

“No estoy seguro del día, pero sí que fue antes de las fiestas del 15 de septiembre del año pasado...”.

“Hace casi un año”.

“Pues, sí...”.

“Supo, ¿usted por qué estaban discutiendo?”.

“No...”.

“¿Reconocería al hombre que estaba en el carro si volviera a verlo?”.

“Preferiría no verlo; pero, si tuvieran una foto... El carro sí que no se me olvida. Era un Toyota verde, alto, de doble cabina, con un parachoques brillante”.

El general hizo otra pausa. Luego, dijo:

“Confirmamos que el carro era un Toyota Hilux, y era verde, como dijo el testigo. El dueño era el exesposo de Nelly... Y había estado discutiendo con ella cerca de la Universidad Pedagógica, hacía más o menos un año. Y él nos dijo que desde que se separó de ella, no se habían vuelto a ver... Entonces, el sargento Miranda y tres detectives fueron a traerlo a su casa... Y trajeron el carro también...”.

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DECLARACIÓN

El hombre, aun en las oficinas del DIN, se mostró sereno, como persona que nada le debe al mundo; sin embargo, el sargento que lo trajo le dijo:

“¿Ha sentido alguna vez el olor de la muerte?”

El hombre, extrañado, le preguntó:

“¿Qué quiere decir con eso? No le entiendo”.

Pues, lo que le quiero decir es que usted huele a muerte..., tiene usted un olor bien raro, que solo los que lo conocen lo pueden identificar..., y usted huele a muerte..., y no a una sola muerte..., a dos muertes”.

El hombre se estremeció de pies a cabeza. Se puso pálido, y empezó a sudar. Empezaba a tener miedo. Lo valiente se le iba desapareciendo poco a poco.

“No entiendo que me quiere decir usted, señor -dijo, sin embargo, tratando de mantenerse firme en su silla- y lo que me parece es que usted me está acusando de algo”.

El sargento no le hizo caso, y me miró.

“¿Qué opina usted, mi teniente? -me dijo-. A mí me parece que este gallito sabe más de lo que nos ha dicho... Y no nos dijo que se había visto con la muchacha hace casi un año, en septiembre, afuera de la Universidad Pedagógica, y que él estaba en el carro verde, y ella afuera, y que ella estaba llorando..., y si no ha dicho nada de eso, es porque algo esconde este señor...”.

“No dije nada de eso porque no me parece importante. Estábamos hablando del divorcio, y ya sabe usted como son las mujeres de histéricas...”.

El sargento lo miró directamente a los ojos, y le preguntó:

“Ajá..., y también nos vas a decir que no sabés nada de Gerardo, el noviecito que tenía tu mujer, y que fue el motivo para que ustedes se separaran”.

El hombre retuvo la respiración.

“Mi teniente -me dijo el
sargento-, yo creo que este hombre no solo huele a muerte; huele también a asesino..., y a mí no me gusta mucho eso de estar tratando de sacarle la verdad a un mentiroso... Por mi parte, empiezo...”.

El sargento guardó silencio de pronto ante la mirada severa del teniente Sabillón.

“Eran hombres duros -me dijo el general-, hechos en tiempos duros; a veces, no sabían leer ni escribir, pero eran buenos investigadores; tenían una intuición natural que los llevaba siempre por la buena pista para encontrar a los criminales... El problema es que, a veces, muchos se tomaban atribuciones que no tenían, y eso es lo que le dio mala fama al DIN... Yo siempre he sido enemigo del delito, pero he tratado de que se les respeten los derechos a los delincuentes... Creo que hacer cumplir la ley es el primer deber del funcionario público, pero dentro de los límites...”.

Hizo otra pausa el general, y hoy, al escribir, recuerdo el entusiasmo y la sinceridad con la que habla siempre. Todos saben que fue un buen director de la Policía Nacional; y todos sabemos que fue un buen ministro de Seguridad. Además, su salida del ministerio fue una decisión política, porque se sabía que el general Sabillón no lo iba a pensar dos veces para extraditar a los grandes toros que están en la lista de los Estados Unidos. Hoy, con su salida, lo que hicieron es prestigiar más el nombre del general, tanto que hay periodistas que lo llaman “el general del pueblo”, y hay quienes desean tenerlo en el Bloque de Oposición que se formó recientemente, “porque el general Sabillón es un símbolo de lucha contra todo aquello que está dañando a Honduras”. Sin embargo, el general no dice nada al respecto, aunque haya recibido muchas llamadas y muchas ofertas para que regrese al país, “a luchar por Honduras”. Pero el general es un estratega, un hombre de guerra, y le deja a Dios lo que tiene para él en el futuro cada vez más cercano.

