Siempre

El artículo de Octavio Carvajal: ¡Corona de hijos!

En miles de hogares falta comida porque no hay trabajo. No obstante, sobran lujos, desde un celular de 30,000 lempiras hasta el auto más caro

02.05.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El coronavirus nos tiene postrados por doquier y es casi seguro que nadie aprenderá su lección. Lloramos perder el trabajo, olvidando, por tiempo y lucro, que muchas veces lo hicimos mal, con total desgano, trampeando o dañando al compañero.

Sin dinero para lo básico y lo botamos en naderías. Comida cara y escasa y nuestra tierra pare más hijos que compromisos.

La pandemia nos arrinconó y, pareciera, que nos aflige más quedar rajados del bolsillo, de culpar a unos y otros de “inventarla” que cambiar nuestros desbordes. Nos aniquila sus graves efectos y nos mostramos, de pronto, irreverentes, sobrados e irracionales, mientras el pavor atrapa a hombres y mujeres de las naciones más poderosas del mundo.

Tino

Casi un mes adelantando el desastre sanitario, económico, emocional y psicológico avivado por la peste. O nos mata su ponzoña o nos mata la tristeza de seguir en cuarentena sin dinero y sin trabajo pues, por ahora, los científicos siguen sin topar con el antídoto para anularla o mermar su dureza con que golpea a pobres y famosos.

Penosamente, nuestro sello, como en otras cunas, es el atraso, el descaro y, para colmos, la pachorra frente a los aprietos.

Gemimos por los males, desechando la disciplina por la indisciplina a sabiendas del luto que nos deja esta plaga. En la mesa nos faltan frijoles, antigripales, acetaminofén, pero nos sobran lujos y excentricidades. Cero prioridades.

Estamos ante un fenómeno que nadie sabe con certeza de su origen ni de sus causas. Si lo provocaron mentes aviesas en un laboratorio de Wuhan, China, o es un reclamo serio de la ultrajada naturaleza cercada durante siglos por la mano criminal del hombre. No obstante, tenemos el desastre y por lo que vemos, tocará sobrevivir o morir por su letalidad.

Su mortalidad desnudó a ricos y pobres, a negros y blancos de todas las edades. Barrió con engreídos “reyes” y con simples mortales. Nos quitó la careta, la grandilocuencia de que “somos magnánimos” por las pompas que poseemos, que soñamos o envidiamos. El coronavirus nos sacude las entrañas y todavía andamos de altivos, creídos por todo y por nada.

Ojalá, políticos, empresarios, periodistas, los vistos de pastores, profetas, apóstoles y curas, entre chorro de leídos, ya no afeiten sus “proezas” en cautas mesas y las alardeen en caros micrófonos. Sincérense, por lo menos una vez en la vida.

La plaga no razona de coloretes. Que sus mutuas y fatuas lisonjas e hipocresías no sean calco en nuevas generaciones.

La pandemia está intratable. Barre hasta con médicos y enfermeras. Es tan letal que sigue moliendo las bolsas mundiales. Desde inicios de abril lo deletreamos. Lastimosamente, nuestra sociedad no es capaz, a estas alturas, de educarse, no da visos de cambios ni así sea sometida todos los días a severos toletazos.

Así como vamos, quedaremos ruinosos con un pueblo exigente y displicente. El coronavirus nos dejará con el bolsillo roto, pero sin duda, siempre rebalsarán los hijos, faltarán los “padres” y sobrarán las excusas por falta de responsabilidad y madurez.