Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La paga del pecado

Al final, el que siembra vientos, cosecha tempestades
07.01.2024

RESUMEN. En una calle solitaria de la aldea El Lolo, dos hombres encontraron el cuerpo sin vida de un muchacho. Estaba tirado boca abajo en una cuneta, mejor dicho, en una zanja, a la orilla de la carretera, y estaba desnudo.

Avisaron a dos policías motorizados que patrullaban la zona en la mañana, y estos fueron a la escena. Comprobaron lo que los hombres les habían dicho. Pero, vieron algo más. Huellas de las llantas de un carro que dio la vuelta para regresar calle abajo, o sea, por donde parecía que había venido. Y una de las huellas era ancha y deforme, diferente a las demás. Era la huella que dejó en el barro fresco una llanta ponchada.

Fue entonces que los policías recordaron una camioneta CRV que habían visto apenas unos minutos antes, y que tenía la llanta delantera, del lado del conductor, ponchada y molida. Uno de ellos le dijo dónde había una llantera, para que cambiara la llanta. Y el policía que conducía la moto fue a la llantera, para ver si todavía estaba allí la CRV. Pero ya se había ido. Entonces llamaron a los policías de investigación criminal.

¿Quién era aquel muchacho? ¿Por qué lo habían matado? ¿Cómo había muerto? ¿Quién era el chofer de la camioneta Honda CRV? ¿Qué andaba haciendo en esa zona en aquella hora? ¿Tenía algo que ver con el muchacho muerto?

¿Tenía algo que ver con su muerte?

Los policías motorizados les dieron a los investigadores toda la información posible, pero ninguno de los dos recordaba bien el rostro del chofer de la CRV, como para hacer un retrato hablado. En lo que sí hicieron énfasis fue en que el hombre les dijo que andaba en esa zona dejando a unos hermanos de la iglesia. Con esos datos, los investigadores empezaron a trabajar en la escena. Seguramente allí encontrarían indicios que los llevaran a esclarecer aquella muerte.

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HIPÓTESIS

El muchacho, tal vez de unos diecisiete años, tenía un golpe en la frente.

“Seguramente se lo dieron con un puño cerrado -dijo uno de los agentes de investigación-, y se lo dieron con fuerza, de modo que el lugar del golpe se inflamó. Fue después, cuando el muchacho perdió el conocimiento, que lo estrangularon a mano limpia. En la piel del cuello se notan bien las marcas de dedos cortos, como de manos pequeñas, pero fuertes”.

“Y, por lo que se ve, a este chavo lo mataron en algún lugar íntimo”.

“Seguramente en el cuarto de un motel... Estaba con alguien, mayor que él, y con quien tenía una relación desde hace algún tiempo, y, después de tener intimidad, discutieron por algo, el otro se enojó mucho, tal vez porque el muchacho lo amenazó, y, en medio de la discusión, lo golpeó con fuerza y con ira mal contenida. Después, para evitar que el muchacho cumpliera alguna de las amenazas que le hizo, lo estranguló, y vino a deshacerse del cuerpo hasta aquí”.

“Quizás conocía bien la zona”.

“Es posible, aunque, si hubiera sido así, no hubiera preguntado dónde había una llantera”.

“Y ese detalle, el de la llanta ponchada, es el que lo va a llevar a la cárcel”.

“Entre otras cosas...”.

“Hay que esperar para saber quién es la víctima”.

“Eso será fácil. No tardará alguien en denunciar la desaparición de un chavo con esas características”.

“Me parece bien... Ahora, hay que esperar a que el fiscal diga que pueden llevarse el cuerpo”.

“Nosotros no tenemos nada más que hacer aquí... Vamos a hablar con el hombre de la llantera”.

Eran las diez de la mañana, y el muchacho dormía en una hamaca. Ya había entregado su turno.

“No lo recuerdo bien -les dijo a policías-; solo lo vi a medias. Yo tenía sueño, y él no se bajó del carro. Me dio las llaves para que yo sacara la llanta de repuesto. Pero me dio una buena propina para que le pusiera la llanta lo más rápido posible”.

“¿Viste por dónde se fue?”.

“No. Ya se lo dije al policía que vino en la mañana”.

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BÚSQUEDA

Los detectives tenían un dato valioso: la camioneta Honda CRV de color gris. Aunque había muchas en la ciudad, tenían la esperanza de que, si visitaban algunos moteles, encontrarían datos que les permitieran identificar al dueño. Y, aunque era aventurado proceder así, por alguna parte tenían que empezar.

Otro detalle era que esperarían a que la víctima fuera identificada, y a que denunciaran su desaparición en la Policía. Sabiendo quién era, alguien tenía que saber alguno de sus secretos, especialmente sobre sus gustos íntimos, y sobre la persona con la que se estaba relacionando en aquel momento.

