TEGUCIGALPA, HONDURAS.- PARTE 1/2
DOÑA LUISA. Era una mujer de setenta y tres años cuando empezó a sentirse mal. Sus tres hijas, y su única nuera, la llevaron al médico, y este les dijo que, a pesar de que su diabetes estaba bien controlada, el corazón de la señora empezaba a funcionar mal, y que, si no mejoraba con las medicinas que le recetaba, tal vez sería necesario implantarle un marcapasos. Pero el doctor no se detuvo allí. Era necesario que doña Luisa cambiara su dieta, que durmiera más, que se preocupara menos por las cosas materiales, y que se esforzara en ser feliz, más de lo que ya era.
Cuando terminó la consulta, llamó a solas al hijo varón de doña Luisa, y le dijo:
“Creo que su mamá presenta síntomas de un alzhéimer leve. Pero es el inicio. Y temo que se agrave en un año, más o menos”.
“¿Qué podemos hacer, doctor?”.
“Para cuidar de su mamá, todo lo que les he indicado. Para detener el alzhéimer, nada”.
“¿Cree usted que la muerte de mi papá, el esposo con el que vivió casi sesenta años, le haya afectado tanto como para que empiece a desarrollársele esa enfermedad?”.
“Tal vez... Y la edad... No sabría decirle con certeza; pero, sea como sea, ella empieza a padecer la enfermedad, y necesita de los cuidados de sus seres queridos”.
El hijo se quedó pensando por unos segundos, miró hacia el piso, y el doctor no le quitó los ojos de encima. Sabía qué era lo que pasaba en la mente de aquel hombre.
“Doctor -le dijo-, ¿puedo hacerle una pregunta?”.
“Hágala. Yo ya le tengo lista la respuesta”.
El hombre mostró algo de asombro, y sus mejillas se enrojecieron. Esto se lo dijo el médico al agente de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) que lo entrevistó.
“Perdone -le dijo al médico-; no lo entiendo”.
“Pero yo sí lo entiendo a usted... E imagino que es el mismo pensar de sus hermanas, y hasta de su esposa”.
“¡Doctor!”.
“He sido el médico de cabecera de su mamá desde hace treinta y cinco años; los he visto crecer a ustedes, y fui buen amigo de su padre... No veo por qué se asombra de que ya sepa que usted está preocupado porque su mamá no ha hecho testamento, y con este mal en su cerebro, usted tiene miedo de que no pueda hacerlo... si deja pasar el tiempo”.
“Perdone, doctor... Es algo normal que eso pase”.
“Sí”.
Hubo un momento de silencio.
“Pues, yo en el lugar de ustedes, hablaría con ella para que haga testamento antes de que la enfermedad la incapacite”.
DPI
El agente de la DPI hace una pausa, revisa en la copia del expediente que tiene ante sus ojos, y después toma un trago de café.
“El doctor nos dijo que, en un año, más o menos, doña Luisa hubiera presentado síntomas graves de la enfermedad. Pero, lo que pasaría con su cerebro no tenía nada que ver con su muerte, que sucedió dos meses después de aquella cita”.
“En su opinión, doctor, doña Luisa tenía muchos años más de vida, aunque con alzhéimer”.
“Sí... Ella no tenía más problemas que los de la edad, pero no eran tan graves como para que muriera menos de sesenta días después de haber salido por su propio pie de mi consulta”.
“Hay algo que me intriga -le dijo el detective-, y es que no le hicieron autopsia a la señora”.
“Dadas sus condiciones de salud, y su edad, los familiares y yo supusimos que su ataque cardíaco fue... natural, digamos”.
“Sabemos que la señora hizo testamento; que dejó sus posesiones a sus hijos en partes iguales; sin embargo, la mayor de ellas, que es abogada, denunció en la DPI que sospechaba que a su madre la habían matado”.
“¿Por qué sospecha usted eso?” -le preguntó el agente.
“Porque he encontrado algo muy raro en las cuentas bancarias de mi mamá -respondió la mujer-; algo que, estoy segura, no hizo mi madre en el pleno uso de sus facultades”.
“¿A qué se refiere?”.
“Dos de sus cuentas están casi vacías... Y había en ellas más de seis millones de lempiras”.
“Y ¿cómo se vaciaron las cuentas?”.
“Pues, eso es lo raro. Que mi madre firmó varios cheques, y por grandes cantidades, hasta que ya no quedó en las cuentas más que un saldo pequeño... Y lo peor de todo esto es que nadie sabe dónde está el dinero, o qué fue lo que hizo mi mamá con él... O, por qué y para qué lo sacó de sus cuentas, si nunca necesitó nada, y aquellas cuentas casi nunca las tocaba... Más bien, le gustaba depositar en ellas cada cierto tiempo”.
“Y ella emitió varios cheques”.
“Sí... Y aquí los traigo, señor, porque no me parecen ciertas cosas que veo en ellos”.
La mujer sacó un sobre de un bolso, y puso un legajo de cheques en el escritorio.
