TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres.
El sociópata es uno de los peores individuos de la sociedad; no siente empatía por nadie, es cruel, despiadado, hiere sin compasión y daña sin el menor sentimiento de culpa. Es manipulador, mentiroso y suele ser un actor consumado. Engaña, llega a ser agradable y hasta encantador, sin embargo, esta solo es una máscara; su verdadero rostro, espeluznantemente siniestro, está oculto, y solo sale a la luz con sus acciones marcadas por la más abyecta maldad.
Valentín es uno de estos “monstruos sociales”, uno de éstos “verdugos” de sus semejantes… Mató sin compasión, disfrutando cada golpe, cada gota de sangre, cada grito de dolor de su víctima, cada súplica desesperada e inútil… Y solo tiene veinte años de edad.
Quedó huérfano muy niño, y su madrina, compadecida, se hizo cargo de él, sin embargo, pronto se daría cuenta que el “Tin” era diferente, casi anormal. Causaba muchos problemas y, a causa de su comportamiento insoportable, no fue aceptado en ninguna escuela. A pesar de eso, su madrina seguía queriéndolo, y lo crió hasta que pudo mantenerse por sí solo. Pero ya llevaba dentro de él el demonio que lo hacía indeseable, peligroso y temible.
Y tanto llegó a temerle su propia madre de crianza, que lo mantenía alejado de su hija “por miedo a que la violara” ya que, se decía, Valentín era “un poco abusivo” y le daba por hostigar a niñas y adolescentes, y hasta hay quien dice que las tocaba…
En una ocasión, drogado, quizás, pero con una buena dosis de guaro entre pecho y espalda, lo encontraron violando a uno de sus amigos de parranda. Era una noche de luna llena en Las Brisas, Patuca, y el silencio era soporífero. Cantaban los gallos de vez en cuando, ladraban los perros, y se escuchaba el coro perenne de los grillos. A lo lejos, sobre las montañas, cantaba un pájaro solitario, pero, en una calleja escondida, entre la oscuridad, un hombre gritaba… Cuando un vecino se acercó para ver qué era lo que pasaba, se encontró al “Tin” violando a su amigo de parranda.
“¿Qué estás haciendo? –le gritó el vecino, dirigiendo hacia él haz de luz de su foco de mano–. ¡Dejá a ese hombre en paz!”
“Tin” no tuvo más remedio que obedecer. Aquel hombre tenía un guarizama en la
otra mano.
“¡Me las vas a pagar! –le gritó “Tin”, alejándose encolerizado–. ¡Ya vas a ver que me la vas a pagar!”
Cuando la noticia se supo, el miedo que le tenían al “Tin” en la aldea, creció, sin embargo, a él no le importó. Su conducta, de por sí problemática, se hizo más peligrosa, aunque mucho no lo tomaban en serio y veían el caso de la violación como un “asunto de bolos”. Pero, detrás de aquellas palabras, se escondía un horror que había de desatarse muy pronto.
“Tin” les mostraría a sus vecinos de qué estaba hecho. Como dijo un pastor de Patuca, “Este hombre está hecho de un poco de humano y de mucho de Satanás”.
Las opiniones
“Era temido en la comunidad –dice uno de los policías que lo capturó–, y al único hombre que respetaba realmente es a don Lucas Aguilera. Aunque visitó por tiempos su casa, jamás se atrevió a nada incorrecto”.
Un día, don Lucas lo trajo desde Las Brisas hasta Trojes, donde estaba trabajando “por doscientos lempiras diarios y la comida”, y el señor lo aconsejó:
“Componéte, “Tin” –le dijo–, dejá ese vicio que no te va a llevar a nada bueno”.
Pero “Tin” se limitó a escuchar el consejo, el que, seguramente, no entendió. En aquel momento, caminaba hacia el abismo y pronto terminaría en la cárcel… quizás para siempre.
“Es un hombre de apariencia sencilla –dice el policía–, que llega a ser amable y hasta servicial. No es alto, es de piel trigueña, rostro ladino y, aunque no se crea, es trabajador. Pero hay algo en su mirada que dice que se está ante un hombre peligroso. Es algo que brilla en sus ojos, así como un destello de maldad, como ese que dibujan en las caricaturas del diablo”.
