TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La afición a la lectura que Albany Flores Garca (Tegucigalpa, 1989) cultivó de niño fue un presagio de la tarea que iba a consagrarle como historiador: la búsqueda meticulosa en las sombras para encontrar los puntos de luz que delinean la historia de un país, o bien, del propio imaginario colectivo.
Hacedor de los poemarios “Geografía de la Ausencia” y “El árbol hace casa al soñador”, del libro de cuentos “La muerte prodigiosa”, y del ensayo “Academia y Estado: orígenes de la Universidad de Honduras”, se autodefine como “un padre que juega a ser escritor e historiador”. Un historiador que ayuda al novelista que lleva dentro, a su vez.
Hablamos con él en la sala redacción de El Heraldo sobre su trayectoria, retos y la condición del escritor.
¿Por qué rehúye a las entrevistas?
La verdad es que no soy el tipo de persona que busca este tipo de exposición. Siempre me han preguntado por qué nunca incursioné en otro tipo de periodismo (televisivo o radial), donde aparentemente habría podido destacar, aunque no estoy seguro. Pero la verdad es que, aunque la gente no lo crea, en el fondo soy tímido. Aunque parezco extrovertido y tengo que actuar así por mi trabajo, la realidad es que me cuesta. Quizás la propia exigencia de lo que hago me impulsa más que mi propia naturaleza. Decidí escribir, primero, porque lo hacía desde niño, pero también porque me permitía expresarme sin tener que exponerme directamente a los demás. Entonces, la respuesta sería que, aunque parezco extrovertido, en realidad me esfuerzo por serlo, pero no tanto como la gente podría pensar.
Su primer encuentro conciente con la literatura supuso, según sus palabras, un refugio ¿aún lo ve así?
Creo que los libros han sido mi salvación en todos los sentidos. Por un lado, fui muy afortunado de estar cerca de los libros desde la infancia. He estado rodeado de ellos desde que tengo memoria. Creo que fue algo inconsciente. Llegué a los libros buscando quizás un poco de afecto, ya que estaba lejos de mis padres y en ambientes que no eran precisamente familiares. Creo que fui un niño roto desde muy temprano. Entre los libros encontré consuelo, una especie de refugio. Desde entonces, los libros han sido mi compañía y mi escape. Siempre digo que me han salvado la vida. Encontrarme con los libros fue un accidente hermoso en mi vida, y desde entonces he estado refugiado en ellos.
Habla de la infancia como una etapa sombría, ¿me permite cuestionar por qué?
Bueno, esta es la parte por la que justamente rehúyo de las entrevistas. Pero llega un punto en el que hay que hablarlo. La ruptura con mi madre fue algo que me afectó profundamente. Mi relación con mi padre también fue difícil, aunque lo amo y siempre he tenido buenas palabras para él. La ausencia de mi madre fue como un abismo que nunca se llenó. Creo que me refugié en los libros y en otras formas de arte para compensar esa falta. Quería reparar el mundo a través de la literatura, contando historias que pudieran hacerlo un poco más soportable.
Justo en esa línea, ¿la infancia se recuerda o se reconstruye?
No hay más memoria que la memoria de la infancia. Los únicos recuerdos verdaderos son los recuerdos de cuando somos niños. Pienso que de algún modo, Thomas de Quincey, cuando explica que todo recuerdo es invención porque la memoria es una alteración del pasado, no es cierto. Es decir, lo que recordamos no es exactamente lo que hemos vivido, sino quizás una versión reconstruida por nosotros mismos de lo que quisiéramos haber vivido. Pienso en la frase de Gabriel García Márquez, que creo que explica un poco eso, cuando él dice que uno no ha vivido lo que ha vivido, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarlo. Entonces, sí, yo creo que los únicos recuerdos verdaderamente profundos son los recuerdos de la infancia.
Usted es historiador, ¿por qué no se inclinó al estudio de la literatura?
Cuando uno revisa la historia de la literatura, la escritura no es una profesión, es un oficio del alma. Siempre pienso en este ejemplo porque es una pregunta que reiteradamente me han hecho. Siento que si hubiera estudiado literatura, me habría deformado. Quizás estoy equivocado, pero siempre he sentido eso. ¿Sabes por qué lo digo? Porque al leer un libro, me ha pasado algunas veces que ya no disfruto tanto de la lectura. Estoy tan inmerso en pensar en cómo yo habría sentido o actuado en la situación del personaje, que pierdo la capacidad de disfrutar plenamente de la obra. Es como cuando un cineasta ve una película y no la disfruta porque está pensando en los aspectos técnicos. Yo no quería eso. Quería conservar un poco de la ingenuidad de la literatura, que creo que es elemental para contar una gran historia.
