Claro, los criminales no aman a nadie. En menos de una semana, malévolos asesinaron a Obdulio Licona, Dagoberto Villalta y Marcial Martínez, conocidos adeptos del partido gobernante. Se capturó a un grupo de mareros por presumirlos responsables de matar a dos de ellos. Nadie atina si lapidan por celos, por tirria, por placer o por encargo. Así seguimos.
Pique
Hace seis años, el presidente Juan Orlando Hernández Alvarado declaró la guerra al narcotráfico, a las pandillas. “ Caiga quien caiga”, dictó, pero caen más castos que bandidos. No hay duda de que medio mundo -de adentro y afuera- está inquieto y rabioso con la política de JOH. Con tanto frente abierto, le será difícil saber de qué lugar le cae el desquite.
El asecho delictivo no tiene cortesías. La violencia se reduce por tiempos y nos explota en horas. Durante las elecciones de noviembre de 2017, los cachurecos juraron que los pandilleros amenazaron con ultimar a miles de sus partidarios si votaban por JOH, extremo que no probaron claramente, pues los mandos policiales no penetran zonas dominadas por los antisociales.
Ricardo Álvarez, designado de JOH, aseguró en su cuenta de Twitter que la muerte de sus afines fue “algo planificado”. No obstante, nadie se atreve a decir, aunque lo sepa, quiénes realmente están detrás de esta ola de homicidios que provoca un inusitado temor en ciertas cúpulas políticas y alegría en otras desde donde se incita al rencor y a la extrema violencia. Todos callan.
Tres cabecillas cachos muertos casi al hilo deberían encender las alarmas en toda la población. Si el partido que dice luchar contra las pandillas y todo tipo de criminales enfrenta estos ataques, es un indicio contundente de que la situación podría empeorar en materia de seguridad. Los bandidos parecen no inmutarse de la pelea declarada por JOH. Se ven tibios,
sin control.
Fuerza
Lejos de sentirse sitiados, retan públicamente los diversos mandos de seguridad. Los ironizan y, de remate, los ridiculizan para hacer sentir su poderío fuera y dentro de sus covachas. La criminalidad también toma fuerza al oír voces disonantes, que profesan credos irracionales, llamando a matar a rivales con tal de lograr el poder del país.No están sacrificando al Partido Nacional o solo la vida de sus líderes y simpatizantes, sino la de todos los hondureños que día a día sobreviven a la terrible odisea de una violencia general, alimentada y apoyada por las mentes más perversas de los de abajo y de los de arriba.
En riesgo de ser asesinados, injustamente o no, estamos todos, hasta aquellos que, armados de un micrófono, incitan a matar, y de paso hacen guasa y amarillismo con cadáveres. Hablan de un “dios” y ensalzan al demonio.