El título, además, varía sólo por un artículo respecto a un precedente ilustre: “La despedida”, una novela de Milan Kundera.
El manejo del lenguaje de Trigueros, sin embargo, evidencia un estilo propio en el que sobresale el empleo de los recursos de la poesía. La creación de cuadros en los que alcanzamos a ver los rostros de los personajes en situaciones cotidianas o sentir las duras gotas de la lluvia, las imágenes, y las referencias al color también caracterizan esta narrativa, tal vez porque pintar es otro oficio de este escritor.
La complejidad narrativa
“Una despedida” tiene dos estructuras. La primera de ellas está relacionada con dos situaciones que se integran para contar una sola historia con un suicidio al final.
Empecemos por la parte central: desde la página 21 hasta la 73 se habla del padre del protagonista, que durante la guerra del 69 fue obligado a regresar a El Salvador y a abandonar a su familia.
La guerra terminó, pero no la ausencia paterna. Por eso, 30 años después, el “héroe” busca a su padre, lo encuentra, reconoce en él la cobardía, se decepciona y se despide, nuevamente. Todo esto está contado en primera persona. La otra parte de esta estructura se construye alrededor del centro.
De la página 9 a la 20 asistimos al adiós de una mujer, bella y demasiado joven. A causa de este nuevo abandono no es extraño que se cuente el sufrimiento y la decepción que el protagonista sintió por su padre, y quizá también por esto cuando se reencuentra con la chica (pág. 73 a 77) él vuelve a despedirse, esta vez con un balazo.
Esta parte está contada en tercera persona, una exigencia narrativa impuesta por el final del protagonista (los muertos no cuentan historias).
La segunda estructura de la novela se explica fácilmente: entre la narrativa se insertan pequeños fragmentos poéticos, no puntuados, que, la mayoría de las veces, nos adentran en los estados de ánimo del protagonista.
Los deslices del escritor
Estamos ante una novela que sin duda merece, al menos, el calificativo de inteligente. Por eso es difícil explicar lo que sucede en el capítulo que va de la página 63 a la 72, donde la narración transcurre como si el escritor tuviera prisa por terminar, aparecen personajes de la nada, pero interactuando como si siempre hubieran estado allí, y de repente el estilo asume la brevedad de un telegrama, sin que esto tenga una función evidente y, peor aun, sin darle pistas al lector que se enfrenta al nuevo registro narrativo con la misma sorpresa que debió haber sentido José cuando María le dijo que estaba embarazada.
En lenguaje, además, sufre a veces de frases retóricas, bonitas pero escasamente portadoras de significado.
En ocasiones la adjetivación en forma de oxímoron (“soledad pública” o “mezquina generosidad”) incluso recuerda las letras de Ricardo Arjona. Ninguno de estos detalles, sin embargo, mancha profundamente la incuestionable calidad literaria de “Una despedida”.