GRACIAS, LEMPIRA, HONDURAS.- Fue un encuentro cálido con el libro publicado y los amigos de antaño.
Felipe Rivera Burgos finalmente vio la consumación de su obra “En el principio, la fábula”, tras nueve años en los que el libro de microrrelatos, también fábulas, estaba listo para llegar al papel pero por esas cuestiones del destino tuvo que esperar.
Radicado en Suiza, el autor hondureño viajó hasta Gracias, Lempira, para presentar en el VI Festival Internacional de Los Confines este libro que marca para él un ejercicio de limpieza narrativa.
En conversación con Rivera Burgos, nos cuenta que al plantearse esta obra no quería que fuera espesa, densa o sarcástica, más bien quería convertir cualquier mal humor o crítica en algo irónico y feliz, “el libro es un ejercicio de cómo las cosas que pueden parecer banales pueden ser de índole existencial, filosófica”.
Este es un libro vivido, desde mucho antes de llegar al papel las fábulas que lo componen, aunque su autor lo coloca más en las características del microrrelato, ya circulaban entre el grupo de amigos de aquella época correspondiente a la primera década de este siglo.
El escritor cuenta que sus relatos en un principio estaban basados en ciertas manías de sus amigos, frases que repetían, preceptos que tenían, entonces él venía y convertía a un amigo en una marmota, y contaba una historia que tenía relación con esa persona, luego los textos se fueron transformando, quitó esas referencias para no aludir directamente a alguien, y se fueron convirtiendo en temas sencillos y cuestionadores sobre la vida, el pensar, la conducta y tantos otros aspectos referentes al ser humano representado por animales, de ahí su relación con la fábula.
“El problema con la fábula es que tradicionalmente tiene una moraleja, y aquí la moraleja el lector tiene que buscarla. De hecho es una lectura que requiere contextos, el lector tiene que saber de algún modo de qué se está hablando, y requiere tener algún tipo de conocimiento previo”, detalla.
Rivera Burgos trae hasta sus letras temas como la teoría cuántica, y propone el concepto de manera metafórica y sencilla, “me interesaba tratar esos temas y llevarlos a un plano muy ligero, pero también con algo de ironía para un lector inteligente, instruido”.
Para Salvador Madrid, quien acompañó al autor en la presentación, y que además cumplió la promesa que le hizo hace varios años de publicar estos relatos, este “es un libro de ruptura en la tradición literaria hondureña, especialmente en el tema de relato breve y de cómo generar ficción”. Dice Madrid que entre los autores de su generación esta era una obra esperada.
Estilos narrativos
Felipe Rivera Burgos ya tenía dos libros publicados: “Para callar los perros” (cuentos, 2004) y “Ese verde esplendor” (poesía, 2006).
Ahora, este tercero es fábula, un ejercicio narrativo diferente, un libro más “unitario”, como dice el autor.
Una obra dilatada que, pese al tiempo, no sufrió alteración. “En el principio, la fábula” de 2013 sigue siendo el de 2022, lo único que cambió fueron las ilustraciones.
Las primeras, realizadas por el artista plástico Álex Galo, no pudieron finalmente ser la parte figurativa de su texto, pues se perdieron, y ahora es Itzul Galeano quien ilustra la obra de 45 relatos. El prólogo corresponde al escritor Carlos Ordóñez.
Relato
El Búho que no sabía qué había detrás de las cosas
Sobre una colina, viendo pastar el rebaño de ovejas, le preguntaba papá Búho a su hijo:
-¿Te parece, hijo, que todas las ovejas tienen lana?
El pequeño Búho, viendo que todas las ovejas estaban blancas, redondas y lanudas, dijo que sí.
El padre frunció el ceño y lo reprendió:
-Un observador objetivo diría que el lado que miramos de las ovejas tiene lana, pero del otro... no sabe.
El pequeño Búho quedó sumido en una gran depresión, “¿y si no tienen nada del otro lado?”, se preguntaba, “¿y si nadie tiene nada del otro lado?”. Y pensó que, viendo objetivamente a su padre, tampoco estaba seguro que tuviera otro lado. Lo que al principio lo dejó triste, muy triste, porque existía la probabilidad de que su padre sólo tuviera un lado, así que mientras contemplaba la mitad de su padre en la rama, jugaba a colocarle al otro lado escamas doradas, piel albina, una aurora boreal, estrellas emplumadas... y nadie sabía por qué el pequeño Búho se había vuelto nostálgico.
Felipe Rivera Burgos