TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Buena suerte, Claudio”, le dijo don
Mario Hernán Ramírez a
Claudio Barrera en los pasillos de la vieja Casa Presidencial, sin imaginar que sería la última vez que vería con vida al poeta. Se despidieron con un fuerte apretón de manos. Ambos sonrieron.
Yo, sembrador de ideas.
Tú, sembrador de trigo.
Tendamos nuestras manos al pobre que es amigo.
Busquemos el abrigo de todas nuestras penas
en un inmenso abrazo.
Con la misma facilidad con la que componía versos perfectos, como esos del poema “Doble canción”, Claudio Barrera se volaba una botella de alcohol.
Letras y guaro, soledad y amigos, teclas de máquina de escribir, mesa de cantina, alma colorida de La Ceiba, nostalgia gris de la capital.
“Era un hombre simpatiquísimo, amigo de todo el mundo. Una fiesta. Platicador como pocos”, me cuenta don Mario.
Claudio Barrera fue “la mamá de los pollitos” de la generación del 35, un parto cósmico que llenó de luces aquellos oscuros días de la dictadura del general Carías Andino.
Son palabras mayores, pues a esa generación pertenecen pesos pesados de las letras hondureñas: Daniel Laínez, Clementina Suárez, Jacobo Cárcamo, Argentina Díaz Lozano, Marcos Carías Reyes, Alejandro Castro hijo y Óscar Castañeda Batres, nombres que escribo con respeto y admiración... ¡Me tiemblan los dedos de la mano!
Juntemos los arados que van de brazo en brazo
con nuestra gran idea que va de mente en mente...
Y así seremos fuertes llamándonos amigos.
Tú, sembrador de trigo, yo, sembrador de ideas.
A Claudio —continúa don Mario— le gustaba frecuentar dos cantinas en el centro de Tegucigalpa: El Bosque, a la par del Fiallos Soto; y La India, cerca del Midence Soto.
“El otro lugar en el que se le podía encontrar con toda seguridad era en las oficinas de El Cronista, donde escribía piezas de arte. Sin duda, Claudio fue un genio”.
El Bosque era el centro de reunión de los intelectuales de la época. Allí, las tardes se iban entre versos y copas, y antes de salir de las cantinas, se escuchaba el grito de “¡Abajo la dictadura hijos de la gran…!”. Bueno, ustedes ya saben el calibre de la palabra…
Don Mario me recuerda que el verdadero nombre de Claudio Barrera era Vicente Alemán. “La familia Alemán estuvo marcada por la poesía, pero también por la tragedia. Hubo suicidios y muertes por alcoholismo”, dice don Mario.
Juntemos nuestras penas para aterrar verdugos.
Tú que amasas la carne de todos mis mendrugos,
en pago quiero darte la lumbre en tu camino:
los dos somos muy fuertes,
pero somos cobardes con un mismo destino.
Carías Andino ha muerto, y el nuevo presidente es otro nacionalista: Ramón Ernesto Cruz. Es el año de 1971.
“Monchito nombró como secretario privado a Raúl Barnica López, dueño de un periódico llamado El Impacto.
Entonces, Raúl me dejó como director de El Impacto con un salario mensual de mil lempiras. Yo me cagaba de la risa”, relata don Mario. Cada tarde, don Mario Hernán Ramírez llegaba a Casa Presidencial a rendirle un informe a Raúl Barnica López.
“Un día, mientras esperaba a que Raulito me atendiera, llegó Claudio Barrera. Monchito —don Mario se refiere al presidente— lo acababa de nombrar agregado cultural en España.
Nos pusimos a platicar animadamente. Así estuvimos hasta que entró el abogado Miguel Alvarado Ordóñez, uno de los amigos más cercanos del presidente, nos saludó y le dijo a Claudio: ‘Te felicito por el nombramiento. Qué buena decisión la de Ramón. Sos un diamante en bruto, pero en España te vas a pulir y vas a brillar aún más’”.
Empecemos la lucha.
Yo levanto las teas.
Tú levanta los brazos.
Abrazos en las masas
de todos los trigales
y todas las ideas.
“ A Claudio lo mató el alcohol —dice don Mario—. Antes de su viaje, Alejandro Valladares, otro empedernido bebedor, le dijo: ‘No jodás, allá en España te vas a dar gusto tomando manzanilla’”.
“Alejandro vivió mucho tiempo en España y allá se hizo adicto a la manzanilla, pero no a la manzanilla que usamos en Honduras para los malestares estomacales, sino al alcohol, al que usan tradicionalmente para hacer vino”.
Don Mario hace una pausa.
“Lamentablemente, Claudio agarró pata en España con la tal manzanilla y murió en Madrid el 14 de noviembre de 1971. No pasaron ni seis meses cuando regresó a Honduras… pero en un ataúd. Tenía 59 años. ¡Qué triste fin el del poeta!”.
Cambiarás tus arados por gritos de protesta
y habrá fiesta en la Tierra, en el mar y en el cielo
cuando miren que todos nos sentimos amigos,
y entonces, con las manos, unidas, como hermanos,
alzaremos las teas...
