CIUDAD DE MÉXICO, MÉXICO. -El próximo presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, más conocido como AMLO, tendrá encima de la mesa cuando llegue al poder una agenda repleta de graves y acuciantes problemas que resolver.
Aunque hay muchas incógnitas acerca del comportamiento político del próximo inquilino de la residencia oficial del presidente de México, Los Pinos, el mensaje inicial del nuevo mandatario ha sido tranquilizador, tanto en clave interna, en clara referencia a los mercados, y externa, en relación con Estados Unidos y el imprevisible inquilino de la Casa Blanca, el presidente Donald Trump.
Pese a todos, los desafíos que encontrará AMLO son inmensos. En primer lugar, el nuevo presidente tendrá que hacer frente a una corrupción galopante que gangrena a toda la institucionalidad mexicana y que paraliza a la administración mexicana desde hace lustros. Para que el país pueda funcionar, el Estado debe resolver los problemas de los ciudadanos y que se genere un clima de confianza que posibilite bienestar y prosperidad para todos.
El nuevo presidente tendrá que poner coto a esta herencia “cultural” y tomar medidas ágiles y eficaces para acabar con este flagelo, que devora algo más del 5% del PIB del país y convierte a México en su proyección exterior en un país poco creíble para los inversionistas extranjeros.
Algo más que mano dura y castigos ejemplarizantes necesitará el nuevo presidente para poner al país rumbo a la modernidad, desterrando para siempre las malas prácticas habituales en la política y la administración mexicanas. O AMLO y, por ende México, acaba con la corrupción o la corrupción acabará con México. Y seguramente también con AMLO en el largo plazo.
La economía debería ser la segunda prioridad del nuevo inquilino de Los Pinos. Con un crecimiento de apenas algo más del 2%, un desempleo estancado desde hace meses y una economía informal que podría rondar el 60%, el presidente tendrá que esforzarse en dar confianza a los mercados para que la inversión crezca y se generen más empleos.
Pero también tendrá que mandar un mensaje inequívoco al exterior, en el sentido de que no hará las boutades perpetradas por los gobiernos populistas de la región, como Venezuela por poner un ejemplo cercano. AMLO debe cuidar la libre empresa y facilitar el establecimiento de una economía de mercado libre, funcional, competitiva y sin intervencionismos estatales de corte populista que podrían minar la ya de por sí maltrecha imagen de México en la escena internacional.
Esperemos que AMLO se comporte con un estilo más parecido al de los socialistas chilenos, importando el modelo Bachelet para su país, que al de los cuadrilla de mafiosos, narcotraficantes y saqueadores que gobiernan en Caracas.
En tercer lugar, pero no menos importante que los dos aspectos anteriores, el presidente debe de centrar su agenda en los asuntos relativos a la seguridad y al auge de la criminalidad en el país. No es un asunto baladí ni secundario, desde luego, toda vez que México ya tiene unas cifras alarmantes de homicidios y que el país se reparte como una tarta entre los numerosos carteles y organizaciones criminales que trafican con drogas y personas, principalmente.
El año pasado hubo 30 mil homicidios en México y 12 de las ciudades mexicanas se encuentran entre las 50 más peligrosas del mundo. El modelo de militarización del país empleado por las anteriores administraciones para luchar contra el narcotráfico y el crimen organizado ha fracasado.
Y harán falta nuevas estrategias y fórmulas para poner fin a este problema de primer orden en la agenda nacional del nuevo líder al frente de este país de casi dos millones de kilómetros cuadrados y 125 millones de habitantes.
Por último, aunque la lista de cuestiones sería interminable, AMLO tendrá que resolver los contenciosos pendientes con sus vecinos, pero principalmente con Estados Unidos, que no ha ocultado en los últimos tiempos su animosidad hacia su vecino del sur, y también con los países de América Central, que siguen “exportando” hacia Mexico drogas, inmigración ilegal e incluso armas. Las negociaciones sobre el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) siguen pendientes y Estados Unidos ya ha anunciado su intención de retirarse del mismo, aunque tanto Canadá como México ya expresaron su intención de continuar en el acuerdo comercial incluso sin la presencia norteamericana. Washington puede cambiar de opinión, pero con Trump al frente del país cualquier escenario se podría dar.
El TLCAN, que también buenos resultados ha dado pese a lo que diga Trump, es el mejor camino; la integración regional es la única alternativa para México.
Luego está el asunto del famoso “muro” fronterizo entre los dos países que Trump amenaza con construir y que pretende que México pague, algo bastante improbable y que ya AMLO anunció que no lo haría, como había hecho su predecesor, Enrique Peña Nieto.
AMLO tiene ante sí una apretada y compleja agenda pero, al menos, cuenta con un amplio apoyo político -el voto de más de 32 millones de mexicanos, un hito histórico- y los anhelos de cambio de un país cansado de esperar en la cola de la historia una oportunidad de cambio.