TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres. (I Parte)
Jorge era uno de los agentes de investigación criminal más comprometidos con su trabajo. Llevaba muchos casos, como todos sus compañeros, y la carga que llevaba sobre sus hombros era enorme. Y lo que más lo presionaba era que tenía que dar resultados positivos a sus superiores, por lo que se esforzaba el doble. Pero, un día, Jorge no llegó a su trabajo.
“Estuvo de doble turno estos días –dijo uno de sus compañeros–; seguro va a llegar tarde…”.
Pero, Jorge no llegó.
Cuando fueron a buscarlo a la casa, dos días después, la esposa les dijo a los agentes que Jorge se había bañado, que se había vestido y que se fue a la oficina porque tenía mucho trabajo rezagado. Les dijo, además, que lo había estado llamando, pero que su teléfono estaba apagado. Y ella creyó que estaba en misión, porque muchas veces había pasado lo mismo. Jorge iba a misión, a otras ciudades, a otros pueblos y hasta a las montañas, y no podía comunicarse con ella porque la misión era secreta. Sin embargo, estaba preocupada porque no llevó ropa, no tenía dinero y no la llamó para decirle que saldría de la ciudad. Y eso era lo que más extrañaba, y lo que ahora la tenía preocupada. Además, cuando los agentes llegaron a buscar a su marido, el corazón le dio un vuelco en el pecho porque supo que algo malo pasaba con Jorge.
“Tiene dos días de no llegar a la oficina” –le dijeron.
“Creímos que estaba enfermo”.
“Pero, él llegó de turno, de doble turno hace dos días, y se fue a trabajar”. –dijo ella.
“Pero no llegó a la oficina…”.
“Entonces –dijo un tercero–, es que algo malo le pasó”.
La mujer dio un grito.
Se fueron los detectives, preocupados, y dejando en angustia a la señora, y regresaron a la oficina. Allí, empezaron a analizar la desaparición de Jorge.
“Es raro que no haya aparecido –dijo uno–; él siempre fue puntual y se reportaba siempre que se iba a ausentar del trabajo aunque fuera una hora”.
“Eso significa que algo malo le ha pasado”.
“Y algo muy malo”.
“Creo que la desaparición de Jorge no es algo casual. Hay algo más en eso, y si queremos saber las cosas, creo que debemos empezar por ver los casos en que estaba trabajando…”.
Caso
De cuarenta casos que tenía asignados, Jorge había evacuado la mitad, diez estaban congelados y cinco estaban en camino de resolverse. De los cinco restantes, tres parecían imposibles de resolver, uno era el de un parricidio, en el cual el sospechoso había desaparecido, y el último era el de un comerciante que había sido asesinado con extremada crueldad.
“Veamos ese caso –dijo el jefe del equipo de investigadores–. ¿Quién es la víctima?”
“Se llamaba Vicente –respondió uno de los agentes–, y se dedicaba a comerciar con frutas y verduras al por mayor”.
“¿Dónde lo mataron?”.
“En la carretera a Olancho”.
“No lo ametrallaron o le dispararon desde cierta distancia. Lo raptaron y lo llevaron hasta el sitio donde lo mataron después de torturarlo”.
“¿Qué avances tenía Jorge en el caso?”.
“La esposa dijo que su marido manejaba grandes cantidades de dinero en efectivo y que le gustaba jugar chivo, ese juego de dados…”.
“Sí, ya sé que es eso”.
“¿Qué más hay?”.
“Pues, un amigo de Vicente dice que una tarde, en el mercado del Mayoreo de Belén, estuvo jugando con otros comerciantes, y que ganó ochocientos mil lempiras en el chivo”.
“¡Ochocientos mil! Pucha. Sí tenía suerte”.
“El amigo dijo que ganaba buenas cantidades, aunque a veces perdía bastante…”.
“¿Qué más dijo el amigo?”.
“Que esa tarde, los dos perdedores se enojaron porque don Vicente se levantó de la mesa y les dijo que tenía que viajar a Olancho porque había comprado una yuca, y que tenía los camiones listos… Y que en dos días les daría la revancha”.
“Y, esos hombres perdieron todo ese dinero”.
“Así fue”.
“Bien. Y, ¿tenemos los nombres de esos hombres?”.
“Sí. Jorge los estaba investigando”.
“¿Se entrevistó con ellos?”.
“Los interrogó”.
“¿Cómo fue la muerte de don Vicente?”.
“Ya te lo dije. Lo raptaron, lo llevaron a la salida de Olancho, y lo torturaron; después le dispararon tres veces en la cabeza. El carro del señor lo encontraron por la Sagastume, con las puertas abiertas y el motor encendido. Nadie vio nada porque Jorge no entrevistó a ninguna persona en ese lugar. Además, allí nadie colabora con la Policía. El carro abandonado lo encontró una patrulla de la Policía Militar”.
“Bien”.
“Sabemos quiénes son los hombres que jugaron con don Vicente. Sería bueno que les hagamos una visita”.
“Eso vamos a hacer”.
ADEMÁS: Un caso de Gonzalo Sánches (Parte I)
Mayoreo
Carlos, un hombre alto, recio y de cara de piedra, donde brillaban dos ojos maliciosos, recibió a los detectives.
“Ya vino aquí uno de sus compañeros –les dijo–, y me vino a preguntar lo mismo que ustedes”.
“No me interesa, señor, lo que le haya preguntado mi compañero. Responda a mis preguntas. Nada más”.