“Vea bien las firmas, señor, y compárelas con esta firma de mi mamá, y con esta en la que firmó ante el notario, y ante nosotros cuatro, sus hijos, el testamento en el que mencionó, incluso, estas dos cuentas, y con las cantidades que ella suponía que había en ellas”.
El agente buscó una lupa en una de las gavetas de su escritorio, y extendió los cheques ante él. Luego, observó bien la firma del testamento, y miró con especial detenimiento las firmas en los cheques.
“Señora -le dijo, levantando la cabeza-, creo que hay algo misterioso en todo esto”.
“¿Verdad?”.
“Creo que las firmas de los cheques y la del testamento, aunque son muy parecidas, no las hizo la misma persona”.
“¡Eso he creído yo, señor! Desde que fuimos a los bancos con el testamento, y nos dimos cuenta de que no había nada en las cuentas”.
“Pero su madre las mencionó en su testamento”.
“Así es... Y con detalles”.
“¿Es posible que la enfermedad que padecía su madre la haya hecho olvidarse de las cuentas... o de que había sacado dinero de ellas?”.
“Eso le preguntamos al doctor, y dijo que era imposible”.
“¿Por qué dijo eso el médico?”.
“Dijo que la enfermedad no había avanzado tanto como para olvidar detalles tan importantes como la administración de su dinero y de sus negocios”.
“Entonces, ¿qué cree usted que sucedió?”.
“Que alguien falsificó la firma de mi madre, y ese alguien hizo los retiros”.
“¿Sospecha usted de alguien en especial?”.
“Tengo mis dudas, señor, y no quisiera decir cosas de las que después pueda arrepentirme. Por eso es que vine donde ustedes, para que investiguen mejor esto”.
“Es necesario que un experto en documentología y un experto en grafología vea las firmas de los cheques, y la del testamento... Y si tiene algunas firmas que pueda traer, será de gran ayuda”.
La mujer se quedó en silencio por un tiempo.
“Si usted se fija -dijo, señalando los cheques extendidos sobre el escritorio-, los cheques de los retiros más viejos son de hace un año exacto, y las cantidades son pequeñas... Luego, vienen otros con cantidades más grandes, hasta que alguien se confió, y sacó dinero por más de medio millón en las tres últimas ocasiones”.
“Le pregunto de nuevo: ¿Sospecha usted de alguien? ¿Puede decirnos de quién sospecha? Sepa que la información que usted nos proporcione, se quedará entre nosotros como algo confidencial”.
“Hay algo más, señor” -respondió la mujer.“¿Y es?”
“La muerte de mi mamá”.
“Dígame”.
“A mí, después de ver esto, me parece sospechosa... A la muerte de mi mamá me refiero... Y cuando mis hermanas y yo le dijimos a mi hermano que era urgente saber por qué y para qué mi mamá retiró más de seis millones de esas cuentas, nos pusimos de acuerdo en averiguar más por nuestro propio lado... Pero yo decidí venir a la Policía... ustedes entienden mejor esto”.
“Usted está segura de que su mamá no sacó ese dinero”.
“Así es. Estoy segura. Nunca necesitó dinero, ya que el que recibía mensual de los alquileres y de los negocios era más que suficiente; y se dedicaba a guardar todo lo que podía”.
“¿Les asignó algo de esos ingresos a sus hijos?”.
“Sí”.
“¿Quién tenía acceso a las chequeras y a las libretas de banco de su madre?”.
“Nadie... Ella guardaba todo, y llevaba un control de lo que le dejaban los negocios”.
“¿Confió en alguno de sus hijos para ayudarle a llevar el control de sus ingresos?”.
“No, pero nos asignó tareas dentro de las empresas”.
“Y ¿nadie más que ella firmaba cheques, planillas, etcétera?”.
“Nadie más que ella, señor”.
“Bien... ¿Por qué sospecha que su madre murió... antes de tiempo, si podemos decirlo así?”.
“Pues... no sé cómo explicarlo, pero la verdad es que, un mes antes de su muerte, nos llamó a todos y nos dijo que iba a hacer testamento, y nos mencionó las propiedades, las empresas, las cuentas, y todo, todo lo que tenía, y que había hecho trabajando duro con mi padre”.
“¿Dijo si había retirado dinero de las cuentas, y si había emitido cheques?”.
“No. Y lo raro es que delante de nosotros mencionó las cuentas estas, y las cantidades que había en ellas... Y eso no es de una mujer con alzhéimer”.
“Tal vez no”.
“No lo creo, señor”.
“¿Su mamá vivía sola?”.
“No, señor. Mi hermano, mi único hermano varón, y la esposa y los tres hijos, vivían con ella... Ella quiso que él y su familia vivieran con ella”.
“Y usted sospecha de su hermano”.
“No, señor”.
“Entonces, las sospechas recaen sobre su cuñada... ¿No es verdad?”.
La mujer no dijo nada.
“Bien... -le dijo el policía-. Ahora, explíqueme por qué dice usted que su madre no murió de forma natural”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...