Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
SERIE 1/2
Opinión
Para el instructor de la antigua Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), Robert Robertson, exmiembro del FBI y experto en criminalística, uno de los mejores agentes de investigación criminal que ha tenido Honduras es Adán del Cid, el H-3, o, lo que es lo mismo, agente de Homicidios número 3.
“Bastaba que H-3 se pusiera frente a la escena del crimen para que resolviera la mitad del caso, y a veces el caso completo –dice–. Tuve la ocasión de verlo trabajar y me sorprendió su capacidad de análisis, su manera de interpretar la escena, de descifrar la carga psicológica de cada detalle y de lanzarse sobre la pista del criminal casi como se hace en las películas. Definitivamente, H-3 es el mejor de aquella gran generación de investigadores que quizás no volvamos a ver en Honduras”.
“A esta pareja la asesinaron con cianuro –dijo el H-3, poco después de entrar a la habitación del motel donde estaban muertos un hombre maduro y una mujer joven y hermosa. Ella, tendida de costado en la cama, con el rostro frío sobre su vómito; él, boca arriba en el piso, cerca de la puerta del baño, con el vómito bañando su cuello y su pecho. Y en el ambiente, flotando sutilmente, un suave olor a almendras. Además, en una mesa de noche estaban dos sopas instantáneas a medio comer, latas vacías de cerveza, cigarros y botellas de refresco.
“Los mató una mujer –agregó el H-3–, una mujer que tiene acceso a sustancias controladas como el cianuro, por lo que podemos decir que trabaja en una gran droguería o con el Ministerio de Salud, y que tiene un cómplice en el motel ya que el cianuro estaba en las sopas, y las sopas se las vendieron aquí y aquí se las prepararon… Esto nos dice que el hombre era casado…”
El teniente Robertson tiene razón. Definir al H-3 de otra forma es imposible. Sencillamente, fue el mejor. Por eso, deseo que el caso de hoy sea un homenaje a este hombre genial que no debió salir nunca de la Policía de Investigación Criminal.
Mora
Hubo un tiempo en que a quienes dirigían la DNIC les interesaba resolver casos, y a alguien se le ocurrió asignarles a los detectives de homicidios algunos casos viejos para que trabajaran en ellos mientras se ocupaban de los más recientes. Y entre los que cayeron en manos del H-3, estaba uno que le llamó la atención de inmediato.
Se trataba de la muerte de una mujer de unos treinta y cinco años cuyo cuerpo torturado horriblemente fue encontrado en una hondonada, cerca de Bosques de Zambrano. Las fotografías eran impresionantes. H-3.
“Me interesó el caso por la forma en que asesinaron a esa mujer –dice el exagente de homicidios, con voz pausada, mientras pone, sin un orden específico, varias fotos grotescas sobre la mesa–.
La desnudaron para torturarla –agrega– y le cortaron la piel con algo extremadamente filoso, cuidando que no se desangrara para que su agonía fuera horrible”.
Sobre el pecho, las piernas, la cara y el abdomen de la mujer se veían largos hilos rojos que iban en todas direcciones. Eran las heridas, unas más gruesas y profundas que otras, y que se cruzaban entre ellas como las líneas de un crucigrama. “Fue una muerte dolorosa –dice el H-3– y el móvil fue la venganza.
Alguien la odiaba con tanta fuerza que quiso hacerla sufrir antes de quitarle la vida. Y ese alguien disfrutó cada alarido de la mujer, cada súplica y cada gota de sangre. Esto fue lo que me gustó del caso. El odio, los deseos de venganza y la víctima, una mujer.
Ella
Era joven y guapa, había cumplido treinta y cinco años y tenía tres hijos. Vivía en El Progreso y trabajaba como cocinera en un restaurante de San Pedro Sula. Los familiares dijeron que salió de su casa ese domingo a las tres de la mañana porque le gustaba llegar temprano a la Penitenciaría Nacional, donde estaba preso su marido desde hacía tres años, acusado de robo de vehículos.
“Tenía dos meses de no ir a la cárcel –dijo la madre– porque se habían peleado, pero él la llamó varias veces hasta que la convenció, y ella fue a verlo… Solo para que la mataran”.
“¿Usted sabe por qué se habían peleado? –le preguntó el H-3 a la señora.
“No… Ellos siempre estaban agarrándose de las greñas, pero se querían y siempre se reconciliaban”.
“¿Sabe usted por qué la mataron?”
La mujer miró al detective con ojos enrojecidos y bañados en lágrimas.
“¿Y yo qué voy a saber, señor?” –le dijo.
“¿Tenía enemigos su hija?”
“No, claro que no”.
“Y el esposo, ¿tenía enemigos?”
“Que yo sepa, señor…”
La mujer se detuvo a propósito, miró a la cara al detective, y le dijo:
“Eso fue hace muchos años –exclamó–, y la Policía nunca hizo nada para hallar a los que mataron a mi hija… ¿Por qué viene usted ahora a revolver las cosas?”
