Siempre

El tigre hambriento

Cada cuento en este libro es una guerra de baja intensidad entre lo correcto y lo incorrecto, el impulso y la norma
04.02.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- No puedo disimular la emoción por haber leído el libro “El tigre hambriento” de Dennis Arita, uno de los grandes escritores centroamericanos.

Su narrativa trasciende nuestra tradición y se adscribe a ópticas diversas que nos permiten contemplar el don del oficio de crear ficción.

Su eclecticismo muchas veces nos lleva desde el juego psicológico, el humor negro, lo trágico, lo absurdo a esa obviedad o normalidad parca que es capaz de estallar en cualquier instante para mostrarnos la irracionalidad humana.

Me gusta la magistralidad de la incertidumbre en la escritura de Dennis Arita: es capaz de sostenernos páginas enteras, literalmente pegados a la espera de que nos electrocute el libro, pero no sucede nada, únicamente discurre el hermoso goce de prolongar el relato; y otras veces, con súbita pericia, nos embulle en una ruleta rusa que gira veloz y martilla exactamente donde ha quedado la bala.

Por eso con el libro “El tigre hambriento” en mano quise jugar un poco: tomé un papel, lo hice cuatro pedazos y los coloqué al azar en el libro, me prometí comenzar a leer cada relato en el sitio donde el señalizador indicara, luego leería el principio; posteriormente finalizaría el libro completo.

Y así lo hice. Un experimento caprichoso que me llevó a “El hombre del tren”, luego a el “Último renglón”, “La naturaleza del pescador” y “En el lugar sagrado”, relatos excepcionales, producidos por una sola mente, pero de manufactura particular sin perder el ADN del narrador.

De esto se trata escribir con maestría. Parafraseando a Octavio Paz, quien decía que cada poema tenía su propia técnica, irrepetible e inimitable; sucede igual con Dennis Arita, por eso leerle está lejos de la monotonía o de lo predecible.

Los personajes de los relatos de Dennis Arita se saben a sí mismos perfectos, por eso no reconocen límites, pues no se rigen por los preceptos sociales o morales.

En su universo hay una idea de justicia personal que los valida. Lo genial de esta fauna de la ficción es un distanciamiento del narrador que los trata sin juzgarlos por su apología y sumisión a los instintos primigenios del ser humano.

Todos los personajes son mutilados, sus pensamientos y acciones drenan la degradación psicológica que los sostiene vivos, pero lo más terrorífico es que no sabemos de dónde proviene esa maldad, quién o qué los amputó.

Cada cuento en este libro es una guerra de baja intensidad entre lo correcto y lo incorrecto, el impulso y la norma; pero Dennis Arita rebasa la sola lectura sociológica, política y psicológica que siempre tiene una explicación para los comportamientos humanos; en este caso el autor nos lleva al borde de un abismo donde contemplamos extasiados nuestra propia enajenación que creemos comprender, pero que luego nos embulle en laberintos sin salida.