Valparaíso, Chile
Vieja señora de 481 años, Valparaíso amanece cada día felizmente hermosa, tan llena de colores como el lienzo lo permite; se deja querer por el rocío del Pacífico y se deja pintar escrupulosamente por una mano gigante que en cada atardecer regala una hermosa pintura del argentino Benito Quinquela Martín.
- A Valpo tienen que patearla como a un balde, recomienda una lugareña de cuarenta y tantos veranos encima...
Tal cual. A la capital de la Quinta Región chilena hay que devorarla como si nunca más piensa volver por acá.
Privilegiado por la geografía, el puerto se transforma naturalmente en una especie de anfiteatro enclavado en la bahía de Valparaíso y rodeado de 42 estirados y engreídos cerros de mil colores a los que la población accede gracias a los vulgarmente famosos ascensores, que no son más que los históricamente reconocidos funiculares, el primero construido en el Cerro Concepción hacia 1883.
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Pero si en las montañas está el alma de la ciudad sede del Congreso Nacional, en la llanura reposa desafiante el principal puerto de contenedores y pasajeros de Chile. No es un dato menor: anualmente transfiere 10 millones de toneladas y atiende por temporada cerca de 50 cruceros y 150 mil pasajeros, de acuerdo con los datos de Wikipedia.
Muchos turistas pagan por un divertido recorrido en lancha mediana de aproximadamente unos 25 minutos, en donde ver a los leones marinos en su hábitat es solo el inicio de algo inolvidable: casi se pueden tocar unas megaestructuras en forma de barcos que encallan cerca de la playa y al mismo tiempo que su cara recibe el crujido de las heladas gotas marinas, un simpático guía lo invita a torcer suavemente el cuello para apreciar la espectacular vista de la arquitectura inglesa que domina en las rocosas armaduras que protegen a esta urbe, que en 1802 recibiera el título de ciudad. La aventura comienza.
Y falta lo mejor. Amante de la onda bohemia, a Valpo no le puedes regalar un metro de distancia, hay que marcarla nuca a nuca.
Porque en el Cerro Bellavista alguna vez habitó Pablo Neruda y esa casa ahora se convirtió en museo; y porque en el vecino Cerro Concepción hay una marcada tendencia alemana gracias al legado que dejaron los inmigrantes europeos que llegaron en el siglo 19; y porque subir hasta La Sebastiana (la otra casa donde vivió Neruda, también museo) es una suerte de baile zigzagueante que termina en una nueva y deliciosa vista de la ciudad, esta vez desde las nubes, tomando un fuerte pisco cargado de aventura: lo que se viene es adrenalínico...
El llamado es de un viejo maquinista de uno de los 15 ascensores que se niegan a morir en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad. Estamos en el Cerro Artillería y para llegar al “primer” piso lo mejor es tomar el funicular, un artefacto de madera que se arrastra perezosamente por los viejos rieles que hacen avanzar a lo que en este país del cono sur han declarado Monumentos Históricos Nacionales.
Cada metro recorrido es abrir la ventana de la imaginación. Es sentir el aire salado que llega del océano. Es vivir el acaso tenebroso cosquilleo que produce un andar pausado pero definitivamente seguro de la góndola que tiene arrugas y barba blanca, sinónimos de respeto.
Algunos minutos después el viaje terminó. ¿O recién empezó? En la Plaza Sotomayor esperan más flashazos. Al Monumento a los héroes de Iquique o quizá al centenario hotel Reina Victoria, uno de los preferidos del turismo.
Sí. A Valpo hay que patearla como a un balde... de eso no quedan dudas.