Como dice el general Gustavo Sánchez, ministro de Seguridad, “está claro que la investigación criminal es una ciencia, casi tan exacta como las matemáticas, y que cada indicio, cada evidencia, es de un valor incalculable para resolver el misterio de un crimen”.

“Quiero que los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) actúen como científicos -agrega el general Sánchez-, porque en cada detalle hay una carga que puede acercar al policía al autor de un delito. Esto es lo que deseo para la DPI; es lo que quiero que sea la Policía de los hondureños: una institución profesional, científica y comprometida con la seguridad de la población. Y para eso trabajamos cada día”.

Y aquel grupo de agentes de investigación se dieron a la tarea de resolver el misterio del cadáver desnudo. Y su compromiso fue mayor cuando los padres y las hermanas del muerto llegaron a las oficinas de la DPI.

Dijeron que se llamaba Jairo, que tenía dieciséis años, y que estudiaba el segundo año de Bachillerato. Vivía con su familia en una colonia del sur de Tegucigalpa, y era un buen hijo y un buen cristiano. Y no sabían quién pudo haberle hecho aquel daño. Además, dijeron que no sabían si tenía “esas inclinaciones que les habían dicho los policías”. Y estos lo decían porque en Medicina Forense encontraron semen con heces entre sus nalgas.

“Yo no sabía que a mi hermano le gustaban esas cosas” -dijo su hermana mayor.

“¿Sabe usted con quién se relacionaba su hermano?”.

“No tengo idea, señor”.

“Ustedes dicen que son una familia cristiana, ¿cierto?”.

“Sí, señor; así es”.

“¿Y su hermano también iba a la iglesia?”.

“Nunca faltaba, desde que tuvo uso de razón”.

“Bien”.

El agente habló en voz baja, dirigiéndose a la hermana mayor. Los padres se consolaban mutuamente. Las otras hermanas lloraban, y oraban al cielo.

“Dígame una cosa -le dijo el agente-, ¿usted conoce, en la iglesia, a un hombre ya maduro, que tiene una camioneta Honda CRV gris?”.

La muchacha se quedó con la boca abierta.

“¿Por qué me pregunta eso?” -le dijo al detective.

“Es urgente que sepamos la respuesta -le contestó este-. ¿Conoce a alguien que maneje un carro así?”.

“Claro que sí, señor”.

“¿Quién?”

“El pastor Ananías”.

“Ah...”.

“Sí... ¿Por qué?”.

“Y ¿usted sabe dónde vive el pastor Ananías?”.

“Sí... En la colonia Honduras”.

“¿Conoce su casa?”.

“Sí”.

“¿Nos puede llevar?”.

“¿Ahorita?”.

“Sí, ahorita... Es importante que hablemos con el pastor”.

“Bueno... Pero...”.

“Aquí les van a ayudar mis compañeros para que les entreguen el cuerpo lo más rápido posible... No se preocupe”.

Hizo una llamada el agente, y, al pasar por la DPI, en la colonia Kennedy, dos patrullas con policías lo estaban esperando. Siguieron su camino hacia la colonia Honduras. La muchacha les indicó el camino. No tardaron en llegar.

En la calle, sobre la acera, y frente a su casa, estaba un hombre maduro, no muy alto, de facciones agradables, y que vestía pantalón corto y camiseta. Estaba lavando un carro con una manguera. Era una camioneta CRV color gris, Honda. Eran las tres de la tarde de aquel domingo somnoliento en el que dos hombres encontraron el cadáver desnudo de un muchacho, tirado en una zanja en la carretera de la aldea El Lolo.

“¿Usted es el pastor Ananías?” -le preguntó el detective a cargo del caso, con una pistola en las manos.

“Sí, soy yo” -respondió el pastor.

“¿Sabe por qué estamos aquí?” -le dijo el policía.

“Sí, señor... Lo sé muy bien... Que Dios y mi familia me perdonen”.

Cuando salió la esposa, alarmada, el pastor se limitó a mirarla.

“Esposa mía -le dijo-, de Dios nadie se puede burlar... Cometí un error, y ahora me toca pagar... Lo que más me duele es que dañé a muchos inocentes en mi camino de perdición”.

La mujer se desmayó.

PARTE I: Selección de Grandes Crímenes: La compañía equivocada

NOTA FINAL

El pastor espera juicio en la cárcel. Dice que desde niño luchó contra esa inclinación maligna, desde que un tío abusó de él, en una milpa...

“Aunque maté a mi tío, dándole veneno para ratas en una comida, no pude librarme del mal que ese hombre perverso sembró en mí... Sé que lo que hice en mi vida iba en contra de la voluntad de Dios... Y yo terminé haciendo daño... Aquí voy a pagar el mal que hice... Seguramente me van a condenar a una pena muy larga... pero, no importa... Lo que me duele es mi pobre esposa, inocente, sin culpa, buena y fiel... Pero esta pasión, esta inclinación antinatural, me trajo hasta aquí... Que Dios me perdone”.