El hombre se tocó la cintura donde andaba una pistola cromada.
“Un gesto más como ese, señor, y lo detengo… Aparte, podría ponerme nervioso, y no sé como le iría a usted…”.
“¿Qué quiere saber?”.
“¿Cuándo vio a don Vicente la última vez?”.
“Aquí, en mi negocio, hace una semana… Jugamos y ganó, se fue a comprar una yuca a Olancho, y después me di cuenta que lo habían matado… No sé nada más”.
“¿Sabe usted si don Vicente tenía enemigos?”.
“No, no sé; ese era asunto de él. Lo conocía porque vendía aquí sus productos, y a veces yo le compraba; a veces, también, jugábamos naipes y dados, y ganaba y perdía”.
“Esa tarde ganó ochocientos mil lempiras”.
El hombre se estremeció.
“Sí, así fue. Nos ganó a Remberto y a mí. Yo perdí quinientos mil, mi amigo trescientos mil”.
“Y, según sabemos, ustedes se enojaron con él porque se fue con el dinero ganado y ustedes querían la revancha”.
“Es normal cuando uno pierde cantidades como esa, pero uno se acostumbra y se resigna. En el juego se gana y se pierde. Es como en los negocios…”.
“¿Puede decirme qué hizo usted esa tarde después de que se fue de aquí don Vicente?”
“Pues, me quedé en el negocio…”.
“¿Está seguro?”.
“Seguro”.
“¿Puede comprobar eso que me está diciendo?”
“Lo mismo me dijo su compañero”.
“Ya le dije que no me interesa lo que le dijo mi compañero; respóndame”.
El hombre se puso rojo.
“Sí puedo” –dijo, con los dientes apretados a causa de la ira que empezaba a dominarlo.
“Pues, debe prepararse porque va a tener que demostrarlo…”.
Luis
Era un hombre maduro, más accesible que Carlos.
Dijo que perdió trescientos mil lempiras esa tarde, y que se molestó porque don Vicente dejó el juego, pero que iba a esperar la revancha. El problema es que don Vicente no regresó al Mayoreo. Lo mataron esa misma tarde.
“¿Sabe usted quién pudo haberlo matado?”
“No, señor; no sé. Conocía a Vicente porque vendía aquí en el mercado, pero de sus amistades o relaciones, no sé nada”.
“Bueno. Vamos a hablar con los empleados de ustedes…”.
“Como usted quiera”.
DNIC
De vuelta en la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), los agentes se reunieron para analizar las respuestas de los dos sospechosos.
“¿Por qué Jorge los investigaba?” –preguntó uno.
“Porque eran los principales sospechosos. Se enojaron porque perdieron mucho dinero, y como malos perdedores, querían que don Vicente se quedara jugando con ellos hasta recuperar lo perdido, o una parte…”.
“Tenemos algo importante –dijo otro agente–. Uno de los empleados de una bodega de huevos nos dijo que cuando terminaron de jugar Carlos y Luis, o sea, los perdedores, dijeron algo así como “ese hijo de p… no se va a llevar así nomás mi dinero”.
“¿Eso dijo?”.
“Sí, yo hablé con él. Dice que estaba viendo el juego y que don Vicente ganaba tiro tras tiro. Hasta de cien mil, y que los dos hombres se molestaron porque él se fue”.
“¿Qué más dijo?”.
“Pues, que cuando don Vicente se subió al carro, Carlos y Luis se fueron en un solo vehículo y como que lo siguieron. Y dijo que llevaban con ellos a tres hombres más, unos que trabajan con ellos como guardaespaldas, o algo así”.
“¿Es posible que hayan seguido a don Vicente?”.
“Es posible. Jorge no entrevistó a este muchacho, pero supuso que los perdedores iban enojados y que siguieron a don Vicente, lo raptaron y lo mataron… Y recuperaron el dinero porque no le encontraron ni un centavo a don Vicente, ni en las bolsas ni en el carro”.
“Y, ¿tu entrevistado te dijo los nombres de los hombres, o sea, de los supuestos guardaespaldas de Carlos y Luis?”.
“Los apodos”.
“Ok”.
“Hay que volver al Mayoreo… Tengo un presentimiento, algo así como una corazonada… Me parece que estos no solo mataron a don Vicente para recuperar el dinero que habían perdido, sino también, que algo hicieron en contra de Jorge al saber que los estaba investigando por la muerte del señor”.
“Es posible”.
“El problema es que no hemos encontrado a Jorge, ni su cuerpo ni nada que se relacione con él”.
“Entonces, en tu opinión, creés que Jorge está muerto”.
“Pues, aunque no quiera aceptarlo, me parece que sí… Si a esta fecha no ha regresado a su casa, ni sabemos nada de él, lo más seguro es que algo malo le pasó…”.
“¿Dijo la esposa cómo iba vestido Jorge la mañana que salió de la casa?”.
“Sí. Pantalón azul, camiseta celeste y botas vaqueras, unas botas bonitas, con punta de metal dorado, que acababa de comprar”.
“Sí, me acuerdo que estaba contento con esas botas. Las compró en Catacamas…”.
“Pues, nosotros tenemos que seguir investigando el caso de la desaparición de Jorge… Yo creo que estamos por buen camino, y que Jorge no estaba muy alejado de los que mataron a don Vicente… Hay que hablar con ese testigo que vio salir a los dos perdedores…”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...