TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La escritora salvadoreña Patricia Lovos propone en “Aliento de cachorro” una colección narrativa que consta de tres partes: “Acid”, “&” y “Tender”.
“Acid” se compone de 8 historias, “&” que es una especie de puente entre las dos grandes partes de la obra cuenta con 4 historias y “Tender” es la parte más extensa con 13 historias.
Formas
La propuesta narrativa de “Aliento de cachorro” desde el tratamiento de la lengua puede calificarse como sencilla, directa y precisa.
La mayoría son textos muy breves, y la manera en que usa la lengua es coherente con las extensiones. Son afirmaciones directas, concretas, que no redundan, no rodean y apuestan por la fórmula que más información proporciona con la menor cantidad de palabras: “Mi perra era la mejor curadora de arte, ella sabía si una obra tendría o no éxito en la galería” (pág. 11).
O bien: “Verónica tiene cuarenta años y ya es abuela” (pág. 20). Estas historias se sirven en oraciones contundentemente cortadas, son oraciones breves, sin mayores alteraciones al estándar de la lengua y, sobre todo, útiles a la historia.
Las historias
“Acid” es ácido, y no, no estoy traduciendo, estoy afirmando que la primera parte de este breve texto es despiadada sobre algunos aspectos, en este caso, de la sociedad salvadoreña, pero extrapolable a cualquier otra.
Hay dardos hacia la descomposición familiar, hacia los curadores de arte y posiblemente hacia el arte en general, hacia el mal gusto y la selección de los nombres para las y los recién nacidos, hacia la delincuencia, hacia el estado de paranoia que produce esa delincuencia, hacia el consumismo, tanto a los consumidores como a los que provocan el consumo, hacia los embarazos adolescentes y estoy seguro de que cada quien en su lectura le sumará al largo etcétera que provoca esta primera parte.
Pero es necesario aclarar que los dardos no parecen lanzados porque sí. Pueden provocar una profunda y sesuda reflexión sobre los problemas sociales que se ponen sobre la mesa. Y no serán más importantes los unos que los otros, todos parecen ser parte de una maquinaria de descomposición social de la que a veces habrá que reírse.
Lo más destacable de esta sección es que lo hace con mucha gracia. Logra alejarse de lo que prototípicamente se cuenta como un drama y con aires de victimización. Consigue lo que muchas veces se busca sin éxito: la sátira.
Uno de los méritos más grandes de “Aliento de cachorro” radica en la introducción de una sola palabra, y más mérito aun, que sea nada más un adjetivo que, por momentos, se sustantiva: “Marmórea”, un término más literario que cotidiano, se introduce en las historias para referir a las personas blancas, con sátira a la solemnidad con la que se trata a algunas mujeres solamente por su color de piel: “¡Oh, marmórea criatura! Dame tu pecho para lactar como un ciervo, dámelo solo a mí, porque muero de deseo” (pág. 30). “Y la marmórea criatura habitaba San Salvador, donde roban, violan y asesinan. Con olores, colores y sonidos la seducía la ciudad” (pág. 29).
Se introduce aquí con un contraste, ella es una realidad y la ciudad otra, de otra forma sería innecesario enumerar los peligros que la rodean o afirmar que la seduce, solamente se puede seducir a la otredad.
Con esto, “Aliento de cachorro” se ríe y hace pensar en el racismo solapado que se vive en las sociedades latinoamericanas, en las que se admira y se prefiere antes que cualquier tono de piel, el blanco.
De allí la divinización de las mujeres con esta característica: “Y la marmórea criatura creada por dioses olímpicos, mayas y celtas, se disculpó por su impertinente belleza y huyó” (pág. 30).
También la dulzura
En su tercera parte, el libro habla más de los amantes que del amor, las historias van de parejas y son parejas si no simbólicas por lo menos arquetípicas en sus actitudes.
Aquí se localiza la historia “Aliento de cachorro”, en la que dos enamorados cuyo olor es una de sus principales cualidades, tienen un hijo, y esperan de él, como si los hijos fueran la suma de los padres, un olor superlativo.
En esta sección las piezas parecen responder más al ingenio de la historia que a una intención más allá del texto, a diferencia de la primera parte.
Estas son historias para contemplar el amor, con sus alegrías e infortunios, como Estela lo hace en “De Estela y la contemplación”: “Un día decidió parar, se dedicaría únicamente a diseñar una currícula especializada en ‘El arte imaginativo de la contemplación en el amor’” (pág. 57).
Estela contempla para entender: “No se explicaba por qué las personas dotaban de connotaciones tan obscenas a la cuestión erótica...” (pág. 57), y comprende, como afirma el narrador la diferencia entre lo obsceno y lo erótico, y con esa premisa presente debe leerse “Tender”, la tercera parte de esta buena y aguda colección de historias.
En conclusión, “Aliento de cachorro” da para interpretar, que aún en medio de la descomposición social, es posible la dulzura y la ternura, aunque de por medio haya un racismo solapado.