El policía calla, respira como si le faltara el aire alrededor, y concluye, con un ademán de cansancio:
“Ahora ya no le va a hacer daño a nadie –agrega–, y tal vez haya un poco de paz en la comunidad. El problema es que si “Tin” va a dárselas de macho en la cárcel, se va a encontrar allí con otros más peligrosos y decididos que él, y tal vez no dure mucho su valentía”.
Pero esas solo son palabras del policía. “Tin” no conoce el miedo, y eso
está comprobado.
“Pucha, “Tin” –le dijo el abogado Arturo Aguilera–, cómo te repaseaste en tu vida con eso que hiciste”.
“Tin”, como si no lo hubiera escuchando, esperó un momento antes de contestar:
“¡Va! Esto no es nada… No es el primero… Voy a salir, y cuando salga…”
Angustiado
Aunque parezca raro, esa mañana, el “Tin” se mostró angustiado. Llegó a casa de un amigo y éste, notando su intranquilidad,
le dijo:
“¿Qué es lo que te pasa?”
“Ya lo maté” –respondió “Tin”.
“¿Ya lo mataste? –le preguntó su amigo–. ¿A quién mataste?”
“Al “Tilico” –contestó “Tin” –. Lo dejé allá, en un potrero, y ahorita voy a ver si no ha revivido para volverlo a matar”.
“No, hombre –le dijo el amigo, asustado–, dejá de decir esas cosas y mejor andá
a acostarte…”
Pero “Tin” no mentía.
Salió de la casa de su amigo, sin dar más explicaciones, y se perdió al final de la calle. Sin embargo, en su casa, faltaba el “Tilico”, llamado Juan, un hombre alto, fornido, de unos cuarenta y tres años y padre de
catorce hijos.
“No era un hombre que le agradara a todo el mundo –dice el policía, después de toser varias veces para aclarar la garganta–; aunque nunca se le comprobó nada, se decían cosas feas de él, cosas que no le puedo mencionar porque nunca le probamos nada.
Lo que sí le puedo decir –agrega, luego de tomar un largo trago de agua–, es que le gustaba mucho el guaro, y esa noche, o sea, su última noche, lo vieron bebiendo en una cantina… con el “Tin”…”
Hizo otra pausa, esperó unos segundos y, al final, añadió:
“El “Tin”, por supuesto, ya era muy conocido de la Policía –dijo–. En una ocasión trató de ahorcar a un hombre, con el que había estado bebiendo y drogándose, pero una señora lo golpeó en la cabeza y así evitó que asesinara a su víctima; en otra, se dice que quiso violar a una muchacha, lo que no se comprobó, y hay quienes dicen que amenazó de muerte a un hombre que apareció muerto unas semanas después, pero, en esa ocasión, “Tin” no estaba en la aldea, por eso se descartó como sospechoso”.
Pero ahora todo era diferente.
Piedras
Fue poco antes de la medianoche. El “Tin” y el “Tilico” se fueron juntos, luego de tomarse varios litros de guaro. Un vecino dice que él cruzaba una calle, para meterse a un potrero y así llegar más rápido a su casa, cuando vio, a lo lejos, a dos hombres, más bien, dos figuras humanas que caminaban en la oscuridad “porque en ese momento las nubes cubrían la luna”, y vio que se iban “agarrando uno al otro”, para no caerse.
“Pero no supe quiénes eran –dice el testigo–. Desde aquella distancia, y en la oscuridad de la noche, no los reconocí”.
Pero eran Valentín y Juan. Uno caminaba a su muerte. El otro, a la cárcel…
¿En qué momento el “Tin” se convirtió en señor de vida y muerte? Tal vez nadie lo sepa nunca, pero, la verdad es que de pronto se separó de su amigo, se agachó a un lado del camino, para recoger una piedra, y sin decir nada, le dio el primer golpe al “Tilico”. La piedra se estrelló en la frente del hombre, y éste dio un grito. El segundo golpe le deshizo un ojo, el tercero le aplastó la nariz, el cuarto le rompió los dientes que le quedaban.
