TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Desafiante, irreverente, despojado de prejuicios, sin medias tintas (su dibujo es o no es) y provocador, así se presenta la personalidad artística de Daniel Valladares.
Su obra se planta como un artefacto transgresor que no calcula ángulos ni diagonales semánticas. Va por lo que ve, no se retira, al contrario, salta y afronta: dibujo pendenciero, pintura irascible, escultura facciosa; todos estos sustantivos y adjetivos van tejiendo el discurso estético de Valladares.
Como él mismo dice: “quiero rescatar con esta mirada la obra de varios artistas que nos mostraron el camino a los creadores del presente, rescatar a un Goya crítico de su entorno y audaz para mostrarnos la dureza del mundo, dar un salto enorme al siglo XX y encontrarme con Francis Bacon, devorando su particular forma de ver un mundo deforme, despertar incómodamente en la obra de Paula Rego, Gracia Barrios y Kiki Smith, culminando en la brutalidad pictórica de Ezequiel Padilla y Víctor López, artistas que sin duda nos dan lecciones de creación, optando por un arte consciente del momento que le ha tocado vivir y consecuente con su práctica ideológica”.
El arte de Valladares posee una fuerte carga política, indaga en el contexto como un estudioso de la vida social, construye categorías que le permiten penetrar las capas de la cotidianidad y desde allí organiza el andamiaje conceptual que servirá de fundamento ideológico para su propuesta artística.
Los recursos visuales
En este punto quiero hacer una observación: Valladares sabe que la realidad es “más rica que cualquier esquema”, así definía Nahuel Moreno la naturaleza cambiante del mundo real, y precisamente por esa razón, sabe que la representación figurativa no le basta para aprehender el universo de los acontecimientos sociales y políticos que estamos viviendo, eso explica su salto a la instalación y al performance, incluso, ha utilizado el video como herramienta para movilizar la conciencia, trabaja la escultura cuando valora que la tridimensionalidad puede asir el volumen conceptual de
su denuncia.
Aún con lo dicho, es en el dibujo donde encuentra su mejor nivel de expresión, con los otros medios todavía no alcanza una práctica sistemática, pero tiene clara esa necesidad de insertarse en una dialéctica relacional más dinámica e interactiva, que lo conduzca a proponer nuevos espacios de reflexión y conocimiento desde el arte, es decir, a visibilizar y mover nuevas subjetividades.
En el dibujo de Valladares la línea corta el espacio, lo taja, es como un vector cargado de ironía, el trazo nos habla de su mundo interior. Hay obsesión, angustia, rabia y dolor en sus movimientos, por ello, su línea es desmesurada, nerviosa y agresiva. Es una línea que viene de la academia, pero no tiene tratos con ella, su dibujo irrumpe arbitrariamente la forma, no hay pautas, las reglas se resquebrajan en el espacio, solo queda el gesto entre lo impreciso y lo difuso.
Es paradójico que algo que se constituye con líneas busque romper los esquemas lineales del mundo real. Trazo cuchillada, zarpazo que desgarra el espacio, literalmente lo desuella, solo queda sangrando la piel de la idea, esa que no renuncia a ser testimonio de un mundo deformado por el poder y la opresión. Podríamos decir que esa deformación figurativa es el equivalente a la deformación moral de un sistema violento, injusto y embrutecedor.
La cultura de lo “agradable” no está en la agenda estética de Daniel Valladares, su postura no se hace esperar: “La obra en general mantiene una ausencia del ‘color’”, citando textualmente a Edward Dorey “el color es un lujo que no me puedo permitir”, dicho de otra manera, el “‘repudio’ directo al color es por la idea cultural que se tiene sobre Latinoamérica, que es considerada un pueblo ‘colorido’ y que nuestra cultura tiene un ‘sabor’ y alegría. Odio esta premisa a tal grado que mi obra trata de ser austera en el uso del color, limitándome a paletas saturadas monocromáticas o colores grises en su totalidad”.
Con esta postura podemos estar de acuerdo o en desacuerdo, pero no podemos negar su franqueza y, no solo eso, su práctica pictórica es coherente con su postura frente al color. Una de sus pinturas titulada “El acecho” ilustra toda la estética de Daniel Valladares: desenfreno y rudeza en el dibujo y, al mismo tiempo, una escalofriante monocromía en el uso del color que solo deja espacio para el terror y la asfixia.
Arte e ideología:
una dialéctica polémica. No hay duda de que en el contexto actual han surgido nuevos paradigmas -culturales y estéticos- que han dado origen a un conjunto de prácticas artísticas que se asientan en el reconocimiento de la función social del arte. Las nuevas situaciones sociales y políticas han contribuido a que los artistas reorienten sus procesos de creación, subvirtiendo el sentido común y develando las capas ideológicas que enmascaran la realidad.
La práctica artística no sólo es un “hacer”, es también un “pensar y un actuar”. Ahora bien, asumir una postura ideológica desde el arte no implica necesariamente subordinar el acto creativo a eso que llamamos “verdad histórica”; es más, la opción por un arte crítico es una de las formas en que se expresa la ideología en el arte pero no la única, hay obras cuya denuncia de lo real pasa por subvertir el orden de lo aparente, llegan a ese punto por vías diferentes como la abstracción, lo mágico o lo onírico y eso no las hace menos críticas.
El arte no siempre acude al mundo de los acontecimientos políticos, provisto de una armadura racional. La fantasía, lo inexacto e irracional son casi siempre las formas estéticas e intelectuales con las que el arte se acerca a la “verdad”; esas también son expresiones ideológicas que pueden conducir a una práctica política tal como ya lo ha mostrado la historia del arte.
Lo que seduce de la obra de Valladares es que, más allá de su impronta política, se esfuerza porque su “hacer” pase por el cedazo de lo estético, En este tipo de propuestas se debe procurar que la conciencia estética esté presta a disolver aquellas figuras retóricas que amenazan con hacer del arte una pobre derivación ideológica. Valladares sabe que entre su forma de ver el mundo (ideología) y la realidad que cuestiona, media la creación artística: el arte ya días demostró que también puede mover las leyes de la dialéctica.