“Queremos resolver el caso, señora”.
“¿Después de tanto tiempo? Risa me da… Ya ni los hijos de mi muchacha están conmigo… Unos hicieron su vida y el otro vive con el papá, con la otra esposa que tiene… ¿Qué caso van a resolver ahora? ¿A quién le importa saber quiénes fueron los que mataron a mi hija?”
Se ha dicho siempre que recordar es también volver a sufrir, y la señora sufría.
“El dolor de esa señora me conmovió –dice el H-3–, y eso también fue un estímulo para resolver el caso, aunque hubieran pasado tantos años”.
Preguntas
¿Por qué habían matado a aquella mujer que, al decir de quienes la conocieron, no tenía enemigos ni le hacía mal a nadie? Y, ¿por qué asesinarla de esa manera? Porque estaba claro que se trataba de un asesinato.
Alguien planificó su muerte con detenimiento y ejecutó el crimen con saña y con placer. Pero, ¿quién podría ser? ¿Qué había hecho aquella mujer para que la odiaran tanto?
Viaje
“Ese domingo –dice el H-3–, ella vino a visitar al marido. La hora de ingreso a la Penitenciaría, anotada en el libro de Registro, fue las 8:32 de la mañana. El esposo dijo que no recordaba bien, pero que ella se fue después de las dos de la tarde, prometiéndole que volvería en quince días y que traería a los niños, pero no la volvió a ver. También dijo que no sabía por qué la habían matado, y menos de aquella forma”.
Habían pasado muchos años y el hombre tampoco deseaba recordar el crimen. Ahora tenía una nueva vida y quería dejar aquello en el pasado, pero el detective tenía una misión y no estaría satisfecho hasta no resolver el caso, o al menos, acercarse lo más posible a los criminales.
“Vamos a volver para hablar con usted –le dijo el H-3 al hombre–, cuando esté más tranquilo…”
“¿Para qué? –interrumpió él–. Eso pasó hace años y ustedes están revolviendo las cosas, como si no les importara hacerle daño a la gente, sobre todo a mis hijos”.
“Solo queremos hallar a los asesinos” –respondió el H-3.
“¿Para qué? Ella ya descansa en paz y si no hallaron antes a los que la mataron, peor para que los hallen ahora…”
“Mire –le dijo detective–, creemos que a su esposa la mató alguien que la odiaba, y era tanto el odio que la torturaron antes de quitarle la vida… Y nos gustaría saber qué fue lo que hizo su esposa como para ganarse el odio horroroso de gente tan peligrosa…”
El hombre no dijo nada.
“Vamos a seguir hablando –agregó el H-3–; vamos a volver a visitarlo y ojalá usted esté más tranquilo. Recuerde que se trata de la madre de sus hijos y nosotros lo único que queremos es que se le haga justicia”.
El hombre dejó que dos lágrimas rodaran por sus mejillas pálidas y llenas de pecas.
“Aunque creemos tener una pista –dijo el H-3, de pronto–. Creemos que enemigos suyos fueron los que la mataron, enemigos de esos que se gana uno cuando anda en robo de vehículos”.
El hombre abrió la boca para decir algo, pero las palabras se quedaron en su garganta reseca.
“Yo no tenía enemigos –dijo, poco después, tartamudeando.
“Usted estuvo preso porque llevaba un carro robado para Santa Rosa de Copán, ¿cierto?”
“Sí, pero no me lo robé yo… Yo solo los ponía en la frontera de Guatemala…”
“Y lo capturaron en el desvío de La Ceibita”.
“Pero eso fue hace mucho tiempo. Cinco años estuve preso y fue suficiente para aprender la lección”.
“Tal vez –replicó el H-3–, y tal vez para que usted aprendiera bien la lección le mataron a su esposa”.
El hombre guardó silencio.
“Ya le dije que no tenía enemigos…”
El H-3 lo miró.
“Y, ¿si ella tenía un amante? –le preguntó–. Un hombre casado, tal vez, y quien la mató fue una mujer celosa…”
Al hombre le brillaron los ojos.
“¡Eso no” –exclamó–. Ella no era capaz de eso… Era una mujer honesta”.
“Entonces –le dijo el detective, hablando despacio–, ¿y si el que tenía la amante era usted y esta amante no soportó que otra mujer llegara a visitarlo a la cárcel, aun y cuando esta mujer fuera su esposa”.
El hombre quedó con la boca abierta.
“Vamos a volver –le dijo el policía–; tenemos que resolver este caso porque para eso nos pagan… O, a menos que usted quiera visitarnos en Tegucigalpa… Podemos llevarlo si usted quiere”.
El H-3 sacó las esposas de acero de su cintura, las agitó en el aire y las puso sobre su hombro.
“El hombre se puso pálido –dice, con una sonrisa–, y a mí me pareció que sabía más de lo que nos había dicho”
Continuará la próxima semana...