Cuando sus gritos se apagaron, su rostro era una masa de carne deshecha y sanguinolenta, entre la que destacaban algunas astillas de hueso. Pero el “Tilico” no estaba muerto. Había perdido el sentido, respiraba con dificultad y se ahogaba con su propia sangre; entonces, el “Tin” sacó de debajo de su camisa un cuchillo y, agachándose sobre su “amigo”, que agonizaba en la tierra caliente de Las Brisas, se lo hundió en el pecho. Luego, esperó un momento para verlo morir, o para asegurarse de que muriera.
Cuando los estertores se apagaron en el pecho de Juan, el “Tin” guardó el cuchillo, luego de limpiarlo en la camisa del muerto y, sin perder un segundo, se puso de pie, agarró al “Tilico” de los pies, y lo arrastró hasta un potrero, donde lo dejó tirado boca arriba, sin cara, sin vida. Pero el “Tin” hizo algo más: Le robó las botas a Juan. A la mañana siguiente, llegó donde su vecino y le dijo que “ya lo había matado”.
“Dejá de decir eso” –le dijo el hombre.
“No te estoy mintiendo –replicó “Tin”–. Allá lo dejé en el potrero y voy a ver si no ha revivido, porque si se revivió ese hijo de p…, lo vuelvo a matar”.
Y “Tin” se fue.
La PMOP
La noticia corrió como pólvora. Encontraron el cadáver del “Tilico”, y la Policía Militar detuvo a Valentín.
“¿Vos lo mataste?” –le preguntó un oficial.
“Sí, yo lo maté” –respondió el “Tin” con voz clara y la mayor sangre fría.
“¿Por qué lo mataste?”
“Porque sí”.
“¿Cómo lo mataste?”
“A pedradas y con un cuchillo… ¿Es que no ven?”
Las esposas de acero se cerraron en las muñecas del “Tin”. Fue en ese momento que el abogado Aguilera le dijo:
“¡“Tin”, cómo te fuiste a repasear en tu vida!”
“Esto no es nada –respondió “Tin” –; voy a salir, y cuando salga, voy a venir a matar a dos más que me las deben…”
El policía sonríe al final de la entrevista. Están entregando el cuerpo del “Tilico” en la morgue, y el abogado Aguilera vino hasta Tegucigalpa para ayudarle a la familia, que es muy pobre. Ahora, todo ha terminado. El “Tilico” va de regreso a Las Brisas.
En Patuca, la Policía presentó al asesino. Pero “Tín” se muestra tranquilo, mira hacia la cámara con ojos inexpresivos, fríos, como ojos de serpiente, con la boca cerrada y el rostro levantado, como si retara al mundo. Cuelga de su cuello una cartulina con los datos del crimen, y sus manos están esposadas hacia adelante.
Por ahora, el “Tin” irá a la cárcel, quizás por veinte años. Si se porta bien, saldría en libertad condicional en diez o doce años, sin embargo, si se porta mal…
“Si lo dejan en Juticalpa –dice el policía–, el “Tin” va a encontrar la horma de su zapato… Incluso, hay quienes lo están esperando… Son algunos de los criminales más despiadados de Olancho…”
Hace una última pausa, la tos lo ataca de nuevo, y sonríe, para despedirse:
“Es un hombre malvado; mató a un hombre que no le hacía ningún daño, y lo mató de la forma más cruel y despiadada… Tenemos más acusaciones contra él, y solo esperamos que la fiscalía convenza a los testigos para que declaren en su contra; si pasa así, le caerían al menos cuarenta años… si es que no se mete con nadie en
la penitenciaría…”
¿Qué fue lo que pasó por la cabeza de “Tin”? ¿Qué lo convirtió en criminal? ¿Fue, acaso, el hecho de haber crecido en la orfandad? ¿Es genética la inclinación al crimen? ¿Sabía realmente el “Tin” loque hacía? O, ¿es inimputable de delito a causa de algún trastorno mental?
Por lo pronto, el “Tin” resistirá su sed de sangre por mucho tiempo… o tal vez no