Entonces, estudié historia para ser un mejor escritor. Es irónico, ¿no? La historia de la literatura, pero aquí nadie lo sabe. Estudié historia para ser un mejor escritor en el sentido de que no quería escribir solo historias bonitas o simplemente para entretener, sino historias que narraran la realidad de este país. Honduras es un país sin memoria. Quería escribir historias que ayudaran a recuperar esa memoria perdida”.
Suma más dos décadas en las letras. Cuando empezó a entrar en contacto con el mercado editorial hondureño ¿se decepcionó?
No, en realidad no me decepcioné. Empecé a escribir y a publicar muy joven, y aunque ahora puedo ver que cometí errores, creo que eso forma parte del proceso de aprendizaje. Creo que es importante tomarse el tiempo necesario para desarrollarse como escritor antes de publicar. Si pudiera aconsejar a los jóvenes escritores, les diría que se enfoquen en aprender y en perfeccionar su oficio antes de buscar la publicación.
“Tengo 22 años ahora, específicamente”. Lo digo así porque empecé seriamente, bueno, seriamente según lo veía yo, a los 13 años. Cuando tenía 14, ya estaba bastante metido en esto, tendría unos 21. A esa edad, comencé a publicar algunos cuentos en una revista, que probablemente ya ni exista. Luego, escribí para un periódico universitario, alrededor de los 20 años. Pero ahora, con más de 20 años, estoy enfrentando decididamente el peor escenario. Verás, en Honduras, dedicarse completamente a ser escritor, quiero decir, vivir del oficio, es un tanto suicida, algo descabellado e incluso irresponsable, uno se convierte en un autómata.
¿En estos 20 años se arrepiente de algo?
No me arrepiento absolutamente de nada. Y conste que asegurar que uno no se arrepiente de nada es profundamente soberbio; siempre hay cosas de las que hay que arrepentirse. Quizás tenga algunas, pero voy a ser soberbio, no las voy a mencionar. No, no me arrepiento. Me considero realmente muy afortunado. Creo que he podido hacer una carrera, aunque sea muy modesta. No me arrepiento. Bueno, me arrepiento, sí, creo que de ciertas cosas. Por ejemplo, de algunos libros en los primeros años. Quizá me arrepiento de haber publicado muy joven. De eso sí me arrepiento, de hecho.
Entonces, ¿cuál es la edad idónea?
Bueno, al menos que uno sea Rambo, Truman Capote o Vargas Llosa, yo creo que nadie debería publicar antes de los 30 años. (Ríe)... Siempre bromeo y digo que hay dos cosas que la gente no debería hacer antes de los 30: publicar un libro y casarse.
¿Le ha resultado difícil encontrar un equilibrio entre escribir y conseguir que guste a las personas?
No, no me ha sido difícil. Cuando escribo una historia, no pienso en eso. Ya sea una novela, un cuento, un ensayo, una crónica o una columna, nunca pienso en si a mí me gusta. Nunca pienso en eso.
¿No piensa en un lector en particular cuando escribe?
Fijate que Julio Cortázar dijo alguna vez: “Considero muy importante al público cuando escribo, pero no al punto de recibir lecciones sobre cómo escribir”. Siempre pensé que si escribo un texto que debe gustarle al otro, pierde un poco el sentido de escribir por escribir. También es una aventura. Escribir una historia, cuando se publica, ya no es tuya y el riesgo es ese: nunca sabes si le va a gustar o no a la gente. Y eso, justamente, es un poco el sentido de aventurarse, ¿no? Si hacemos todo medido, si hacemos algo para agradar al público siempre, entonces se pierde el sentido creativo perpetuo.
¿El éxito depende de los libros que venda un escritor o de los lectores que tenga?
Ninguno. Creo que el éxito de un libro radica en que permanezca en el corazón y en la memoria de los lectores. Más que venderse, hay muchos bestsellers que la gente compra, lee o dice leer, pero creo que luego de un tiempo ya no significan nada, y otros bestsellers, igual que estos, los suplantan, y hay libros que no tienen esas características y les llamamos libros de culto. Libros que siguen siendo queridos, atesorados, apreciados por los lectores, defendidos. Creo que el éxito de un libro es que le guste a un lector.