“Confiemos en Dios -dice-. Él es el que tiene la última palabra; y que se haga en nosotros según su voluntad... Pero hay que salvar a Honduras”.

Su voz por el teléfono suena animada, como cuando conversábamos en su despacho. Le interesa que la Policía Nacional sea mejor cada día, y que la población confíe en el general Aguilar Godoy, el director, y en el nuevo ministro. Y que hagan las cosas bien para que Honduras tenga seguridad efectiva, tal y como él lo dejó programado. Pero, después de conversar, volvemos al caso de Nelly.

“Era un caso difícil -dijo el general-; un caso que nos estaba sacando canas verdes... Era un asesinato, no una simple desaparición, y así lo hablamos con los detectives, especialmente, con el sargento Miranda. Él le había mencionado el nombre de Gerardo al sospechoso, y este se había puesto nervioso. Aunque nosotros solo teníamos el nombre: Gerardo, y lo único que sabíamos era que había sido novio de manitos calientes de la esposa del sospechoso. No sabíamos nada más. No sabíamos donde vivía, ni su apellido, y tampoco lo sabían las amigas de Nelly y sus padres... Pero aquel hombre sabía algo..., y el sargento quería sacarle la verdad fuera como fuera”.

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GERARDO

Un día se fue de la vecindad de Nelly, y a pesar de que los detectives entrevistaron a muchas personas, solo dijeron que era un hombre serio, que casi no se relacionaba con nadie, y que pasaba largo tiempo afuera de su casa, o sea, del cuarto que alquilaba cerca de la casa de Nelly. No tenía amigos, y el dueño de la cuartería dijo que él lo conoció porque un hombre alquiló el cuarto para dos, pagaron tres meses por adelantado, y después, fueron religiosos en los pagos; pero, de ellos no sabían nada aunque sí les dio a los detectives el nombre de la persona que alquiló el cuarto. Los detectives lo buscaron. No lo encontraron jamás. Era muy posible que hubiera dado un nombre falso cuando alquiló el cuarto... Aquí, el misterio era mayor”.

“Vos trabajás lo propio, ¿verdad?” -le preguntó el sargento Miranda al sospechoso.

“Sí, señor”.

“Bueno..., entonces vamos a traer a tus empleados, uno por uno, para ver quién te ayudó a secuestrar a la muchacha, y a desaparecerla... ¿Te parece?”.

El hombre no dijo nada.

“Quiero un abogado, señor” -fue lo único que murmuró-.

“Si nos ayudás, te vamos a ayudar... Porque lo que sos vos, no salís de aquí si no nos decís toda la verdad”.

“Quiero un abogado, señor”.

“Nos vas a decir qué fue lo que hiciste con Gerardo... Para empezar, por supuesto... Y después, lo que le hiciste a la muchacha... Porque eso de que vos te quedaste tan tranquilo después de que te diste cuenta de que ella te pagaba mal con un vecino, ni vos mismo te lo creés... Y nosotros no somos tontos... Somos el DIN, papita... ¿Entendés? Y si no entendés, ya vamos a descubrir quién fue el que te ayudó a desaparecer a estas dos personas...”.

El hombre trató de ponerse de pie.

“¿Qué me van a hacer?”.

Dice el general Sabillón que él le dijo que no le iban a hacer ningún daño, que no tuviera temor; pero que lo mejor era que colaborara con el DIN, y así se iba a quitar un gran peso de encima...

“Ellos están en el cementerio -dijo, hablando despacio, y en voz baja-. Primero me lo llevé a él... después a ella... A estas alturas, ya se murió, porque la enterré viva encima de los huesos del maldito que me la quitó...”.

Era tal y como él lo dijo.

Murió en la Penitenciaría Central, unos meses después. Alguien lo atacó desde atrás con un gran cuchillo de cocina...

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