TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Honduras fue mi madre y México mi padre”, decía uno de los más grandes intelectuales del siglo XX, quien partió del mundo terrenal no sin antes heredar una cátedra que aún seis décadas después parece no haber sido reclamada.
Rafael Heliodoro Valle es un nombre que debería de sonar mucho más familiar de lo que realmente se reconoce. Periodista, escritor, narrador, poeta, historiador y bibliógrafo, las trascendencia de sus oficios ha quedado marcada en la historia.
Mañana se cumple el 60 aniversario de la muerte del humanista de América, que sin pensar en la grandeza de su trabajo llegó en 1908 a tierras aztecas, donde forjó una intachable trayectoria en la que sobresalió su reputación como intelectual.
Sus inicios en México estuvieron marcados por su amistad con la familia de Rafael Unda y Fuentes, quienes lo introdujeron al ambiente intelectual de la Ciudad de México, donde tuvo contacto con artistas e intelectuales.
En una de estas tertulias conoció a Juan de Dios Peza, a quien le entregó una carta que Rómulo E. Durón le dio antes de su partida a México; desde entonces Peza fue su amigo y quien lo presentó con los directores de los diarios de mayor circulación, también le dio acceso a la correspondencia que mantenía con personalidades de la literatura, lo que le abrió otro panorama al joven hondureño, que llegó a México con tan solo 17 años de edad, para estudiar magisterio en la Escuela Normal de Tacuba, donde brilló con una luz que no pudo contenerse, y que trascendió más allá de las fronteras del país que lo adoptó.
Un legado valioso
México le dio a Valle las herramientas para desarrollarse en diferentes áreas, en ese país cultivó un conocimiento superior, y fue ahí donde decidió vivir durante 50 años el hondureño más universal, que, aunque vivió la mayor parte de su vida en esa nación, fue de profundas raíces hondureñas, y aportó libros con una amplia visión de su país, como “El anecdotario del abuelo”, “Tierras de pan llevar” y “Flor de Mesoamérica”.
Rafael Heliodoro Valle, en palabras del poeta Livio Ramírez, “logró entregar un trabajo profundamente mexicano, deliberadamente latinoamericano y estrictamente hondureño; tres dimensiones asumidas con mucha sabiduría. No se quedó en una actitud latinoamericanista que lo hiciera olvidarse de su país o su segunda patria que era México, sino lo contrario, establecía campos de trabajo muy claros que son esos tres: Honduras, México y América Latina”.
A Valle se le debe el rescate sistemático de la obra de Ramón Rosa, la bibliografía completa de Juan Ramón Molina y una gran cantidad de literatura poética y narrativa que incluye “El rosal del ermitaño”, “La sandalia de fuego” y “México imponderable”.
No cabe duda de que en la literatura Valle fue un nombre de primera importancia, fundacional, sin él es imposible explicarse el proceso de formación de esta rama en el país.
Valle fue uno de los intelectuales más significativos del siglo XX, realizó un trabajo fundacional en relación con la historia, la bibliografía, el relato, pero, fundamentalmente, hay que verlo como un gran creador de la identidad cultural, que en su época fue considerado el más grande de los bibliógrafos de América Latina. El periodista y escritor José de Jesús Núñez y Domínguez dijo que no existía en el continente escritor alguno en idioma español capaz de enfrentarse a Heliodoro Valle. La universalidad de su producción no tenía comparación.
Un periodista ético y comprometido
En el libro “Rafael Heliodoro Valle, humanista de América”, la escritora María de los Ángeles Chapa señala que la incipiente actividad periodística emprendida por Valle en Honduras le abrió las puertas en México. En este campo llegó a ser un profesional influyente, muy leído y degustado por su prosa.
Valle tuvo una predilección por el trabajo periodístico, oficio al que le dedicó 50 años de su vida, y en el que demostró un talento para utilizar la información, era hábil y con su trabajo abrió todo un abanico de posibilidades. Tanto trascendió en esta campo que escribía para las columnas editoriales de alrededor de 20 prestigiosos diarios de América Latina y Estados Unidos, también lo hizo para revistas influyentes. Llegó a entrevistar a más de 500 personalidades de gran importancia en la política y la cultura, tanto latinoamericanas como internacionales, entre ellas Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Por su labor periodística y la relevancia de su trabajo recibió el Premio María Moors Cabot.
Nadie dudaba en México que él era el periodista más importante de su tiempo. Y aunque tuvo muy buena relación con grandes figuras de la política, nunca puso su pluma al servicio de ningún gobierno. Su ejercicio periodístico fue recto y ético, jamás manchado ni señalado, y ese debería ser un ejemplo para estas y las siguientes generaciones.
Una política limpia
Rafael Heliodoro Valle siempre estuvo ligado a Honduras, pero en 1936 quiso marcar distancia por completo de los asuntos políticos. Chapa refiere en su libro que en la década de los 40, destacados políticos hondureños buscaron el apoyo y consejo de Valle ante el temor de una guerra civil, e incluso le pidieron su pronunciamiento en contra de la conducta de Tiburcio Carías Andino.
Años después, Valle fungió como embajador de Honduras en Washington, pero fue destituido en 1955 durante el gobierno de Julio Lozano, situación que se convirtió en un detonante de su salud. En una misiva que envió a cierto amigo suyo, el escritor señala que algún día se le hará justicia, “porque la intriga que se urdió contra mí en 1955 es la que ha arruinado mi salud, con la preocupación constante que me ha producido desde entonces”. Valle moriría más tarde, en 1959.
Mañana 29 de julio se cumplen 60 años de la partida del intelectual, pero Honduras sigue sin darle la relevancia que merecen su obra y su vida. Quizá esa deuda nunca logre ser saldada, pero el compromiso seguirá visible para todo aquel que ha hecho de Valle una inspiración y un ejemplo.