¿Es el fracaso una condición del escritor?
Debe ser así, debe ser siempre así. Creo que una persona que no fracasa, una persona que no experimenta el sufrimiento, enseña más que la alegría, pero en la alegría, casi siempre somos incapaces de valorar las enseñanzas, sino que estamos más cerca del disfrute. El sufrimiento, en cambio, siempre enseña mucho más, es doloroso, es terrible, desilusionador.
Francis Scott Fitzgerald escribió en algún momento una frase que me gusta: “Hablo con la autoridad del fracaso”. Y yo creo que haber fracasado te otorga cierta autoridad, esa frase ha enseñado mucho y es cierta. Entonces, nadie solo tiene éxitos, de hecho, tenemos más fracasos que alegrías. Las alegrías son siempre pequeñas, contadas, no intensas, al menos no tanto. Entonces, creo que fracasamos más de lo que nos alegramos.
¿Cuál es su fracaso más grande?
Tengo muchos fracasos en mi vida, pero creo que el más grande sería no haber podido conservar a mi hija conmigo. Es uno de mis grandes fracasos.
¿Está orgulloso del escritor en el que se ha convertido?
No, para nada. Me considero un escritor muy modesto. La satisfacción es parte de la alegría de un escritor. Un escritor es una persona insatisfecha. En el momento en que un artista se convierte en una persona satisfecha, es el momento en que el hecho creativo ha muerto, ha perdido la capacidad de sorprenderse, de preguntarse, de exigirse.
Entonces, ¿está contento?
Sí, estoy contento, pero con algunas cosas más que con otras. No me siento de esa manera. Me siento como un escritor afortunado, porque creo que he tenido oportunidades editoriales y literarias que mucha gente en este país desearía. Empecé a escribir muy joven en EL HERALDO, por ejemplo, y te aseguro que es algo que mucha gente quisiera. Llevo como ocho años... hemos hecho cosas muy bonitas aquí.
¿Cuál es el reto de los autores del siglo XXI, especialmente de los autores hondureños?
El reto es principalmente narrativo. Hay muchas falencias. He sido polémico porque decir lo que uno piensa siempre puede resultar grosero para algunas personas. Creo que primero hace falta profesionalizar la industria, crear una industria editorial sólida. Hace falta que los escritores sean profesionales, que se formen académicamente, que sean disciplinados y, también, yo diría... mejor me detengo aquí. Un poco de talento también sería necesario.
Con la mirilla puesta en el futuro, ¿qué aspectos considera usted prioritarios en su vida?
Aspiro a ser siempre un buen padre, amoroso y presente. Además, estar comprometido con mi trabajo es una prioridad constante para mí. Después de eso, mi trabajo siempre tiene un lugar destacado en mi vida, ya que no solo es lo que hago, sino también lo que vivo. Además, es importante para mí seguir estudiando, especialmente libros. Espero poder terminar una novela este año, una que me apasione y que creo que podría gustar a la gente, además de servir como un testimonio de nuestro país. También estoy involucrado en un proyecto para mejorar el servicio postal nacional, tratando de sacarlo de la oscuridad y restaurar su importancia como el principal servicio de paquetería en nuestro país.
En breve, Albany Flores
¿Preferiría Los Beatles o los Rolling Stones?
Los Beatles.
¿Gatos o perros?
Prefiero los perros.
¿Qué teme de envejecer?
La soledad.
¿Qué es lo que más atesora?
Mi hija.
Descríbase en tres palabras.
Apasionado, curioso y sensible.
Si no fuera usted mismo, ¿quién le gustaría ser?
Un marinero.
¿Cuál es el hábito que más deplora de sí mismo?
Dormirme muy tarde.
¿Cuál es el hábito que más deplora de los demás?
La falta de puntualidad.
¿Qué lo mantiene despierto por la noche?
Sobrepensar.
¿Cuál es el peor trabajo que ha realizado?
No deploro ninguno, pero reconozco que mi primer libro es bastante modesto.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Como una persona que vivió comprometida con su propósito y que benefició a los demás en la medida de lo posible. Alguien que vivió su vida intentando no dañar a los demás.
¿Qué pasa cuando morimos?
Creo que simplemente morimos. No hay más allá. No creo en el sentido espiritual en el que se prolonga nuestra identidad individual.