TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Miles desean reabrir sus negocios, incluidos restaurantes. Empero, muchos son galeras donde salta el desarreglo y la insalubridad. ¿Mentimos?
Sabemos de la ruina que nos hereda el coronavirus, pero irónicamente en Honduras la dura lección nos está dejando más salvajes. Estamos en cuarentena y, apenas nos licencian para buscar alimentos, medicinas u otros insumos, validamos una y otra vez que seguimos insolentes en nuestra vida cotidiana. ¿Seguiremos incultos, de caverna?
Casi dos meses en encierro por la letal peste originada en Wuhan, China, con más de tres millones de infectados y casi 300,000 víctimas en todo el globo, en su mayor parte caídas en las tierras más fuertes y, aquí, vegetamos fanfarrones, cerriles y altivos, retando hasta la propia autoridad que no logra controlar nuestro descontrol en eras difíciles.
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Retroceso
Exigimos cambios a todo mundo caminando al revés. La plaga tumbó a Estados Unidos y nuestra endeble y saqueada economía quedará en harapos una vez se suspenda lentamente la encerrona de millones de hondureños que nomás les sueltan la cadena y no hay chucho de calle que los iguale. Sin duda, no estamos listos para las oleadas.
Nuestra índole es difícil de entender. Por un lado, simula pánico y, por el otro, irradia frescura. Somos candil de la calle oscuridad de la casa. Los adultos se ven como niños insolentes oyendo consejos como: “Párese ahí… guarde la distancia… póngase mascarilla… no salga si no es urgente… lávese las manos con jabón por veinte segundos”.
No obstante, la guía no tiene eco en las masas. Apenas se nos visa salida, el desorden y el abuso vuelve e impera por doquier.
Taxistas, particulares, motociclistas, choferes de microbuses, de “brujos” aplican su ley, su típica grafía de “vivir”. Con calles, bulevares y avenidas casi vacías, andan como locos. Cruzan semáforos en rojo, ebrios o no, refutan los mandos.
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Caos
El taxista alega, el de la moto es un temerario más, no conduce, salta, y, el civil es otro incivil. En barrios y colonias gritan comida por falta de pisto y labor, pero sobra la ringlera de hijos traídos sin razón y soplados, mientras en tiendas de provisión -incluidas pulperías- huele el agiotaje de precios ante la desidia estatal. No hay por dónde pasar. El despelote es olímpico.
En lugar de hablar, se sale a ladrar. Saltamos muy ermitaños, como si el mundo se acaba hoy o mañana (que nunca llega). Una cara finge aflicción y la otra deseos de seguir igual o peor (sin cura) en medio de un mal venido de China que postró a Estados Unidos, Europa y a todos. Aquí, lógico, prima la pobreza económica, pero la mental supera los cálculos.
Estamos a años luz de un cambio de conducta totalmente deplorable de buena porción de catrachos soñados de inmortales, incluidos varios periodistas, políticos y empresarios vistos como “mágicos”. “Arreglan” todo con el pico siendo otro grupo de cobardes y embusteros, que hablan y exigen cordura olvidando sus serios abusos.
Cada quien es fiador de sus tareas. El “humano” es un espectacular inventor cuando quiere, pero su lado oculto de salvajismo es tan arrollador como el coronavirus. Un pueblo libertino, sin ánimos de educarse, modela un duro pero claro retrato de jungla.