Yo con la fuerza enorme de todas mis ideas.
Tú con la verde espiga cortada de tus trigos.
Yo, sembrador de ideas.
Tú, sembrador de trigo.
Tendamos nuestras manos al pobre que es amigo.
Busquemos el abrigo de todas nuestras penas
en un inmenso abrazo.
Con la misma facilidad con la que componía versos perfectos, como esos del poema “Doble canción”, Claudio Barrera se volaba una botella de alcohol.
Letras y guaro, soledad y amigos, teclas de máquina de escribir, mesa de cantina, alma colorida de La Ceiba, nostalgia gris de la capital.
“Era un hombre simpatiquísimo, amigo de todo el mundo. Una fiesta. Platicador como pocos”, me cuenta don Mario.
Claudio Barrera fue “la mamá de los pollitos” de la generación del 35, un parto cósmico que llenó de luces aquellos oscuros días de la dictadura del general Carías Andino.
Son palabras mayores, pues a esa generación pertenecen pesos pesados de las letras hondureñas: Daniel Laínez, Clementina Suárez, Jacobo Cárcamo, Argentina Díaz Lozano, Marcos Carías Reyes, Alejandro Castro hijo y Óscar Castañeda Batres, nombres que escribo con respeto y admiración... ¡Me tiemblan los dedos de la mano!
Juntemos los arados que van de brazo en brazo
con nuestra gran idea que va de mente en mente...
Y así seremos fuertes llamándonos amigos.
Tú, sembrador de trigo, yo, sembrador de ideas.
A Claudio —continúa don Mario— le gustaba frecuentar dos cantinas en el centro de Tegucigalpa: El Bosque, a la par del Fiallos Soto; y La India, cerca del Midence Soto.
“El otro lugar en el que se le podía encontrar con toda seguridad era en las oficinas de El Cronista, donde escribía piezas de arte. Sin duda, Claudio fue un genio”.
El Bosque era el centro de reunión de los intelectuales de la época. Allí, las tardes se iban entre versos y copas, y antes de salir de las cantinas, se escuchaba el grito de “¡Abajo la dictadura hijos de la gran…!”. Bueno, ustedes ya saben el calibre de la palabra…
Don Mario me recuerda que el verdadero nombre de Claudio Barrera era Vicente Alemán. “La familia Alemán estuvo marcada por la poesía, pero también por la tragedia. Hubo suicidios y muertes por alcoholismo”, dice don Mario.
Juntemos nuestras penas para aterrar verdugos.
Tú que amasas la carne de todos mis mendrugos,
en pago quiero darte la lumbre en tu camino:
los dos somos muy fuertes,
pero somos cobardes con un mismo destino.
Te vas para España, joder
Vamos a dar un pequeño brinco en la historia.Carías Andino ha muerto, y el nuevo presidente es otro nacionalista: Ramón Ernesto Cruz. Es el año de 1971.
“Monchito nombró como secretario privado a Raúl Barnica López, dueño de un periódico llamado El Impacto.
Entonces, Raúl me dejó como director de El Impacto con un salario mensual de mil lempiras. Yo me cagaba de la risa”, relata don Mario. Cada tarde, don Mario Hernán Ramírez llegaba a Casa Presidencial a rendirle un informe a Raúl Barnica López.
“Un día, mientras esperaba a que Raulito me atendiera, llegó Claudio Barrera. Monchito —don Mario se refiere al presidente— lo acababa de nombrar agregado cultural en España.
Nos pusimos a platicar animadamente. Así estuvimos hasta que entró el abogado Miguel Alvarado Ordóñez, uno de los amigos más cercanos del presidente, nos saludó y le dijo a Claudio: ‘Te felicito por el nombramiento. Qué buena decisión la de Ramón. Sos un diamante en bruto, pero en España te vas a pulir y vas a brillar aún más’”.
Empecemos la lucha.
Yo levanto las teas.
Tú levanta los brazos.
Abrazos en las masas
de todos los trigales
y todas las ideas.
“ A Claudio lo mató el alcohol —dice don Mario—. Antes de su viaje, Alejandro Valladares, otro empedernido bebedor, le dijo: ‘No jodás, allá en España te vas a dar gusto tomando manzanilla’”.
“Alejandro vivió mucho tiempo en España y allá se hizo adicto a la manzanilla, pero no a la manzanilla que usamos en Honduras para los malestares estomacales, sino al alcohol, al que usan tradicionalmente para hacer vino”.
Don Mario hace una pausa.
“Lamentablemente, Claudio agarró pata en España con la tal manzanilla y murió en Madrid el 14 de noviembre de 1971. No pasaron ni seis meses cuando regresó a Honduras… pero en un ataúd. Tenía 59 años. ¡Qué triste fin el del poeta!”.
Cambiarás tus arados por gritos de protesta
y habrá fiesta en la Tierra, en el mar y en el cielo
cuando miren que todos nos sentimos amigos,
y entonces, con las manos, unidas, como hermanos,
alzaremos las teas...
Yo con la fuerza enorme de todas mis ideas.
Tú con la verde espiga cortada de tus trigos.